Elisa vivía su propio infierno, los pequeños abusos de su esposo se tornaban cada vez mayores. Ya ni siquiera podía ponerse un traje de baño pues su espalda estaba cada vez más llena de marcas.
Los cigarros eran su forma perfecta de enseñarle quien estaba a cargo. Muchas veces pensó en pedir ayuda pero sus padres le dirían que había fracasado y eso la aterraba. Aprovechando que Sebastián estaba en la ciudad, Manuel organizó una cena para mantener apariencias. Durante la misma, Elisa se mantuvo silenciosa alegando que estaba cansada. Fue tarde aquella noche que supo, le iban a golpear.
—Estúpida, con tu actitud has levantado más sospechas.
—Lo siento.
—Tendré que castigarte.
En ese momento extendió sus brazos para protegerse de los golpes. El cinturón le dio a lo largo del cuerpo en al menos seis ocasiones. Minutos después Manuel abandonó la casa pues después de cada golpe iba en busca de flores para pedirle perdón. Elisa se puso de pie con mil costos y se acercó al baño, con movimientos torpes y lentos debido a los golpes sacó fotografías de sus lesiones. Luego pudo apoyarse en la pared mientras llenaba la tina y así con el agua calmar el dolor.
Después de unas horas Manuel volvió a casa y al verla tan golpeada se puso a llorar. Algunas veces era como tener una doble personalidad y lo odiaba pues lastimaba a Elisa sin razón alguna. Poco después fue al médico quien comenzó a tratarle para la bipolaridad y la vida de ambos inició una calma absoluta.
Elisa se alegraba por él pero no lo amaba más, ese sentimiento había muerto durante cada golpe recibido, pero le aterraba pedirle el divorcio y desestabilizarlo por lo que se quedó a su lado tres años más.