Elizabeth Rouse y el Pacto de los Seis Tronos

Capitulo 4 Trono y Traición

El aire fuera de la Cámara del Consejo era frío y estancado, como el de una tumba. Elizabeth se detuvo ante las dos puertas monumentales de roble negro, cada una reforzada con bandas de acero y grabada con el Sello Real. A su lado, el Capitán Marcus Tulip se mantenía rígido, su rostro una máscara impasible. Era la primera vez que ella iba a entrar en este santuario de poder.

—¿Entiende por qué la odian, Su Alteza? —la voz de Marcus era un murmullo grave, no destinado a los guardias que flanqueaban la entrada—. No es personal. Para ellos, usted no es una niña. Es un cataclismo andante.

Elizabeth lo miró, esperando.

—Hace dos mil quinientos años —continuó el Capitán, sus ojos fijos en las puertas como si pudiera ver a través de ellas—, los Seis Reinos casi se aniquilan mutuamente por el control del Bloodstone. Nuestro reino, Aurel, fue el único que resistió, el único que prosperó. Cuando la Guerra de los Mil Años finalmente terminó, se firmó el Pacto de los Seis Tronos para asegurar una paz duradera.

Hizo una pausa, asegurándose de que ella comprendía. —Aurel les vendería el Bloodstone que necesitaran. A cambio, los otros cinco reinos jurarían no atacarnos jamás. Pero había cláusulas de sucesión para evitar que una sola familia, la suya, monopolizara el poder para siempre. Si un rey moría con un heredero varón, la línea de sangre continuaba. Si moría sin hijos, el Consejo elegiría un nuevo rey de entre las Casas Nobles de Aurel.

—Pero si el rey solo dejaba una hija... —susurró Elizabeth, los fragmentos de memoria encajando con las palabras de Marcus.

—Exacto —confirmó él—. La Cláusula de la Reina Solitaria. Para evitar que nuestro poder se perpetuara a través de matrimonios internos, la princesa heredera está obligada a casarse con un príncipe de uno de los otros cinco reinos. Su elección. Y su esposo no se convertiría en un simple consorte. Se convertiría en el Rey de Aurel.

Ahí estaba. El nudo del problema, la razón de su casi muerte.

—Si yo muero antes de casarme —dijo ella, más para sí misma que para él—, el Consejo nombra a uno de los suyos como rey. Aurel permanece independiente.

—Y si vivo y me caso —concluyó, su voz endureciéndose—, mi reino se convierte en un vasallo glorificado de una potencia extranjera. El trono de mi padre pasaría a manos de un extraño.

—Ellos ven ambas opciones, su muerte o su matrimonio, como un desastre —afirmó Marcus—. Pero su muerte es un desastre que pueden controlar. Un desastre que los beneficia. Su matrimonio, en cambio, es la subyugación de todo por lo que lucharon sus ancestros. Por eso quieren verla muerta. Para ellos, es el acto más grande de patriotismo.

Elizabeth asintió lentamente. Ahora lo entendía todo. El odio, la desesperación, la traición. No era solo codicia. Era un patriotismo retorcido y aterrador. Y le acababa de dar las herramientas exactas que necesitaba para negociar.

—Gracias, Capitán —dijo, su voz tranquila de nuevo—. Es bueno saber exactamente con qué clase de patriotas estoy a punto de hablar.

Se giró hacia las puertas. —Abran. La princesa ha llegado.

Las puertas de roble negro se abrieron con el lento gemido de la madera antigua y el metal. El aire que salió de la cámara era diferente: frío, quieto y con el olor a piedra sellada y a ozono mágico. Era un aire que no había sido perturbado por la luz del sol en siglos.

Elizabeth entró, y el mundo pareció contener la respiración.

La Cámara del Consejo no era un salón de juntas. Era un mausoleo del poder. Una sala circular perfecta, tallada en las entrañas de la montaña, sin ventanas al exterior. La única luz provenía de llamas encantadas que ardían en un tono azul pálido dentro de fanales de cristal, sin parpadear, sin proyectar sombras danzantes. El silencio era sepulcral.

En el centro, una gran mesa anular de piedra negra pulida, con el centro abierto, obligaba a todos los presentes a mirarse directamente. Sentados en doce sillas de respaldo alto, talladas con los blasones de las Grandes Casas de Aurel, estaban los hombres y mujeres que gobernaban el reino en la sombra. Elizabeth reconoció a algunos por los retratos y las memorias: el General Valerius, un viejo guerrero con el rostro como un mapa de cicatrices; Lady Cassia, la matriarca de la casa mercante más rica, con ojos astutos y dedos cubiertos de anillos; y presidiéndolos a todos, Eleazar Luer, una paciente araña en el centro de su tela.

Y en medio de la sala, sobre un charco de su propia sangre que manchaba la impecable piedra, yacía Lord Tiberius Krait, mutilado y jadeante, exactamente como ella lo había ordenado. Nadie se había atrevido a moverlo. Era un trofeo y una advertencia.

Al fondo, sobre un estrado de tres escalones, se alzaban tres tronos. El del centro, el más grande y majestuoso, era el del Rey. A su derecha, uno ligeramente más pequeño para la Reina Consorte. Y a su izquierda, el más modesto de todos, casi una simple silla ornamentada, el asiento del Heredero.

Todos los ojos la siguieron. Esperaban que caminara con la cabeza gacha y tomara su lugar designado, el del heredero, el de una niña esperando su destino.

Elizabeth caminó con paso lento y deliberado. El suave roce de sus zapatillas fue el único sonido que rompió el silencio. Pasó de largo el asiento del heredero. Ignoró el trono de la reina. Y sin vacilar, subió los tres escalones y se sentó en el trono central. El Trono de la Rosa. El asiento de su padre.

Era un trono inmenso para su cuerpo de trece años, pero no se vio pequeña. Con una calma que erizó la piel de los presentes, cruzó las piernas con una elegancia fluida y se recostó cómodamente, como si hubiera nacido para ocupar ese lugar.

Un hombretón de barba espesa, el General Valerius, se puso en pie de un salto, su silla chirriando contra la piedra. —¡Blasfemia! —rugió, su voz de trueno acostumbrada a los campos de batalla—. ¡Ese no es tu lugar, niña! ¡No te puedes sentar en el trono del Rey!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.