Elizabeth Rouse y el Pacto de los Seis Tronos

Capítulo 21: Ciencia y Sueño

El Mago Portavoz hizo una pausa, permitiendo que la anticipación se asentara en el coliseo antes de anunciar con voz vibrante: —¡Y ahora, el segundo combate de semifinales! ¡El genio táctico del norte contra el enigmático prodigio del sur! ¡El Príncipe Zerek von Vireon contra el Príncipe Narel Vhalen!

Zerek se materializó en la arena con una precisión silenciosa, su traje blanco un punto de orden en el centro de la obsidiana. Narel, en cambio, apareció ya sentado en el borde opuesto de la plataforma, bostezando. Ni siquiera se puso en pie cuando sonó la señal de inicio. Desde el palco real, Elizabeth sintió que Narel le dirigía un perezoso saludo con los dedos, como si el combate fuera una distracción menor. Luego cambió su postura mirando a Zerek

Zerek no esperó. En el instante en que la campana sonó, su cuerpo se desvaneció, dejando tras de sí una estela de sombra arcana. Reapareció frente a Narel en un movimiento fugaz, un puñetazo directo a la cara, buscando un impacto limpio que lo dejara fuera de combate desde el primer segundo. Era la eficiencia personificada.

Pero entonces, como si el aire se cristalizara, un muro translúcido emergió de la nada. El puño impactó con un estruendo seco, como acero golpeando diamante. El cristal se hizo trizas, absorbiendo toda la fuerza del golpe en una explosión de luz.

En un movimiento fluido y casi coreográfico, el Narel sentado desvió el brazo de Zerek con un gesto tan suave que parecía una danza, mientras el muro cristalino que había recibido el golpe se desmoronaba. Zerek se percató que el que había desviado su golpe no era él. El cuerpo de Narel estalló en una lluvia de fragmentos de cristal brillante, había sido un clon perfecto.

Zerek giró sobre sus talones, alerta. El verdadero Narel estaba ahora de pie a sus espaldas, observándolo con una expresión somnolienta. —¿Y si te rindes ya? —preguntó Narel con voz lánguida, como si hablara entre sueños.

—¿Y por qué haría eso? —replicó Zerek, su voz un filo de irritación.

—No quisiera causarte demasiado daño —respondió Narel, con la misma indiferencia de quien sugiere cambiar de silla.

De pronto, el polvo brillante que había dejado el clon al estallar comenzó a moverse. Obedeciendo una voluntad invisible, se arremolinó en torno a Zerek en forma de espiral ascendente, un tornado de partículas de diamante que lo envolvió por completo, brillando con una luz hipnótica.

—Mi polvo de cristal es bastante dañino para los seres mortales —explicó Narel, como un profesor que dicta una lección básica—. Tan fino que puede infiltrarse por tus poros. Tan afilado que puede cortar tus arterias, tus órganos… incluso tu cerebro. De momento, solo estoy desgarrando tu piel. Es bastante desagradable, te lo aseguro.

Pero desde el interior del torbellino de cristal emergió una nube negra. Un humo denso, antinatural, con el olor a corrupción y a magia nigromántica. Zerek no estaba siendo desgarrado; había transmutado el arma de Narel en la suya propia.

—Un material fascinante —dijo la voz de Zerek desde el interior del humo—. Rico en sílice y carbono. Un catalizador perfecto.

De la oscuridad surgieron… esqueletos. Decenas de ellos, sus huesos no de calcio, sino de cristal negro y afilado, nacidos del mismo polvo maldito, se abalanzaron contra Narel con espadas corroídas y garras brillantes.

Narel, sin cambiar su expresión de aburrimiento, alzó una mano con desidia. Ante él, del suelo de obsidiana, se elevó una pared de cristal puro, un velo divino y translúcido que interceptó la carga de los esqueletos. Las criaturas de cristal negro comenzaron a golpear la barrera con una desesperación silenciosa, sus garras y espadas improvisadas creando una cacofonía de arañazos agudos sobre la superficie impecable, sin lograr hacerle ni una sola mella.

Y entonces, un destello.

Zerek apareció detrás del Narel que sostenía la pared, su movimiento un parpadeo en el tejido de la realidad. Llevaba una daga de energía en la mano, su hoja cortando el aire con un silbido. El filo rozó el cuello de Narel. Un corte limpio.

Pero no salió sangre. Solo una nube de polvo de cristal, que se extendió de nuevo sobre Zerek, adhiriéndose a su piel como una segunda capa brillante y abrasiva. El Narel que había sido atacado se deshizo en el aire como un sueño roto.

El verdadero Narel emergió de la propia pared de cristal como si fuera un portal líquido. Y esta vez, sonreía. —Vaya... eres el primer mortal que me obliga a transmutar mi polvo en un nuevo estado. Impresionante, lo convertiste en marionetas óseas para distraerme… y lograste cortarme el cuello.

—¿Cortarte el cuello? —Zerek alzó la vista, su sonrisa fría y llena de una confianza absoluta—. Eso fue solo la distracción.

Narel frunció el ceño. Y entonces… lo vio.

Desde la cúpula encantada del coliseo, las nubes artificiales se arremolinaron, oscureciéndose. El aire se cargó de estática. Y desde el cielo, una descarga eléctrica descendió como un relámpago con la forma de un dragón serpentino. El ataque cayó sobre la arena con una violencia atronadora, no donde estaba Narel, sino en un tercer punto, incinerando a otro clon de cristal que había permanecido oculto hasta ese momento.

Zerek aprovechó para romper las ataduras de polvo. Saltó hacia adelante, preparando su siguiente conjuro, seguro de haber diezmado las defensas de su oponente.

Pero todo empezó a girar.

La arena se convirtió en un laberinto de reflejos. Un salón de espejos sin orientación ni lógica. El suelo se volvió un mar de mercurio ondulante. El cielo se fracturó en mil pedazos, cada uno reflejando una versión distorsionada del combate. No había arriba ni abajo, izquierda ni derecha. Las leyes del espacio se desvanecieron.

—¿Recuerdas que el polvo de cristal puede afectar el cerebro? —dijo la voz de Narel, ahora resonando desde todas las direcciones a la vez—. Estás desorientado porque esas pequeñas partículas ya dañaron tu oído interno. Tu equilibrio ha colapsado. Pero también… estoy manipulando las señales ópticas que llegan a tu corteza visual. Lo llamo “Mundo Espejo”. ¿Te gusta?




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