Tres meses llevo ya sin probar bocado, y cada día me encuentro mejor. Pasado el primer mes el síndrome de abstinencia ya no es tan alto.
Ahora hasta consigo comer carne animal no muy hecha. Claro que obviamente esto sólo me sirve como distracción, no sacia mi hambre y mucho menos mi sed, pero me mantiene fuerte y ágil, más incluso de lo que he estado nunca: el hecho de no estar completamente lleno o satisfecho me hace estar más alerta, siempre buscando nuevas formas de distraerme o buscar alimento. Mis instintos primarios están cada vez más despiertos: mi magnífico oído se ha desarrollado todavía más, ahora puedo escuchar el ligero aleteo de una paloma a diez kilómetros de distancia, todo un record para mí. También mi visión y mi velocidad han aumentado, pero lo que más ha mejorado es mi rostro: mi mandíbula luce fuerte, mis pómulos marcados y mis ojos de un ligero color avellana totalmente natural; mi nariz sigue torcida como siempre (maldito Will... Nunca le perdonaré que me rompiera la nariz... Y todo por una apuesta. Qué imbéciles somos cuando somos adolescentes...)...
Pero esto no siempre fue así. De hecho hasta que no pasó aquello...
Pero empecemos por el principio:
Mi nombre es Kenneth, soy el hijo número 136 de Elia. Elia es todo, es la madre, es quien fundó esta ciudad que lleva su nombre (por supuesto), y todos los que aquí vivimos somos sus hijos de sangre: los elianos, nos llaman. Ella nos dio la vida y nos dio nuestro hogar, y por ello es alabada a diario en las eliadas... Pero hay un pequeño inconveniente: Elia tiene muy pocas hijas. Por cada veinte hombres existe una mujer. Ya os podéis imaginar la problemática de la situación...
Al principio de los tiempos, cuando Elia era una ciudad reciente, el deseo por las mujeres era intenso, provocando enfrentamientos entre los hombres y agresiones a las mujeres.
Uno de los elianos se coló por la ventana de la casa de una eliana, y pese a que ella lo rechazó incontables veces, él no se detuvo hasta violarla. Obviamente este incidente supuso un antes y un después en Elia.
El susodicho, llamado Quirón, fue condenado a muerte y ejecutado. Y se creó el Palacio Real Eliano, una fortaleza de extrema belleza en la cual habitan todas las mujeres de Elia.
A mi forma de ver, me parece una injusticia hacia las mujeres: un hombre llega, te viola en tu propio hogar, y a ti te encierran en un castillo... Sí, disponen de todas las comodidades y lujos, pero no disponen de libertad. Y eso nos lleva a otro tema delicado... Pues sólo serán libres el día que se casen y formen una familia... Y adivinad cuántas mujeres casadas tenemos en Elia... ¡Pues ninguna!
¿Cómo van a enamorarse de alguien si todos los hombres tenemos prohibida la entrada?
Ni siquiera nos dejan acercarnos a menos de cincuenta metros de la entrada... Ciento treinta guardias reales se aseguran de que ninguno de nosotros se acerque demasiado.
Y así es que casi ninguno de nosotros recuerde cómo es una mujer... A parte, claro está, de nuestra madre, cuyo rostro adorna todas y cada una de las vallas publicitarias que tenemos en Elia. Su imagen se utiliza para absolutamente todo, desde anuncios de champú hasta neumáticos para coches... Todo, absolutamente todo, lleva su imagen o su nombre. En Elia somos así de originales...
–¡Kenny! Tío, ¿vas a bajar ya? –me grita Will desde la calle.
–¡Will, eres un grano en el culo! –le grito yo desde la ventana. Y Will, tan odioso como divertido, sonríe exclamando:
–Date prisa Principito, que a John no le gusta esperar...
–¡John no es mi problema, sino el tuyo!
John es uno de los jóvenes elianos. En Elia se nos separa por edades: están los bebés, que permanecen en el castillo de las eliadas, donde las mujeres les dan sus cuidados hasta que alcanzan los tres años de edad. Es entonces cuando todos los niños son trasladados a las infancias, mientras que las niñas se quedan en el castillo para no salir nunca más.
Las infancias son grandes edificios dotados de escuela, casas, restaurantes... Todo lo necesario para vivir, pero con una fuerte seguridad. No se les permite salir de las infancias hasta cumplir los quince años.
A los quince pasan a las llamadas adolescencias, grandes residencias de jóvenes. Éstas están completamente abiertas y hay libertad para entrar o salir. Allí se les asigna un cuidador que velará por que el joven acabe sus estudios, escoja un trabajo y encuentre un hogar. Para esto dispondrá tres años.
A los dieciocho todos los jóvenes son desalojados. Los que no han conseguido alguna de las cosas mencionadas se convierten en rechazados (gente sin hogar que malvive en los suburbios de la ciudad).
John es el ahijado de Will, y está a punto de cumplir los dieciocho. Una vez cumplidos, Will podrá o no volver a ver a John, eso depende de cómo haya sido su relación y cómo congenien ambos. Normalmente se crea una amistad que perdura en el tiempo. Y en el caso de Will y Jonh su relación va más allá de la amistad...
–¡Date prisa! –Vuelve a gritarme.
–¡Ya bajo, impaciente!
Me apresuro a coger la chaqueta verde desgastada y salgo volando de mi apartamento saltando de dos en dos las escaleras del edificio. El sol me cegó por un momento al llegar al portal.
–¡Ya era hora, hombre! John estará histérico, tiene que conseguir ese piso sí o sí.
–Tampoco he tardado tanto. Y no te preocupes por John, ese crío tiene un encanto desmesurado, siempre consigue lo que quiere con sólo sonreír.
–Deja de alabarlo o me pondré celoso...
–¿Acaso no es verdad? Ha conseguido enamorar al más frío de todos los elianos, ese que rompía narices por una chocolatina...
–¡Maldito seas! ¿Es que nunca me lo vas a perdonar?
–¡Nunca! –Exclamé, y Will estalló en carcajadas contagiándome a mí inmediatamente.
–Y por cierto, ¿qué hay de ti? –preguntó, logrando que mis carcajadas se cortaran en el acto.
–¿A qué te refieres?
–Pues que ahora te has quedado con el título del eliano más frío de toda la ciudad.
–Ya estamos... Will, no necesito tener pareja, estoy bien así...
–Yo también pensaba como tú, pero ahora... Después de conocer a John no sé si sería capaz de volver a estar solo como vivíamos antes...
–Pues no lo hagas...
–Tío, deberías darte la oportunidad... No te haces una idea de lo solo que estás hasta que compartes tu tiempo con alguien...
–Yo ya comparto mi tiempo con vosotros, no me hace falta compartir nada más. Y no pienso tener pareja Will, deja ya el tema.
–Tío, ¡es que de verdad eres tonto! No podía decírtelo, pero te lo voy a soltar…: John ha reservado en el Lucius esta noche para celebrar la adquisición de su nuevo piso.
–¡Vaya tío! Lo dicho, ese crío siempre consigue lo que quiere. Pero sabes que yo ya no me alimento así.
–Ya se lo he dicho, pero me ha convencido... Es su primer piso y quiere celebrarlo como se merece... Acuérdate la que montamos nosotros cuando salimos de las adolescencias...
Los recuerdos inundan mi mente, sin duda fue una fiesta que se alargó toda la noche: mucho alcohol, mucha comida fresca, mucho sexo (la imagen de Will arañando la espalda de Trix nada más abrir mis ojos al día siguiente aún me persigue)...
–Vale, está bien. Iré con vosotros al Lucius, pero no pienso probar bocado.
–¡Así me gusta! Además, va a ser algo íntimo. Sólo nosotros y Rudy.
–¿Rudy? ¡Ah no...! Dile a John que se le quite esa idea de la cabeza, no va a emparejarme con Rudy.
–Pero si ese muchacho te adora...
–Ese es el problema: que él me adora, pero yo a él no.
–Lo que pasa es que eres un romántico… Seguro que aún tienes la esperanza de que ocurra un milagro y dejen salir a las mujeres del palacio para que podamos casarnos con ellas...
–Sé que eso no va a ocurrir. Pero tío, he estado pensando...
–Esto no me va a gustar...
–¿Cómo puede nuestra madre engendrarse si ningún hombre puede entrar al castillo?
–¡Es la Madre! Ella no necesita de ningún hombre para darnos la vida.
–Y entonces, ¿por qué sus hijas sí? ¿Por qué sus hijos necesitan a una mujer? ¿Acaso todos somos sus hijos? ¿O sus hijas también pueden haber engendrado ellas solas a muchos de nosotros…? Míranos Will, algunos somos tan distintos unos de otros...
–¡Blasfemias, Kenny! Deja de decir esas locuras o harás que nos cuelguen.
–Pero tú sólo piénsalo, ¿vale? Hay algo en todo esto que no nos están contando.
Su silencio se prolongó durante todo el camino. Al notar que uno de los guardias nos seguía esperaba que no me hubiera escuchado, pues de ser así mañana mismo estaría siendo ejecutado. Por suerte en la tercera esquina dobló hacia la derecha, dejándonos con un gran alivio.
–¡Uff! ¡Casi me da un infarto, imbécil! ¿Cómo se te ocurre hablar de estos temas en la calle? ¿Estás loco acaso? Espero que esta noche tengas temas más amenos de los que hablar...
–Lo siento tío, me he dejado llevar, pero por suerte sólo ha sido un susto.
La mirada de reproche de Will no se hizo esperar, pero justo en ese momento su mirada se desvió y se iluminó: