••••••••••• Capítulo 20 •••••••••••
La casa estaba tranquila.
El calorcito de las lámparas de aceite iluminaba los rincones con un resplandor suave, y Aurelian dormía profundamente en su cuna, respirando con esa calma angelical que hacía temblar el corazón de Elián cada vez que lo miraba.
Los tres se inclinaron sobre el pequeño por última vez antes de irse.
—No puedo creer que esté tan tranquilo —susurró Auric, maravillado.
—Después de todo lo que pasamos hoy… —respondió Elián bajito— …se lo merece.
—Lo merecemos todos —añadió Lumi… y luego sonrió con una chispa sospechosa—. Aunque… tengo hambre.
Elián lo fulminó con la mirada.
—Lumi. No.
—¿Qué?
—Tú no entras a la cocina a esta hora.Olvidaste el desastre que hiciste hace tiempo.
—¡Fue hace meses!
—La mesa aún llora —murmuró Auric muy serio, dándose dos golpecitos en el pecho como si la sintiera dentro de su alma.
Lumi bufó.
—Exagerados.
Y así empezó la desgracia.
Elián suspiró, resignado.
—Está bien… pero haremos algo simple. Algo que ni tú puedas arruinar.
—Me subestimas —dijo Lumi con orgullo.
—Exacto. —respondieron Elián y Auric al mismo tiempo.
Decidieron preparar algo que parecía inofensivo: pan tostado con miel.
No magia.
No fuego azul.
No energía luminosa.
Solo pan. Miel. Calma.
Eso pensaron.
Apenas entraron en la cocina, el silencio sagrado de la noche comenzó a resquebrajarse.
Primero, Auric tropezó con nada. Con aire. Con la existencia misma.
Se tambaleó, trató de agarrarse, y terminó abrazando la pared con elegancia nula.
—Estoy bien —aseguró con dignidad inexistente.
—No te pregunté —dijo Lumi, tomando dos panes—. Pero buen intento.
Mientras tanto, Elián preparaba la tabla de madera, tratando de que nadie destruyera nada. Lumi, observando la tostadora como si fuera una criatura exótica, preguntó:
—¿Esto… siempre hace ese ruido cuando calienta?
—¿Qué ruido? —preguntó Elián.
PLOP.
La tostadora escupió el pan como si hubiera sido insultada.
—Ese —respondió Lumi.
Auric lo atrapó en el aire con reflejos sorprendentes.
—¡Lo tengo!
—Mira, sí tienes talento —dijo Elián.
Auric infló el pecho… y el pan se le resbaló de las manos y cayó al piso.
—Lo tenía… —corrigió con tono fúnebre.
Lumi se inclinó para recogerlo, pero cuando lo hizo, accidentalmente le pegó con el hombro a Elián, que terminó chocando con Auric, que terminó chocando con la mesa, que terminó moviéndose más de lo que debería para una mesa normal.
Hubo un segundo de silencio.
—Nadie respire —murmuró Elián.
La mesa crujió.
Y milagrosamente… no cayó.
Los tres suspiraron aliviados.
—Esto es ridículo —dijo Lumi.
—Sí —respondió Elián—. ¿Y de quién crees que es culpa?
—Del destino —dijo Lumi muy serio.
Auric asintió con solemnidad.
—Yo también culpo al destino. Es más fácil.
Elián, tomando el control, sirvió un poco de miel en un tazón pequeño.
—Listo. No toquen nada más.
—¿Puedo tocar el pan? —preguntó Auric.
—No.
—¿Puedo tocar la miel? —preguntó Lumi.
—Mucho menos.
Pero Lumi ya estaba acercando un dedo con expresión de niño curioso.
Elián lo miró con la ceja más levantada que había levantado en toda su vida.
Lumi se detuvo… pero ese gesto lo traicionó.
Un hilito de miel se deslizó por el frasco y cayó sobre la mesa.
Auric hizo un ruido de horror.
—¡No! ¡La mesa maldita! ¡Otra vez no!
—Relájate —dijo Elián, limpiando con un paño—. No va a explotar.
—¿Estás seguro? —preguntó Lumi, realmente dudando.
—No —admitió Elián.
Lumi intentó ayudar y… puso el dedo justo en la gota de miel.
Y sin querer, tocó a Auric con ese dedo.
Y sin querer, Auric tocó el borde del frasco.
Y sin querer, el frasco empezó a ladearse…
—¡NO! —gritaron los tres al mismo tiempo.
Elián lo atrapó con rapidez inhumana.
Silencio.
Luego, Lumi dijo:
—Esto es oficialmente la experiencia culinaria más peligrosa de mi vida.
—Solo tú puedes convertir un pan con miel en un evento traumático —respondió Elián.
Al final, después de quince minutos de caos, lograron preparar tres míseras tostadas, más o menos uniformes, más o menos limpias, más o menos dignas de ser llamadas comida.
Se sentaron alrededor de la mesa, respirando como si hubieran escalado una montaña.
Auric tomó un bocado.
—Está bueno.
—Gracias —dijo Elián.
—No hice nada yo, pero igual: gracias por dejarme existir aquí.
—Con gusto —respondió Elián con un suspiro.
Lumi le dio un mordisco al suyo.
—Creo que esto me devolvió diez años de vida.
—¿No eran diez los que te quitó la tostadora? —preguntó Elián.
—Nunca sabremos la matemática exacta de mis tragedias —respondió Lumi con dignidad frágil.
Los tres estallaron en risas, risas que llenaron la cocina más que cualquier luz.
Y cuando terminaron de comer, Auric se recargó en la mesa.
—¿Podemos aceptar que cocinar no es lo nuestro?
—Sí —respondió Elián.
—Jamás fue —añadió Lumi.
—De acuerdo —dijo Auric, levantándose—: entonces… ¿mañana pedimos comida?
—Pedir no es cocinar —respondió Elián.
—¡Por eso! —dijo Auric con los brazos arriba—. ¡Es perfecto para nosotros!
Lumi lo señaló muy serio.
—Auric, por fin has dicho algo verdaderamente brillante.
Y los tres se volvieron a reír.
La cocina quedó tibia y desordenada.
La noche, tranquila.
Y en la habitación contigua, Aurelian dormía sin saber que sus tres desastres favoritos habían sobrevivido a una tostada.
Era un caos…
pero era su caos.
Y esa noche, después de todo lo vivido, eso bastaba.
La noche seguía allí, suave, tibia, acompañando el silencio recién conquistado.
La cocina había quedado atrás, y los tres se encontraban en la sala, iluminados solo por el parpadeo lento del hogar encendido. Aurelian dormía; su respiración delicada era el único sonido constante.
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Editado: 12.12.2025