••••••••••• Capítulo 21 •••••••••••
Todos quedaron en shock.
Los hilos temblaron más fuerte.
Aurelian levantó las manos como si quisiera atraparlos.
La luz del vórtice se abrió.
Y en ese instante, la casa dejó de ser casa.
Los muros desaparecieron.
El techo se deshizo como papel antiguo.
El suelo se volvió translúcido.
Elián parpadeó, pero no supo si lo que veía era real o si su mente simplemente se rendía al abismo.
Los hilos de Ithil se extendieron ante él como un camino… un telar… un puente de luz suspendido sobre el vacío.
—Está abriendo una puerta —susurró Lumi con voz rota—. A Ithil.
—¿Qué hacemos? —preguntó Auric.
Lumi dio un paso adelante, tembloroso, pero determinado.
—Lo seguimos.
Aurelian estaba entrando al portal sin miedo alguno, arrullado por la vibración.
Elián lo sintió en sus huesos.
Era su hijo.
Pero también era algo más.
Algo que el mundo no estaba preparado para comprender.
—Voy por él —dijo Elián.
Y sin esperar más, dio el primer paso.
El suelo dejó de existir.
El mundo se dobló.
La gravedad tembló.
Y los tres —Elián, Lumi, Auric— fueron absorbidos por el resplandor, siguiendo a Aurelian hacia el corazón de Ithil.
Hacia el telar donde todos los destinos nacen.
Donde todas las posibilidades convergen.
Donde todas las preguntas tienen voz.
Y donde nada… absolutamente nada… permanece oculto.
La entrada de Ithil se abrió como un suspiro de luz antigua.
La entrada a Ithil no era una puerta.
Era una respiración.
El mundo había temblado, los hilos se habían manifestado como auroras que descendían desde el cielo nocturno. Y cuando los tres —Elián, Lumi, Auric— cruzaron el umbral donde la realidad temblaba, se encontraron entrando en un espacio que no parecía un lugar… sino un latido.
Una vibración profunda recorrió sus cuerpos.
La luz a su alrededor comenzó a trenzarse, a curvarse en patrones imposibles, como si mil constelaciones se hubieran convertido en hebras vivas. Todo olía a polvo estelar y a savia antigua.
Aurelian, sostenido por Lumi, dejó escapar un pequeño suspiro.
De sus alas salieron chispas suaves, doradas, casi tímidas. Como si él reconociera este lugar antes incluso de haberlo visto.
—¿Dónde… estamos exactamente? —susurró Auric, incapaz de ocultar la mezcla de asombro y miedo.
Elián no respondió de inmediato.
El aire tenía textura.
La luz… sonido.
El suelo era un tejido de hilos que parecían moverse bajo sus pies, como si respiraran. Cada paso hacía vibrar una nota distinta, como un arpa infinita.
Entonces una voz surgió desde arriba.
O quizá desde dentro de sus pensamientos.
—Bienvenidos a Ithil.
—El telar de lo que fue, lo que es… y lo que podría ser.
Lumi tragó saliva.
Sabía de Ithil.
Había oído historias cuando crecía en el Jardín… susurros, advertencias, mitos.
Pero verlo…
Era como entrar al corazón de un dios tejido.
De entre los hilos, tres figuras descendieron lentamente. No caminaban: flotaban, sostenidas por hebras de luz que se enroscaban en ellas como serpientes mansas.
Eran las Tejedoras.
Cada una distinta.
La primera tenía cabello hecho de polvo dorado, ojos que parecían ver únicamente hacia atrás: memorias, pasados, ecos antiguos. Vestía un manto de escenas borrosas que se movían como sombras atrapadas.
La segunda tenía cabello traslúcido, blanco, como agua viva. Sus ojos eran espejos que reflejaban exactamente lo que veías, como si representara el presente en su forma más pura y desnuda. Sus manos eran firmes, rápidas, precisas.
La tercera…
La tercera era imposible de mirar directamente.
Su cabello parecía estar compuesto de miles de hilos que aún no existían. Su rostro cambiaba cada parpadeo. Y sus ojos… eran como agujeros diminutos en la existencia, ventanas a futuros múltiples donde ninguna forma era definitiva.
Elián sintió la garganta cerrar en un nudo.
La Tejedora del Futuro los observaba.
—Han llegado en un momento de gran tensión, dijo su voz, que sonaba como una melodía quebrada en cien tiempos simultáneos.
Auric tomó la mano de Lumi, inconsciente del gesto, buscando estabilidad.
—Nosotros… —Elián comenzó— no venimos a alterar nada. Solo seguimos los hilos, ellos nos trajeron aquí.
Los hilos a sus pies parpadearon como si confirmaran sus palabras.
La Tejedora del Presente habló entonces:
—Aurelian.
Su voz fue suave, casi maternal.
—El corazón luminoso nacido del cruce que nunca debió ser… el niño que cargará los ritmos cuando sean arrancados del mundo.
Lumi bajó la mirada hacia su pequeño.
Aurelian lo miró de vuelta…
y sus alas se abrieron.
Fue un gesto instintivo.
Pero no pequeño.
Una ráfaga de luz dorada se extendió desde él, golpeando suavemente a los hilos a su alrededor. Y los hilos… respondieron.
Se tensaron.
Se iluminaron.
Se estremecieron como cuerdas afinándose.
Las tres Tejedoras retrocedieron medio paso, sorprendidas.
La del Pasado habló con voz reverberante:
—Este niño… ya ha sido tocado por algo que no pertenece al hilo original.
—¿A qué te refieres? —preguntó Lumi con un temblor.
La Tejedora del Futuro levantó la mano.
Los hilos sobre sus cabezas comenzaron a girar, creando un remolino que proyectó formas en el aire: patrones, sombras, escenas que todavía no existían.
—Hay una ruptura. No pequeña. No sutil. No accidental.
Los hilos temblaron.
El aire vibró.
Auric sintió un pinchazo en el pecho.
Elián apretó los dientes.
—Una ruptura mayor, continuó.
—Una que no debería haber ocurrido en ningún destino posible.
Lumi dio un paso adelante, casi temblando.
—¿Una ruptura… en dónde?
—¿En los hilos del mundo?
—¿En el Jardín?
—¿En Ithil?
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Editado: 12.12.2025