Elián: La Sombra Del Guardian

Contraparte

••••••••••• Capítulo 13 •••••••••••

La noche cayó sin aviso.

Después de la batalla, después del estallido de luz que destruyó al Devora-Ritmos, Elián había recogido los restos de su fuerza y caminaba con Aurelian en brazos. Pero el bosque ya no era un bosque: era un eco tenue, una sombra de sí mismo, como si la luz que lo sostenía hubiese sido drenada por la criatura.

Cada paso era pesado.
Cada respiración era un esfuerzo.
Pero nada comparado con lo que sintió cuando volvió a mirar a su hijo.

Aurelian temblaba.

Su piel —siempre cálida, siempre luminosa, siempre un pequeño amanecer— ahora tenía un resplandor irregular, intermitente, como si la luz dentro de él parpadeara.

Como una vela en viento.

—Aurelian… mi amor… —murmuró Elián, con un hilo de voz que apenas podía contener—. No, no, no… no te apagues, por favor…

El bebé respiraba, sí, pero su pecho se adelantaba con un pequeño sobresalto, un jadeo mínimo que cortaba el aire de forma antinatural. Sus párpados vibraban como si algo pesado tirara de ellos hacia abajo.

Elián apretó los labios, evitando el pánico que golpeaba su propia garganta.

Él nunca había visto a Aurelian enfermo.
Nunca.

Ni siquiera cuando apenas era un recién nacido.
El niño de luz siempre había sido constante, brillante, un rumor dulce de vida.

Pero ahora…
algo estaba mal.
algo profundo.
algo que no pertenecía al mundo físico.

Cuando llegó a casa, lo primero que sintió fue el silencio.

No un silencio normal.
Sino el silencio que ocurre antes de que algo se rompa.

El aire estaba estático.
La luz flotante del hogar se mantenía suspendida, como esperando.
El suelo tenía un brillo tenue, casi apagado.

Elián dejó la cuna portátil sobre la cama y se sentó con Aurelian entre sus brazos.

El bebé estaba frío.

No del frío de la noche.

Del frío de la luz que retrocede.

—No puede ser… tú no deberías sentir frío… —susurró, acariciándole la mejilla—. Tú eres luz, pequeño… tú eres calor…

Aurelian abrió un ojo.
Uno solo.
Medio despierto, medio caído.

No habló.
No sonrió.
No emitió ningún destello.

Elián sintió un pinchazo en el pecho que casi lo derribó.

—Voy a ayudarte. No importa qué tenga que hacer. —Sus manos temblaban—. Solo quédate conmigo… ¿sí? Quédate conmigo…

Pero cuando tomó la pequeña manita de Aurelian, sintió algo que lo heló por completo.

No había ritmo.
No había vibración.
No había ese pulso luminoso que siempre había sentido en él.

Era como sostener un pequeño cuerpo de luz…
sin luz.

—Aurelian… —su voz se quebró.

El bebé respiró de manera extraña.

Elián apretó su mano.
Su corazón golpeaba como un tambor descompasado.
Su mente gritaba.

Esto no debería estar pasando.
Esto no debería ser posible.

Entonces algo dentro de la casa vibró.

Leve.
Muy leve.

Una cuerda, un cristal, una madera… algo emitió un zumbido mínimo, como si una presencia invisiblemente cercana hubiera inhalado con fuerza.

Elián levantó la cabeza.

—¿Lumi? —susurró, casi sin aire.

El silencio respondió.

Hasta que, lentamente, la pared detrás de la cuna comenzó a brillar.

No con luz natural.
No con luz común.

Con luz del Jardín.

Verde suave.
Azul aquietado.
Oro pálido.

Y allí, como respirando, apareció un símbolo.

El mismo símbolo que había visto en el Mirador de la cuarta dimensión.

Tres trazos curvos.
Un punto en el centro.
Y una línea que se deformaba con movimiento propio.

Elián acercó la mano.

El símbolo vibraba…
como un corazón extraño.

Como un latido que no le pertenecía ni a él ni al bebé.

Y entonces lo entendió.

Lumi había dejado ese símbolo para este momento.
No para advertirle sobre el Devora-Ritmos.
No para enseñarle a pelear.
Sino para esto:

Para cuando Aurelian brillara demasiado.
Para cuando su luz amenazara con quebrarse.

—Por favor… dime qué hacer… —susurró Elián, apoyando la frente contra la pared luminosa—. Te lo imploro… dime algo…

La luz del símbolo empezó a deformarse.
A moverse.
A cambiar.

Y se transformó en una frase.

No en palabras normales.

Sino en vibrosílabas, en trazos vivos que Elián percibió con la piel más que con los ojos:

Lo que es luz debe volver a un ritmo mayor.”

Elián retrocedió.

—¿Qué…? ¿Qué significa eso…?

El símbolo giró lentamente.
Como un ojo que pestañea.

Y debajo se formó otro mensaje:

Donde la luz tiembla… nació la primera raíz.”

Elián sintió una punzada en el estómago.

Ese lugar.
Ese nombre.
Esa sensación.

La había sentido antes.

El Árbol del Entremundo.

Allí donde Lumi solía recostarse.
Allí donde Aurelian había sido concebido.
Allí donde la luz y la sombra se cruzaban sin destruirse.

Elián levantó a su bebé con ternura desesperada.

Aurelian estaba tibio.
Pero su luz seguía inestable.

—Está bien… —dijo, apretándolo contra su pecho—. Vamos a ir allí. Vamos a ir justo ahora. Te prometo que no te vas a apagar. Tú no eres una llama. Tú eres mi sol. Tú eres mi… mi Lumi pequeño…

Sus alas se extendieron.
Aún le dolían por la pelea, pero no importaba.

La prioridad era una sola:

Salvar a Aurelian.

La noche se volvió un susurro cuando Elián emprendió el vuelo hacia el árbol del Entremundo.

Pero no estaba solo.

No por completo.

En la cuarta dimensión, Lumi lo seguía.
Auric también.

No podían tocarlo.
No podían hablarle.
No podían detener lo que venía.

Pero podían verlo.

Y al ver a Elián desesperado, al ver el brillo tembloroso del bebé…




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