Por fin, el día del decimocuarto cumpleaños de Elizabeth había terminado. Y con él, el día del torneo comenzaba.
El Coliseo de Aurel no se parecía a nada que ella hubiera conocido en su vida anterior. No era una estructura de hormigón y acero, sino una maravilla de la magia y la ingeniería. En el centro de un valle artificial, una gigantesca plataforma circular de obsidiana pulida flotaba sobre un corazón de Bloodstone fundido, cuyo brillo carmesí se podía sentir como un latido cálido en el aire. Sobre esta arena, una cúpula de energía casi invisible brillaba bajo el sol, conteniendo el campo de batalla.
Alrededor de esta arena central, cientos de palcos de cristal flotaban en el aire como si fueran islas suspendidas en un mar invisible, cada uno protegido por su propia burbuja mágica. Eran constelaciones de poder y riqueza, donde nobles de los seis reinos se habían reunido para presenciar el espectáculo.
Elizabeth observaba todo desde el palco real, el más grande y lujoso de todos. Acompañada por la calma presencia de su tío Vincent y la sombra silenciosa de Sir Veldora, se sentía como una diosa observando el mundo desde los cielos. No solo estaba entusiasmada; estaba en un palco flotante con una visión perfecta, rodeada de manjares exquisitos, frutas que brillaban con luz propia y bebidas que cambiaban de color con su estado de ánimo. Si esto no era el lujo absoluto, no sabía qué lo era.
Dentro de cada palco, un gran cristal tallado mostraba el combate con una claridad asombrosa, una transmisión mágica en tiempo real. Magos de la Torre de Imágenes se encargaban de dirigir el espectáculo, cambiando ángulos, ampliando las expresiones de los combatientes y resaltando sus técnicas con estelas de luz de colores.
—Me pregunto cuál será el sistema de combate si son cinco participantes —comentó Elizabeth en voz alta, su voz una mezcla de curiosidad genuina y astucia calculada.
—Según las reglas oficiales —respondió Vincent, adoptando su tono didáctico—, cuando hay cinco participantes, se realiza un combate libre por puntos. Todos lucharán en la plataforma al mismo tiempo. El último que quede en pie, o el primero que acumule diez puntos por golpes efectivos o derribos, será el ganador.
—Ya veo… entonces será una gran oportunidad para observar qué tipo de magia y estilo de combate tiene cada príncipe —dijo ella.
—No necesariamente, princesa —intervino Veldora, su voz neutra pero firme, una dosis de fría realidad—. Al ser un combate de exhibición, es improbable que peleen en serio. Mostrarán lo básico para dar un buen espectáculo y medir a sus oponentes. Sus nobles no están aquí solo para alentarlos, sino para asegurarse de que no revelen demasiado de sus verdaderas capacidades antes de tiempo.
Elizabeth se sorprendió. Tenía sentido. Había pecado de ingenuidad. En este juego, incluso un torneo aparentemente directo estaba lleno de capas de engaño y estrategia. Miró a su caballero con un nuevo respeto. —Tu comentario es muy valioso para mí, Sir Veldora. Gracias por abrirme los ojos.
—Es un honor servirla, Su Alteza.
—Aunque el joven caballero tiene razón —añadió Vincent con una sonrisa—, la experiencia será enriquecedora. Ver a magos de reinos tan distintos enfrentarse ampliará mucho su visión sobre la versatilidad de la magia.
De pronto, un destello de luz en la plataforma central atrajo toda su atención. Uno a uno, en cinco puntos equidistantes, los príncipes se materializaron en destellos de luz de los colores de sus reinos: rojo sangre para Dren, blanco puro para Zerek, violeta arcano para Mayron, azul profundo para Narel y negro absoluto para Azrael.
El espectáculo estaba a punto de comenzar.
Un Mago Portavoz, ataviado con las túnicas ceremoniales de Aurel, se adelantó en una pequeña plataforma flotante junto a la arena. Alzó un cristal de amplificación y su voz retumbó con una claridad mágica por todo el coliseo.
—¡Su Alteza, damas y caballeros de los seis reinos! ¡Hoy, nuestros cinco valientes príncipes se enfrentarán en un combate de honor para dar inicio a la Sublime…!
Fue interrumpido.
Azrael von Fan Caelestis, que hasta ese momento había permanecido inmóvil como una estatua de obsidiana, levantó una mano. No fue un gesto brusco. Fue un movimiento lento, deliberado y lleno de una autoridad absoluta. Al instante, la voz amplificada del portavoz se cortó, ahogada por un silencio antinatural. El cristal en su mano se apagó.
Todo el coliseo, desde los palcos más altos hasta la arena, guardó un silencio atónito. Miles de miradas se clavaron en la figura solitaria vestida de negro.
—Lamento la interrupción —dijo Azrael. Su voz era tranquila, sin ayuda mágica, pero de alguna manera cortó el aire y llegó a cada rincón del estadio. Era una voz fría, elegante y final—. Por la presente, y en nombre de la Casa Real de Fan Caelestis, me retiro formalmente del Torneo de Selección.
Un jadeo colectivo recorrió las gradas. Incluso los otros cuatro príncipes lo miraron, sus expresiones una mezcla de confusión y sorpresa.
—El Reino de Solaris —continuó Azrael, su mirada helada fija en el palco real de Elizabeth— ejercerá su derecho, según el Pacto, a ser el último destino en la peregrinación de Su Alteza.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran. —Les deseo a todos un evento… revelador.
Sin esperar respuesta ni permiso, realizó una reverencia perfecta y cortés en dirección a Elizabeth, ignorando por completo a sus rivales. Luego, su figura pareció deshacerse, disolviéndose en una voluta de sombra que fue absorbida por el suelo de obsidiana, dejando tras de sí solo un silencio absoluto y miles de preguntas sin respuesta.
El caos fue inmediato. Los nobles murmuraban, el Consejo tuvo que suspender el inicio del torneo, y los magos de la transmisión luchaban por enfocar sus cristales en algo que no fuera el espacio vacío que Azrael había dejado.
Quince minutos después, el Mago Portavoz reapareció, su expresión profesional pero visiblemente tensa. —Damas y caballeros, les ruego disculpen la interrupción. Debido al inesperado abandono del príncipe Azrael, el formato del torneo será modificado.