••••••••••• Capítulo 11 •••••••••••
La casa estaba en silencio cuando Elián abrió los ojos.
Aurelian respiraba tranquilo sobre su pecho, tibio, acurrucado bajo el refugio de sus alas.
Y, sin embargo… algo había cambiado.
El aire ya no se sentía vacío.
Había alguna presencia suave, como un eco que apenas despertaba.
Elián se incorporó lentamente. Las luces semi transparentes que había sentido la noche anterior continuaban suspendidas en el aire, como si el amanecer hubiera decidido filtrarse en formas más vivas que la luz normal. No eran reflejos. No eran partículas de polvo. Era algo más antiguo… más intencional.
Aurelian abrió los ojos, esos ojos que cargaban dos mundos.
Miró alrededor, y en sus pupilas se encendió un destello blanco.
—¿Lo ves, pequeño? —susurró Elián.
Aurelian estiró una manita hacia una de las luces, y esta vibró como si la saludara.
Elián sintió algo en su conciencia: un tirón suave, un impulso.
No un ruido.
No una voz.
Más bien la sensación de que el espacio mismo lo estaba invitando a dar un paso.
Entonces todo cambió.
La habitación se volvió más profunda, como si cada línea, sombra y forma tomara distancia.
Las paredes se disolvieron en un resplandor tenue…
y cuando Elián parpadeó, ya no estaba allí.
El umbral
Se encontraba en un espacio sin suelo ni cielo, sólo un horizonte curvo que parecía respirar.
Todo era gris-blanco, pero no opaco: una especie de neblina luminosa que existía sin luz propia.
Aurelian seguía en sus brazos.
Lo abrazó instintivamente.
—Este no es nuestro mundo… —murmuró Elián.
Y entonces lo sintió.
Una vibración.
Como una cuerda tocada sin sonido.
La Cuarta Dimensión.
El Entremundo.
Ese lugar del que Lumi había hablado sólo una vez, casi con miedo, casi con reverencia.
Un mundo donde la luz no llega por sí sola…
porque allí, la luz nace del que observa.
Elián dio un paso, aunque no hubiera suelo.
El movimiento creó ondas en el espacio, como si el terreno fuera líquido.
Aurelian rió suavemente.
El sonido se expandió y formó un sendero de destellos frente a ellos.
—¿Tú lo estás creando, verdad? —preguntó Elián, maravillado.
Aurelian parpadeó.
Las luces se encendieron con más fuerza.
Figuras en el horizonte
De pronto, la neblina comenzó a moldearse.
Tres figuras se formaron delante de él, como sombras nacidas de recuerdos demasiado profundos para ser nombrados.
No tenían rostro, pero sus posturas hablaban:
Uno representaba lo que fueron.
Otro, lo que eran.
El último, lo que serían.
El del pasado se acercó primero.
Era pequeño, frágil, casi infantil… como si cargara todas las heridas de Auric y Lumi juntos: el abandono, el miedo, el silencio impuesto.
Cuando extendió una mano, Elián sintió un dolor antiguo atravesarle el pecho.
No suyo.
De ellos.
Aurelian apretó su ropa con fuerza.
—Sí, lo sé —susurró Elián—. Ya vimos ese dolor en sus memorias… pero aún queda algo.
La figura del pasado proyectó una imagen:
Un pequeño cuarto oscuro donde Lumi había sido encerrado por sus padres, castigado por llorar, castigado por tener miedo.
Otro destello: Auric, pequeñísimo, escondiéndose bajo una mesa mientras sus padres discutían sobre abandonarlo.
Elian agachó la cabeza.
—Entonces… este lugar guarda las memorias que no alcanzaron a ser comprendidas —murmuró.
La figura se deshizo.
Lo que son
La segunda figura tomó forma.
Era más firme, luminosa, casi humana.
De ella emanaba una calidez que Elián reconoció al instante.
Era Lumi.
No su cuerpo.
No su alma.
Sino su esencia en transición.
—Lumi… —susurró, temblando.
La figura no habló, pero su presencia empujó un pensamiento directo al corazón de Elián:
“Donde la luz no llega por sí sola, no significa oscuridad.
Significa que la luz te está esperando.”
Aurelian extendió la mano hacia esa presencia, y la figura se inclinó, tocando su frente con ternura.
Elián sintió una lágrima recorrerle la mejilla.
La figura se desvaneció lentamente, dejando un rastro de notas luminosas.
Lo que serán
La tercera figura era más alta, más compleja.
Tenía la forma de Elián… y también la forma de alguien más.
Era él y no él.
Era un destino, no una persona.
Cuando se acercó, el espacio vibró con fuerza.
Elián sintió un calor formarse en su espalda, donde sus alas se movieron con poder propio.
La figura proyectó una visión:
Un árbol gigantesco, más antiguo que cualquier otro.
Sus raíces se extendían a través de mundos, realidades, y dimensiones.
Aurelian estaba en el centro del bosque, irradiando una luz tan brillante que la noche retrocedía ante él.
A su lado…
una silueta emergía.
La reconoció al instante.
Lumi.
Vivo.
Pero distinto.
Elevado.
Completo.
Elián sintió un nudo en la garganta.
—Entonces… esto es lo que seremos —murmuró—. Caminaremos hacia él. No para forzarlo a regresar… sino para acompañar su tránsito.
La figura asintió sin cabeza, sin rostro.
Sólo con una vibración profunda.
Luego desapareció.
La neblina empezó a contraerse.
El espacio se volvió más pequeño.
Las luces se apagaron una por una.
Elián abrazó fuerte a Aurelian.
—Lo entendí —susurró—. Este lugar… es donde todo lo que no recibió luz viene a buscarla. Es donde las memorias heridas descansan hasta que alguien está listo para sostenerlas.
Aurelian apoyó su frente contra la de él.
Un destello.
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Editado: 12.12.2025