Elián: La Sombra Del Guardian

Puerta del corazón

••••••••••• Capítulo 18 •••••••••••

El silencio del Entremundo no era un silencio muerto.
Era el silencio de un corazón que respiraba despacio.

Elián avanzaba con Aurelian sujeto firmemente contra su pecho, cruzando el corredor cristalino que se abría después del puente quebrado. La luz que emanaba de aquel mundo no venía de un sol ni de estrellas visibles; parecía nacer del propio aire, como si cada partícula recordara un momento en que alguna vez fue luminosa.

Aurelian, aún débil, ocultaba su semblante contra el cuello de su padre. Su piel tibia vibraba en un pulso irregular, como si la luz que llevaba dentro fuera un río que buscaba recomponer su cauce. Elián podía sentirlo. Cada respiración del pequeño era un pequeño ruego silencioso.

—Ya casi, mi amor —susurró, apretándolo más—. Te prometo que ya casi…

Pero el Entremundo no era un lugar lineal. Cada paso parecía llevarlo hacia adelante, sí… pero también hacia dentro: de sí mismo, de su historia, de un pasado que no había vivido del todo y de un futuro que aún no había nacido.

La penumbra cristalina se expandió, abriéndose como una caverna inmensa, iluminada desde las grietas de un suelo transparente. Y allí, entre destellos azules, Elián lo vio.

Una figura diminuta.
Un niño de cabello oscuro.
Descalzo.
Con alas hechas de filamentos de luz quebradiza.

Elián se detuvo. El aire le abandonó los pulmones.

El niño levantó la cabeza.

Tenía los mismos ojos que Auric.

Pero había algo más: una fragilidad que no pertenecía al Auric adulto, una desprotección tan intensa que parecía colgar de cada hilo de su luz.

—¿Auric…? —susurró Elián, temblando.

El niño ladeó la cabeza, como si reconociera la voz no por memoria, sino por la vibración emocional que la acompañaba.

—¿Me… ves? —preguntó la figura. Su voz no sonaba como la de un niño real, sino como un eco templado por siglos.

Aurelian abrió los ojos, y un destello dorado cruzó sus pupilas. Extendió su manita hacia el niño, y ese movimiento bastó para que la figura reaccionara: con un brillo suave, retrocedió como si el contacto pudiera romperlo.

—No soy él —dijo, con una tristeza silenciosa—. Soy lo que quedó cuando él… cayó en sombra. Soy lo que se escondió para que él pudiera seguir viviendo.

Elián sintió una punzada en el pecho.

—¿Eres su niño interior? ¿Su recuerdo? ¿Su dolor…?

—Soy… su fragmento de luz.
Lo que él nunca pudo sanar.

El niño dio un paso adelante. Cada pisada generaba pequeñas ondas luminosas en el suelo, como si caminara sobre agua hecha de cristal líquido.

—Él te ama, Elián. A ti y al pequeño. Pero no puede acercarse… no ahora. Está atrapado, pero no como tú crees.

Aurelian emitió un pequeño sonido débil. Su luz palideció.

El niño—el fragmento—se agachó frente a él y posó la palma de su mano luminosa sobre la frente del bebé. Una brisa suave recorrió el espacio. Elián sintió el pecho de Aurelian expandirse un poco más.

—Sólo puedo sostenerlo un instante —susurró la figura—. No soy más que un recuerdo vivo. Pero su esencia… ha esperado demasiado.

Elián sintió lágrimas calientes subirle a los ojos.

—¿Dónde está? ¿Dónde están Lumi y Auric? ¿Qué es todo esto?

El niño levantó la vista hacia el vacío. Un estremecimiento de luz tembló alrededor de su forma.

Y de pronto, el ambiente se distorsionó.

Como si alguien hubiese jalado una cuerda invisible.

Una bruma plateada descendió lentamente, y dentro de ella… una silueta.
Delgada.
De cabello luminoso.
Con alas hechas del mismo material que el amanecer.

Elián sintió que el alma se le desgarraba.

—Lumi…

La figura abrió los ojos.

Por un instante—un solo segundo eterno—Lumi lo miró.

No era una ilusión. No era un eco.
Era él.

Más tenue, suspendido como si lo sostuvieran cientos de hilos que lo mantenían a mitad del tiempo. Pero estaba consciente. Despierto. Y al reconocer a Elián, su luz vibró con violencia.

—Elián… —sus labios apenas se movieron—. ¿Qué has… hecho?

Elián avanzó sin pensar, pero el fragmento de Auric lo detuvo con una mano luminosa.

—No puedes tocarlo —susurró el niño—. Aún no.

—¿Qué está pasando? —la voz de Elián temblaba, rota, desesperada.

Lumi alzó su mano, como si nadara entre densidad pura.

—Hay… algo que debes saber —dijo, con una voz que resonó como si hablara a través de miles de capas—. Un secreto que nunca pude decirte… porque me hubiera destruido.

El aire alrededor de Elián tembló.

Aurelian se estremeció y apretó los dedos contra el pecho de su padre.

Lumi cerró los ojos.
Y una imagen surgió detrás de él:
un torbellino de raíces negras, un vacío vibrante, un punto de gravedad que parecía devorar la luz misma.

—Ese… —susurró Lumi, con dificultad—. Ese es el principio del Entremundo. Lo que yo… protegía.

Elián se sintió paralizado.

—¿Protegías? ¿De qué?

El fragmento infantil de Auric bajó la cabeza.

—De nosotros mismos —respondió él—. Y de lo que viene.

Lumi abrió los ojos una vez más, y su mirada se clavó directamente en Elián, penetrando más allá del cuerpo, más allá del dolor.

—Eres mi puente… y mi destino —susurró—. Y Aurelian… es la llave. Pero no la que crees.

La luz empezó a temblar alrededor de Lumi, como si alguien tirara de él desde el otro lado.

—¡No! ¡No te vayas! —gritó Elián.

Lumi sonrió muy suavemente, aunque su luz se quebraba en fragmentos diminutos.

—No estoy yéndome, amor… te estoy esperando.

Un destello.

Un tirón.

Y Lumi desapareció en una explosión silenciosa de partículas.

El niño—el fragmento de Auric—se desvaneció también, pero antes de desaparecer completamente, sus labios movieron una última frase:

—Sigue… el resplandor que no nace de la luz…




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