Ella: a través de mis ojos

LA NIÑA DEL SALÓN DE AL LADO

Dicen que uno no recuerda los primeros momentos en los que ve a alguien que marcará su vida.

Yo sí lo recuerdo. Porque fue molesto.

Literalmente, estaba en el peor momento de mi día: a punto de entrar a clase de ética, con la cabeza medio explotada por el parcial de física, el estómago rugiéndome y un montón de mocosos de grados menores corriendo como si el colegio fuera un zoológico sin jaulas.

Odiaba los lunes. Pero ese lunes me la presentó.

La vi por primera vez en el pasillo del segundo piso, ese que da justo al salón de 10B. Yo venía caminando con mis audífonos puestos, la cara de fastidio de siempre, el morral colgado de un solo hombro porque el otro me dolía desde que el entrenador decidió que era buena idea hacer flexiones hasta vomitar.

Ella estaba sentada en el piso. Así, como si eso fuera lo más normal del mundo. Contra la pared, con las piernas cruzadas y una carpeta en el regazo. Tenía un esfero en la boca, los ojos muy concentrados, el pelo medio caído sobre las mejillas.

Ni siquiera la miré bien al principio.

Sólo pensé: ¿por qué rayos hay una niña de octavo sentada en el piso como si estuviéramos en primaria? Qué dramáticos se ponen los de grados menores cuando hay tarea.

Iba a seguir derecho. De verdad. Pero entonces uno de sus esferos se cayó. Rodó. Y fue a dar justo delante de mis pies.

Me detuve.

Ella levantó la vista. Y fue ahí.

No, no me enamoré. No soy tan predecible.

Pero sí me pasó algo.
Como un golpe, pero suave.
Como si me mirara por primera vez alguien que no tenía ni idea de quién era yo, y justo por eso... me estaba viendo de verdad.

Sus ojos eran grandes. Redondos. Ridículamente expresivos. Como si cada pensamiento se le saliera por ahí. Y detrás de los lentes, brillaban más.
Dios, esa mirada era una trampa.
Una mirada tan honesta que daba ganas de desviar la cara por puro instinto de autopreservación. Eran claros, una especie de azul y gris que quizás no lograba distinguir bien, pero que claramente resaltaban.

-Se te cayó -le dije, pateando suavemente el esfero hacia ella.
-¡Gracias! -respondió con una sonrisa. Una sonrisa genuina. Inofensiva.
De esas que no se ven mucho en este colegio.

Yo sólo asentí con la cabeza y seguí caminando.
Nada más.
Ni siquiera pensé en ella durante el resto del día.

...Mentira.
La volví a ver en el descanso.
Estaba con un grupo de amigas cerca de la cancha, todas riéndose por algo que probablemente no tenía la más mínima gracia.

Pero ella...
Ella se reía bonito.

Esa noche no me puse a stalkearla ni nada. Aún no sabía su nombre. Ni en qué salón estaba exactamente. Solo sabía que era menor, o eso tenía en mente desde que la vi. Por la pinta, por el uniforme bien puesto, por las manillas en sus muñecas, por esos aretes de corazón que seguramente solo ella tenía, por esa aura de niña buena que ya casi no se ve en la gente.

Al día siguiente, la volví a ver.

Y el siguiente.

Y el otro también.

No es que la estuviera buscando.
Es que... empezaba a notar cosas.

Que siempre tenía algo color pastel en sus útiles.
Que a veces caminaba tarareando bajito.
Que saludaba a la señora del aseo y a los porteros con más cariño que muchos profesores.

Era... ¿cómo decirlo?

Molesta.

Sí. Eso. Molesta.
Porque me hacía sentir cosas que no quería sentir.
Como ternura.
¡Ternura! Esa palabra ni siquiera está en mi vocabulario.

No entendía por qué la registraba tanto. Por qué la reconocía entre un montón.
Ella era de esas personas que uno no espera notar, pero termina haciéndolo igual.
Sin pedir permiso.

Yo no me enamoré de ella ese día.

Sólo la ubiqué.

Pero algo me decía que eso sería suficiente para que me volviera loco más adelante.

Todavía no.
Pero iba a pasar.

Esa niña ya tenía un plan, obviamente ella no lo sabía, pero estaba seguro de que iba a entretenerme un poco viendo como disfruta su patética vida de niña en el colegio.

Era difícil saber con certeza como era ella, solo se le veía alegre y la verdad es que molestaba, ¿Cómo mierda uno puede tener una sonrisa en el rostro todo el día y que se vea verdadera?

Quizás porque la de ella era verdadera.

O eso pensaba...

Dicen que uno no recuerda los primeros momentos en los que ve a alguien que marcará su vida.

Yo sí lo recuerdo. Porque fue molesto.

Literalmente, estaba en el peor momento de mi día: a punto de entrar a clase de ética, con la cabeza medio explotada por el parcial de física, el estómago rugiéndome y un montón de mocosos de grados menores corriendo como si el colegio fuera un zoológico sin jaulas.

Odiaba los lunes. Pero ese lunes me la presentó.

La vi por primera vez en el pasillo del segundo piso, ese que da justo al salón de 10B. Yo venía caminando con mis audífonos puestos, la cara de fastidio de siempre, el morral colgado de un solo hombro porque el otro me dolía desde que el entrenador decidió que era buena idea hacer flexiones hasta vomitar.

Ella estaba sentada en el piso. Así, como si eso fuera lo más normal del mundo. Contra la pared, con las piernas cruzadas y una carpeta en el regazo. Tenía un esfero en la boca, los ojos muy concentrados, el pelo medio caído sobre las mejillas.

Ni siquiera la miré bien al principio.

Sólo pensé: ¿por qué rayos hay una niña de octavo sentada en el piso como si estuviéramos en primaria? Qué dramáticos se ponen los de grados menores cuando hay tarea.

Iba a seguir derecho. De verdad. Pero entonces uno de sus esferos se cayó. Rodó. Y fue a dar justo delante de mis pies.

Me detuve.

Ella levantó la vista. Y fue ahí.

No, no me enamoré. No soy tan predecible.

Pero sí me pasó algo.
Como un golpe, pero suave.
Como si me mirara por primera vez alguien que no tenía ni idea de quién era yo, y justo por eso... me estaba viendo de verdad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.