Elisa tenía un vendaje en la cabeza y el pie. Se veía muy frágil y él se sintió con deseos de tener frente a si al pendejo. A pesar de que había sido afortunada y no tenía nada serio, el medicamento para el dolor le mantenía aun dormida. Sebastián llevaba bastante rato sentado cuando abrió los ojos.
—Hola pequeña.
—Hola.
—Si haces una acrobacia como esa nuevamente, me vas a ver realmente molesto. No solo fue temeraria sino estúpida.
—No podía dejarle matarte, no por mi culpa.
Sebastián se sentó con ella en la cama y la abrazó con cuidado para no causarle dolor.
—Cielo, esto no es tu culpa.
—Es a mí a quien busca.
—Está loco. Por suerte no te pasó nada pero no volverás a casa de tus padres.
— ¿Dónde voy a ir?
—A casa de papá y mía.
— No... si él nos sigue vas a llevarle hasta allí.
—Elisa, después de este ataque va a intensificar su juego. No puedo protegerte en casa de mis tíos, además nuestra casa cuenta con todas las medidas de seguridad posibles, trabajé en ello estos días.
—Por eso no te había visto.
—Sí, nada de lo que le dijiste a mi padre en la cafetería fue cierto. Te amo como a una hermana Eli, déjame protegerte.
—Bien, de acuerdo.
—Es muy sensata esa forma de pensar.
—No quiero morir.
—No vas a morir Eli. Te lo juro.