Sebastián llegó a la alcoba de Elisa, abrió la puerta sigilosamente y la vio durmiendo, se veía tan joven y vulnerable que le hervía la sangre de pensar el infierno que aguantó sola. En aquellos años estaba en medio de noviazgos pasajeros y de su entrada a Quántico. Debería haber hecho caso a sus instintos ante los cambios que ella presentaba.
Pero sus obligaciones eran muchas lo que unido a su inexperiencia ante casos de abuso causó que al final no investigara. No había estado allí para Elisa antes, pero a partir de ese momento se juró a sí mismo, mantenerla a salvo. Se marchó segundos después, analizaría todo con su padre y luego mantendría una charla con la pequeña.
Mucho más tarde aquel día a solas, Sebastián se dedicó a analizar todo. La nota que tenía en sus manos justificaba el miedo de sus tíos. Mientras la leía nuevamente, comenzó a preparar a su equipo, la cacería estaba por iniciar. Su equipo en USA estaba de permiso en el pais, los mimebros de la policia de CR sabian de la presencia del FBI en el pais y habian aprobado todo.
Por su parte Ignacio analizaba el cuadro completo de nuevo, un par de días después. Su ahijada era asombrosamente hermosa, con su metro setenta de altura, unos hermosos ojos azules enmarcados por unas espesas pestañas tan rubias como su cabello.
Ágil como bailarina, se movía con una elegancia, gracia y soltura dignas de la clase alta a la que pertenecía. Pero la belleza era externa al menos en su caso pues el bastardo había logrado dañar su autoestima fuertemente.
Ella actuaba casi igual que siempre salvo por sus ojos. En ellos había muchísimo miedo, del que corroía las entrañas. De no ser porque sabía que entre ella y su hijo no había romance juraría que Sebastián actuaba como un enamorado.
Claro que la quería como a una hermana y eso sería perfecto para lidiar con el bastardo. Ignacio tenía secretos, nadie podía saber que matar al tipo era su principal misión. Sus años en el FBI le habían dado las herramientas necesarias para hacer el trabajo rápida y limpiamente.
Obviamente destrozaría todos los códigos morales y éticos que se labraban allí, incluso rompería palaras de honor que él mismo había inculcado a sus estudiantes. Pero una tragedia personal le había hecho abandonar el FBI pocas semanas atrás. Secretamente llevaba una empresa desde hacía varios años, dimitir únicamente le brindaba más tiempo. Ni siquiera se lo había comentado a Sebastián pues era un tema muy serio.
Actualmente tenía a su lado un grupo de hombres que trabajaban como mercenarios, muchos les criticaban por venderse al mejor postor, pero si se analizaba a consciencia, era algo bueno pues eliminaban escoria.
Desconocía si otros mercenarios trabajaban igual que él pero nada le detendría, en especial tras conocer sobre lo sufrido por su ahijada. El mundo solo podría compararse con una jungla donde la ley del más fuerte resultaría la única válida y eso hacía que su empresa fuese la más exitosa.