-Alteza, dijo una doncella. La Reina quiere hablar con usted. Yo prepararé las maletas.
-Que maletas?
-Princesa, ahora os lo contará su Majestad. Está en el salón.
Bajé las escaleras con mi pequeño Jorge en brazos y la encontré junto a mi madre en el salón.
-Me habéis llamado?
-Si, toma asiento. Quería decirte que nos vamos a la corte, esta misma tarde.
-Muy bien, prepararé las cosas de mis hijos.
-No, dijo la Reina. Tus hijos se van con tus padres a su casa. Pensamos que es mejor ya que tu deberías ocuparte de tus nuevas obligaciones.
-Y quiénes tuvisteis tan maravillosa idea? pregunté irónicamente.
-Yo y mis padres, dijo Duncan al entrar y escuchar mi pregunta.
-Y a mi no se me debe consultar? También son mis hijos.
-Por ahora así será. Despídete de ellos si quieres que se marchan antes que nosotros.
-Tu no vienes? No te vas a despedir de tus hijos?
-Ya lo hice.
Me fui a la habitación donde estaba ya todo preparado para su marcha. Con lágrimas en los ojos los besé y abracé. Inspiré su aroma y también me quedé con una muda de cada uno.
Una doncella se los llevó. No pude bajar a despedirme de ellos en la puerta, tal y como indicaba el protocolo. Dolía demasiado. También me sentía traicionada por mis padres.
Paso toda la tarde y también debíamos poner rumbo a nuestro destino. Subí a la carroza donde esta vez ni mi marido y tampoco el Rey cabalgaban.
-Elizabeth, dijo la Reina, a partir de ahora ninguno de nosotros, de echo nadie, podrá llamarte Beth. Solo tu marido cuando estaréis en vuestros aposentos y nadie os escuche.
Asentí.
-Se ha terminado el no bajar a recibir o a despedirte de las personas. Es una falta de respeto.
Asentí.
-Se han terminado los berrinches y los desplantes a tu marido. En vuestra habitación podrás dormir en el suelo si quieres por que a nadie le importará pero en la corte se ha terminado.
-No habrá una habitación nuestra, dije.
-Si, la habrá y más vale que tengáis otro niño, la gente rumorea de que estáis mal.
-Es que lo estamos, volví a decir.
-Basta ya Elizabeth, dijo Duncan. Un matrimonio roto y más nosotros, aparenta un reinado roto. Solo te están ayudando.
-El primero que no ayuda eres tu y recibir ordenes tampoco es de gran ayuda.
-Me da exactamente igual niña, por que eso es lo que eres, una niña. Me casé con una niña no con una mujer.
-Vale ya, gritó el Rey. Esto es lo que exactamente os decimos que no debéis hacer. Sois los futuros reyes y dais vergüenza con vuestro comportamiento. Duncan, asume las consecuencias de tus actos y tus errores. Elizabeth, te estamos dando unos consejos para que ni tu y tampoco nosotros escuchemos habladurías. Ahora haced el favor de guardar silencio. Gracias.
Así pasamos todo el viaje en silencio. Al llegar a la Corte nos informaron de que Duncan y yo debíamos ir a visitar una escuela y luego un hospital infantil. Nos aseamos y salimos hacia la escuela donde todos estaban en fila esperándonos.
-Altezas, yo soy la directora de esta escuela. Soy Sor Encarnación.
-Buenas tardes, podemos pasar a ver las instalaciones, preguntó Duncan.
-Si Majestad. Princesa le gustaría ver antes a los niños? me preguntó al ver mi mirada perdida hacia un grupo de niños.
-Si, podríamos? pregunté mirando hacia Duncan que asintió.