— ¿Te gusta tu vida?
—Bastante, el FBI fue mi sueño siempre. Como papá trabajò allá entrar a la academia en Quantico Virginia, ingresar fue sencillo.
—Nunca entendí porque, siendo estadounidenses decidieron vivir acá en el país.
—Mamá era tica, papá vino a este pais durante su luna de miel y se enamoró. Cuando mamá murio en el accidente de transito pensó que lo mejor era criarme acá, Claro que se iba a Estados Unidos muy seguido pero ya trabajando como asesor y no como agente. Para poder quedarse conmigo estableció una especie de agencia y de allá enviaban novatos a entrenarse en las selvas de Costa Rica.
—Debe sentirse bien ser tú.
— ¿No te gusta tu vida?
—No es eso, pero me gustaría que mis padres se interesaran más por mí que por su vida social.
—Te aman, Eli.
—A su manera, pero siempre la pasan en el club o recibiendo amigos. Aún no sé por qué me tuvieron. Alejandro Morales y Daniela Ruiz tienen demasiado que hacer como para que su hija se les atraviese en el camino.
— ¡No digas esas cosas!
—Mamá se embarazó por accidente, ¿qué mujer a los cincuenta y tres años se preocupa por eso? Detodas formas solo quieren jugar golf o canasta en el club.
—Pero tus padres son bastante vitales aún.
—Lo sé pero... no si se refiere a mí, pasé la vida entre niñeras, viéndoles marcharse con sus amigos. ¿Acaso no recuerdas la fiesta de cumpleaños que hicieron para mis catorce? Fue un desastre absoluto.
—Nunca entendí eso, cuando llegué esperé ver amigos tuyos pero el lugar tenía solo gente mayor.
—Según mi padre ya estaba en edad de actuar como heredera de su imperio. Por suerte llegaste para charlar conmigo. Tampoco tenía amigos, sus socios tenían hijos y ni con ellos podía jugar.
—Papá le reclamó eso a lo largo de los años. Comprendía que te habían tenido siendo bastante mayores, pero no aceptaba el aislamiento al que te sometieron. Además esta propiedad podría conservarla y añadirla a tu herencia.
—Papá cree que debo ganarme las cosas. Hace un par de meses me dijo que si la quería podía pagársela. Como obviamente es una suma impagable ayer formalizó la venta.
— ¿Tío Alejandro dijo eso? Es absurdo.
—No para él. Recuerda que me ve como un débil eslabón en su árbol genealógico. Siempre deseó un varón y cuando habían abandonado la idea de tener hijos nací yo.
—Elisa, no sé qué decir.
—No digas nada. Hay algo que de todas formas nunca comprendí muy bien. Tío Ignacio tiene tan solo cincuenta y seis años, por eso me cuesta imaginar cómo es que se lleva tan bien con papá que pasa de los setenta.
—Se hicieron amigos cuando nos mudamos a este barrio, Papá siempre fue un alma vieja y encajaron de inmediato. Yo visité esta casa muchas veces.
—Imagino que la pasaste bien.
—Ni tanto, no tenía con quien jugar.
—Papá te mostró todo sobre su empresa, eras el hijo que nunca tuvo.
—No es cierto.
—Hay tantas cosas que no sabes.
—No estés triste.
—No lo estoy, me acostumbré a ello desde pequeña. Cuando te marchaste a uno de esos campamentos para los hijos de los agentes, se quedó deprimido. Aquella vez cumplí ocho años y tu dieciséis, me dijo que cuando mamá quedó embarazada estaba eufórico ya que ansiaba alguien como tú, pero que en la vida muchas veces las cosas no salían como uno quiere. Me dijo que siempre pensó que te atraería su negocio y que quizás lo heredarías algún día.
— ¿Cómo pudo decirte eso? ¿O tan siquiera pensar que aceptaría heredar lo que por derecho es tuyo?