Elián: La Sombra Del Guardian

Atrapasueños

••••••••••• Capítulo 14 •••••••••••

La casa de Auric tenía un silencio diferente a cualquier otro que Elián hubiera sentido en su vida. No era un silencio muerto ni vacío, sino un silencio que parecía esperar. Como si los muros, de madera clara y vieja, reconocieran los pasos que volvían a pisarlos. Como si respiraran.

La puerta se cerró detrás de él con un suspiro suave, casi imperceptible, apagando el afuera como si el mundo quedara suspendido del otro lado.

Elián sostuvo bien a Aurelian contra su pecho.
El bebé, aunque débil, respiraba tranquilo, con esa luz tenue que parpadeaba a la altura de su corazón como un farolito cansado.

—Ya estamos aquí —susurró Elián, como quien le habla a un sueño—. En casa. La casa de tu otro padre.

Aurelian respondió con un murmullo bajito, un sonido tan tierno que Elián sintió que algo dentro de él se aflojaba. Cuánto había cargado en los últimos días. Cuánto había resistido. Cuánto había sangrado en silencio.

La madera del piso crujió como si reconociera el peso de un viejo huésped perdido en el tiempo.
El aire tenía un olor suave a hojas secas, a resina dulce, a recuerdos que nunca se fueron del todo.

Elián avanzó despacio, como quien entra a un templo sagrado.

Auric había vivido allí años antes de conocerlo.
Ese hogar era la cáscara de una vida que Elián nunca terminó de entender por completo.

Imágenes lo golpearon de golpe:
Auric preparando té en esa misma cocina.
Auric recostándose en el marco de la puerta.
Auric toqueando un ritmo con los dedos contra la mesa.
Auric riéndose.
Auric llorando en silencio cuando creía que Lumi dormía.

Elián apretó los labios.

—Lumi… Auric… estoy tratando… de entender todo. Por los tres. Por él —miró a Aurelian—. Por nuestro pequeño.

El bebé bostezó.
Su naricita aún estaba fría por la noche anterior, pero su cuerpo ya no temblaba como antes.

Elián decidió que lo primero era acomodarlo.
Encontró una manta guardada, todavía doblada como si alguien la hubiese colocado allí el día anterior. Se veía intacta, casi demasiado limpia para los años.

La extendió en el pequeño sofá, dejó a Aurelian dormidito, y por primera vez en horas… respiró.

Pero entonces algo llamó su atención.
Una puerta.

Elián la conocía.
Sabía que existía.
Pero jamás la había visto abierta.

Era una pequeña puerta de madera oscura, al fondo del pasillo. No tenía cerradura visible, solo un marco pulido por las manos de Auric. Lo recordaba claramente: cada vez que habían venido antes, Auric pasaba frente a ella sin tocarla. Sin mirarla. Como si ignorarla lo mantuviera a salvo.

Elián se quedó allí quieto.
Una punzada de duda —y de dolor— lo golpeó.
¿Tenía derecho a entrar?
¿Tenía derecho a tocar lo que Auric no quiso compartir?

Pero entonces una brisa leve, completamente imposible dentro de la casa cerrada, lo rodeó.
Un aire tibio.
Un susurro.
Como un toque ahí, en el corazón.

Lumi.

Elián lo supo.

—¿Quieres que lo vea…? —murmuró.

Aurelian, dormidito en el sillón, hizo un ruidito como si respondiera.

El corazón de Elián dio un latido profundo, casi doloroso, cargado de responsabilidad.
Recordó el símbolo que Lumi había dejado atrás: la mariposa luminosa que siempre parecía decir “donde la luz no llegue por sí sola, tú la llevarás”.

Elián colocó la mano sobre la puerta.

La madera estaba tibia.
Y entonces, como si hubiese esperado ese contacto durante años, cedió.

La puerta se abrió sola.

El olor fue lo primero:
un aroma dulce a cedro, flores secas, algo antiguo, algo puro.

La luz entró apenas.
La habitación era pequeña, íntima, casi como un santuario.

Había una cama hecha con perfección, una ventana cubierta por un velo azul —uno que Elián nunca había visto— y en las paredes… dibujos.

Pinturas hechas a mano.
Trazos suaves, casi infantiles.

Pero lo más llamativo no era eso.

Era el objeto que colgaba en el centro del cuarto.
A medio metro del techo, suspendido de un hilo muy fino, girando lentamente como si una brisa interior lo moviera.

Un atrapasueños.

Pero no un atrapasueños normal.

Este era… vivo.

Hecho con hilos de luz.
Con pétalos cristalizados de flores del Jardín.
Con fragmentos de filamentos de color oro y azul que titilaban como estrellas atrapadas en un círculo.

Elián dio un paso adelante con el corazón latiendo fuerte.

—¿Qué… es esto?

El atrapasoñador giró, y por un instante diminutos destellos se encendieron dentro de él, como si respondiera a su presencia.

Era hermoso.
Inquietante.
Sagrado.

Y cargado de algo antiguo: una tristeza dulce, como la memoria de una canción que Auric nunca llegó a cantar.

Elián sintió que la habitación se estrechaba a su alrededor mientras un escalofrío lo recorría.
Allí había algo importante.
Algo que Auric había escondido.
Algo que Lumi había querido que él encontrara.

—Auric… ¿qué dejaste aquí?

La voz se quebró sin querer.

Aurelian, desde el sofá fuera de la habitación, gimió en sueños.
Y entonces el atrapasoñador reaccionó.

Luz.

Una luz súbita.
Suave, profunda, resonante.

Un pulso dulce que iluminó la habitación y tocó la piel de Elián como un abrazo.

Elián tragó saliva.
Sintió el aire vibraaaaaaar (esa vibración que Auric decía que era la “respiración del alma”).

Y en esa luz, algo comenzó a formarse.

No era un mensaje escrito.
No era una voz.

Era una imagen.
Una memoria tejida en los hilos del atrapasoñador.

Apareció flotando delante de Elián, como si suspendieran un recuerdo en el aire.

Auric.
Más joven.
Muy joven.
De pie en ese mismo cuarto, con los ojos llenos de lágrimas contenidas.




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