••••••••••• Capítulo 16 ••••••••••
Elian despertó como si su alma hubiera abierto los ojos antes que su cuerpo.
Por un instante no supo dónde estaba, ni si el tiempo corría hacia adelante o hacia atrás.
Solo sabía una cosa:
Ese momento ya lo había vivido.
Incluso antes de abrir los ojos.
Su respiración tembló. Sintió el peso tibio de Aurelian durmiendo sobre su pecho, la forma en que su manita se aferraba a su camisa, como si temiera que la noche pudiera arrebatarlos.
La casa estaba en silencio, tan silenciosa que parecía escuchar.
Elian murmuró con la voz quebrada:
—Desperté con la sensación de haber vivido un recuerdo que aún no existe… como si mi alma hubiera regresado de un lugar donde el tiempo también sueña conmigo. Espero no sea mi imaginación… espero que realmente haya sucedido.
Una lágrima descendió sin prisa y cayó sobre la frente de Aurelian.
El pequeño frunció el ceño, hizo un ruidito adormilado y volvió a acomodarse contra el pecho de su padre, como si la lágrima hubiera sido una caricia más.
Elian lo observó con ternura.
Sus dedos se perdieron en ese cabello extraño y perfecto: dorado como el sol que nunca quema, oscuro como la sombra que nunca asusta. Una mezcla imposible.
Una mezcla que solo podía existir gracias a Lumi.
Y gracias a Auric.
—Mi pequeño… —susurró—. No sé si esto es un sueño o un eco de algo que está por venir.
Porque todo se sentía diferente.
El aire… el silencio… la luz.
La casa tenía un tono que no conocía.
Como si viviera.
Como si respirara.
Cuando Elian se inclinó para incorporarse, algo crujió muy suavemente en la mesa frente a él.
No era la madera del mueble.
Era un libro.
Un libro que anoche no estaba abierto.
Un libro que no recordaba haber dejado allí.
Su corazón dio un latido más fuerte.
La página abierta no mostraba palabras, sino un leve resplandor, casi imperceptible, como si una luna diminuta estuviera atrapada entre las hojas.
—No puede ser… —susurró.
Aurelian, aún dormido, soltó una risa baja, apenas un soplido feliz.
Como si alguien le hubiera contado un secreto.
Elian sintió los pelos de la nuca erizarse, pero no de miedo.
De reconocimiento.
Ese destello, esa risa, esa hoja brillando…
Ya lo había visto.
En algún lugar que no pertenecía al pasado.
En un recuerdo que todavía no vivía.
Se levantó lentamente, cuidando de no despertar a Aurelian.
Las tablas del piso estaban tibias.
Demasiado tibias para una mañana fría.
Cada paso lo llevaba a la misma sensación:
"Esto ya pasó."
Pero no podía recordar cuándo.
Cuando pasó junto a la ventana, vio cómo una mota de luz flotaba en el aire.
No era polvo.
No era reflejo.
Era luz pura.
Un fragmento diminuto de lo que él solo había visto cuando Lumi estaba cerca.
La luz avanzó hacia él, despacio, como una criatura curiosa.
Aurelian, aún medio dormido, extendió la manita hacia el.
La luz retrocedió apenas, vibró con suavidad y desapareció.
—¿Lumi? —susurró Elian.
No obtuvo respuesta.
Pero sí obtuvo una certeza cálida que le llenó el pecho:
Lumi había estado ahí.
Un segundo antes.
Tal vez aún estaba.
Entró en la cocina para preparar un té.
El ambiente tenía un aroma que casi le dobló las rodillas.
A flores blancas del Jardín.
A mañana recién creada.
A los días donde Lumi dormía sobre su regazo mientras Auric jugaba entre sus alas.
Un aroma que jamás debería existir en su mundo físico.
—Esto es imposible… —murmuró, apoyándose en la mesa.
Aurelian abrió los ojos.
Sus iris brillaban con un tono más claro, un tono que solo mostraba cuando sentía a su hermano.
Elian tragó saliva.
—¿Auric también está…?
El pequeño soltó un “baah” adormilado y volvió a apoyar su mejilla en el pecho de su padre.
Pero antes de cerrar los ojos, miró hacia la puerta del pasillo.
Como si alguien estuviera allí.
Elian siguió esa mirada.
Y por un segundo, lo vio.
Una figura diminuta.
Un destello infantil hecho de luz suave.
Cabello revuelto.
Alitas pequeñas.
Auric.
Pero no como espíritu.
No como recuerdo.
Como presencia.
Como si tratara de entrar en la realidad desde la cuarta dimensión.
La imagen titiló como un reflejo en el agua y se desvaneció con una risa lejana, como un tintineo.
Aurelian sonrió en sueños.
—Los sientes… —susurró Elian, temblando de emoción—. A los dos.
La tarde avanzó sin que se diera cuenta.
Elian dejó a Aurelian en su cuna y comenzó a ordenar un estante de la sala.
Pero entonces…
La casa exhaló.
Como si un viento invisible hubiese recorrido cada rincón al mismo tiempo.
Las cortinas se movieron con suavidad, aunque no había ventanas abiertas.
La madera vibró como un instrumento que alguien había tocado.
El aire se llenó de un brillo tenue, como si partículas de luz hubieran nacido en ese instante.
—¿Qué está pasando?… —dijo en un susurro ahogado.
No era inquietante.
Era bello.
Un tipo de belleza que dolía en el pecho.
Una belleza que reconocía.
Porque esa sensación exacta la había vivido una sola vez:
El día que Lumi lo abrazó por primera vez.
Ese momento donde su alma se abrió como una puerta.
Ese instante donde supo que su destino no estaba en el mundo humano.
Pero ahora estaba ocurriendo aquí.
En su casa.
A plena tarde.
Aurelian empezó a llorar desde la cuna, no de miedo, sino de emoción.
Elian corrió hasta él.
Lo tomó en brazos.
—Tranquilo, pequeño… estoy aquí.
El llanto se volvió risa.
Risa pura.
Y entonces pasó.
Aurelian levantó sus manitas hacia el techo.
Sus ojos se abrieron de golpe, llenos de luz.
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Editado: 12.12.2025