Elián: La Sombra Del Guardian

Tres corazones y una cuna pequeñita

••••••••••• Capítulo 19 •••••••••••

La noche cayó sobre el entremundo como una sábana de terciopelo que respiraba, expandiéndose en un silencio casi sagrado. Después de la batalla en el Puente Viviente y del derrumbe de la estructura cristalina que se había alimentado del miedo de Elián, el aire olía a un frío reciente, cargado de partículas lumínicas que se elevaban como luciérnagas congeladas. Aurelian, exhausto, descansaba en los brazos de su padre, su pequeña frente apoyada contra el pecho de Elián como si allí—y solo allí—hablara el lenguaje verdadero del hogar.

Lumi y Auric permanecían débiles, pero vivos. La luz que les habían robado aún temblaba en ellos, como brasas a punto de apagarse. Miryth, la criatura luminosa de visión múltiple y voz ondulante, observaba todo desde unos metros de distancia. Su forma —parecida a un ciervo esculpido en vidrio vivo— dejaba escapar destellos cada vez que respiraba.

—Debemos moverlos —dijo Miryth, su voz resonando como tres notas superpuestas—. El entremundo no es un lugar donde un corazón herido pueda permanecer quieto. Cada sombra aquí aprende del cansancio de quienes duermen.

Elián asintió y cargó a Lumi, mientras Auric recobraba un poco de fuerza para ayudar a sostenerlo. Aurelian, envuelto en la manta azulada que el propio Miryth había tejido con filamentos de luz condensada, seguía profundamente dormido. Sus pequeñas manos brillaban, apenas perceptibles, como si respondieran a un canto que nadie más oía.

Avanzaron hasta una hondonada natural donde el piso cristalino se volvía humo sólido. No era realmente tierra, pero lo parecía: color nacarado, tibio, invitando al descanso. Sobre ese espacio, Miryth tocó el suelo con sus astas, y un círculo de luz emergió como un latido, formando un refugio translúcido.

—Aquí estarán a salvo —anunció—. Al menos por esta noche. La grieta que los arrojó aquí aún no ha cerrado del todo.

Elián acomodó a Lumi y Auric dentro del refugio. Los dos lo observaron con una mezcla de alivio y desconcierto. Más allá de la fatiga, había en sus ojos algo nuevo: una comprensión silenciosa de que el tiempo que habían pasado atrapados había cambiado algo en ellos. Y quizás, también en el universo.

—Gracias —susurró Elián, sin saber realmente si se dirigía a Miryth, al entremundo o a la misma luz que parecía sostenerlos.

Miryth inclinó su cabeza de cristal.
—Aún falta mucho por comprender. Pero esta noche… esta noche necesita ser vivida con delicadeza.

El refugio se iluminó suavemente cuando Elián entró. La luz envolvió a los cuatro como una manta sin peso, meciéndolos. Lumi se incorporó con esfuerzo.

—No pensé… que nos rescatarías tan pronto —dijo con la voz ronca, casi quebrada—. Creí… que no había salida.

—Siempre hay salida —respondió Elián mientras acomodaba a Aurelian sobre un lecho de luz curvada que pareció formarse solo para él—. Aunque a veces no la vemos.

Auric, pálido y frágil, miró fijamente al bebé.
—Sigue siendo… hermoso. Más que antes incluso… ¿no lo ves? Algo cambió en él… algo que el entremundo también nota.

El pequeño respiraba lentamente, y a cada exhalación un fulgor suave recorría su pecho.

Elian colocó su mano sobre la de Aurelian. No dijo nada. La sensación era cálida, como tocar una promesa recién nacida.

La luz del refugio se intensificó, suavemente, obligándolos a cerrar los ojos por un instante. Cuando los abrieron, Miryth estaba sentado justo fuera del círculo, contemplando el interior con una expresión que era imposible descifrar.

—Alguien quiere hablar de la batalla —murmuró Lumi, con un atisbo de sonrisa—. Tu cara lo dice todo, Elián.

—No… —Él soltó una pequeña risa nerviosa—. No sé si llamarle batalla. Fue más… un acto desesperado con algo de suerte.

Auric arqueó una ceja.
—Partiste un puente viviente, enfrentaste tus miedos materializados y derrotaste una entidad que crecía con cada latido tuyo. Si eso no es una batalla, no sé qué sería.

Lumi lo secundó:
—Además, hiciste eso mientras cargabas a Aurelian. No había visto algo tan… intenso. Y sí, un poco temerario también.

Elián suspiró.
—Él me dio fuerza. No sé cómo explicarlo.

Miryth intervino desde afuera.
—Los niños que nacen entre mundos tienen esa especie de… resonancia. Pueden amplificar el corazón de quien los protege. Aurelian, en especial, tiene una afinidad con las estructuras de luz. Su presencia desestabiliza lo que es mentira y fortalece lo que es verdadero.

Elián miró hacia su hijo con una mezcla de asombro y preocupación.

—¿Es por eso que lo buscaban? —preguntó.

—En parte —respondió Miryth—. Pero la realidad es más profunda. Cada dimensión tiene lo que llamamos un “Eco del Origen”. Una chispa, un infante, un guardián o una forma joven que contiene lo que esa dimensión teme y desea a la vez. Aurelian… no es un Eco del Origen, pero tiene algo que se le parece peligrosamente.

Lumi y Auric se incorporaron más, atentos.

Elián tragó saliva.
—¿Qué significa eso para él?

Miryth bajó sus astas, haciendo que el suelo brillara por un momento.

—Que no están aquí por casualidad. Y que la grieta que casi se traga a Lumi y a Auric aún no ha dicho su última palabra.

El silencio que siguió pesó como una manta demasiado gruesa.

Hasta que un sonido suave rompió la tensión.

Un llanto.

Aurelian despertaba.

Elián se apresuró a levantarlo, pero el bebé no lloraba de miedo. Era un llanto dulce, como si el sueño lo hubiera dejado demasiado lleno de emociones.

Elián lo alzó y lo acunó contra su pecho.

—Tranquilo, mi amor… Aquí estoy. Todo está bien.

El pequeño rozó su mejilla con la suavidad de una brisa tibia, y una diminuta esfera de luz escapó de su piel y flotó hacia arriba, iluminando el refugio. Lumi extendió la mano, maravillado.

—Esto… esto no lo hacía antes…




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