••••••••••• Capítulo 15 •••••••••••
La noche había caído sobre la casa de Auric como un velo lento y casi líquido, un manto que parecía deslizarse desde el cielo para cubrir todo con un resplandor tenue, amable, casi maternal. Elián, exhausto por los días tensos que habían vivido, caminaba descalzo sobre las tablas frías del piso, balanceando a Aurelian en sus brazos. El bebé reposaba, profundamente dormido, con la naricita fría y las manitas abiertas como pequeñas flores blancas que, incluso en reposo, emitían vibraciones de luz suave.
—Tienes frío, pequeño… —murmuró Elián, acariciándole la mejilla.
El brillo tenue en la piel del bebé tembló. Era extraño: la luz parecía querer protegerlo, pero a la vez parecía agotarlo. Elián cerró sus alas alrededor de él, envolviéndolo como un nido vivo. El calor empezó a acumularse poco a poco; el suave vapor de su respiración calentó el espacio entre los dos, y Aurelian suspiró con la boca entreabierta, buscando ese calor como si fuera un instinto aprendido desde antes de nacer.
—Así… estoy aquí… —susurró.
La casa estaba en silencio, rota solo por el susurro del viento moviendo las hojas afuera, un sonido casi inexistente en aquel paraje donde Auric había vivido. Todo allí olía a memoria. A un pasado que no terminaba de disolverse del todo. A los pasos de Auric deslizándose por el suelo. Al eco suave de Lumi recostándose contra una columna de luz, riéndose con una serenidad que ahora parecía demasiado lejana.
Elián exhaló hondo antes de sentarse en el sillón grande junto a la antigua biblioteca, la misma que Auric había construido con sus propias manos en los días tempranos de su independencia. Estaba llena de libros viejos, nuevos, algunos ilegibles, otros escritos en un lenguaje de símbolos vivos que aún cambiaban de forma cuando uno parpadeaba.
Mientras Elián se acomodaba para dormir al bebé, algo llamó su atención.
Un libro brillaba.
El libro que había tomando anted reflejaba una luz: brillaba desde adentro, como si estuviese hecho de un pedazo de aurora o una estrella capturada entre páginas. La vibración era suave, pero profunda, como si se sincronizara con el ritmo de Aurelian.
Elián parpadeó.
—¿Qué…? —susurró, sin querer despertar al niño.
El brillo aumentó, pulsando con movimientos lentos, casi respirando. Aurelian también reaccionó: se movió en su regazo, girando la cabeza como si oliera algo familiar y perdido.
Elián extendió la mano.
El libro se calentó bajo sus dedos.
EL ATRAPADOR DE SUEÑOS
El título estaba escrito en una caligrafía ondulante hecha de luz condensada. No podía ser casualidad. No podía ser coincidencia.
Y sin embargo…
Sentía que debía abrirlo.
—Está bien —susurró al bebé, que seguía moviendo sus manitas como si reconociera algo—. Solo un cuento. Solo… un cuento para dormir.
Abrió la primera página.
Y la historia empezó a escribirse sola.
EL CUENTO: El Atrapador de Sueños
“En un lugar donde los colores no obedecen al sol ni a la luna, sino al corazón de quienes lo habitan, existía un Valle de Sueños. Era un sitio donde los pensamientos descansaban en ramas de árboles dorados, y las canciones dormidas viajaban dentro de pequeñas esferas flotantes.
En ese valle vivía un ser pequeño, tierno, algo torpe, y completamente hecho de luz. Su nombre era Iriel.
Iriel tenía un don: podía atrapar los sueños que escapaban. No los atrapaba para guardarlos, sino para devolverlos a sus dueños cuando los habían perdido… y estaban tristes.
Pero un día, cuando el cielo del Valle se quebró como un cristal tocado por una vibración demasiado fuerte, apareció una sombra. No una sombra común… Era una sombra que no tenía dueño, ni origen, ni propósito.
Esa sombra devoraba ritmos.
Los ritmos del corazón cuando alguien dormía.
Los ritmos de la luz cuando alguien amaba.
Los ritmos del mundo cuando intentaba nacer un sueño.
Iriel, siendo tan pequeño, no sabía cómo enfrentarlo. Pero tampoco podía dejar solos a los que soñaban.
Así que caminó. Caminó hasta encontrar un árbol inmenso donde la luz dormía cuando estaba cansada. Y allí, en lo más profundo del tronco, encontró una pluma.
Una pluma que no era pluma.
Era un destino.
Y quien la sostuviera… podría ver aquellos lugares donde la luz no llegaba sola.”
Elián dejó escapar un suspiro que casi se rompió en su garganta. Era imposible que aquello fuera un simple cuento infantil. No después de los últimos días. No después de lo que habían vivido.
Aurelian abrió los ojos.
Dos esferas doradas, enormes, profundas… pero con un cansancio extraño.
El bebé levantó una mano, tocó la página.
El papel vibró.
La pluma dibujada dentro del cuento brilló… y una pluma real apareció en el sillón, sobre las piernas de Elián.
Elián se quedó inmóvil.
—Esto no… —susurró—. Esto no es normal.
Aurelian sonrió.
Un sonido mínimo escapó de sus labios.
—…Lu…mi…
El mundo se detuvo.
El corazón de Elián se encogió como si una mano lo hubiese apretado. Las alas se tensaron. La garganta le ardió. Sentía que aquella palabra no venía del aprendizaje del bebé… sino de un eco mucho más antiguo.
Uno que venía desde otra dimensión.
—Lumi… —susurró, temblando.
Del otro lado, donde las formas no se mantenían fijas y los colores tenían Voluntad, Lumi y Auric observaban la escena como quien mira un recuerdo reescribiéndose.
La luz alrededor de Lumi temblaba, desgarrándose en filamentos dorados.
—Lo dijo… —susurró, la voz rota—. Dijo mi nombre…
—Te siente —respondió Auric con suavidad—. Él sabe que estás. Aunque no te vea, aunque no pueda tocarte.
Lumi llevó las manos al rostro, temblando.
—Quisiera poder… —tragó saliva, aunque no tenía cuerpo físico real—. Quisiera poder sostenerlo una vez más. Sostenerlos a los dos…
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Editado: 12.12.2025