Los profesores tienen la extraña habilidad de arruinar tu paz con una sola frase:
-"Hoy haremos una actividad en grupos... pero mezclados entre los tres décimos.";
En ese momento, supe que iba a ser un mal día.
La actividad era en el auditorio, con todas las filas de sillas puestas como si fuéramos a ver una
obra de teatro. Pero no. Íbamos a hacer un "taller de convivencia".
Sí.
Convivencia.
Esa palabra que usan los adultos para obligarte a socializar con gente que ni te cae bien ni te
interesa.
Y por supuesto, los grupos no los elegíamos nosotros.
Porque la vida no es justa.
Cuando dijeron "cada grupo tendrá cinco integrantes de diferentes salones", sentí el temblor.
Cuando dijeron que era por lista y que nos iban a asignar, quise fingir desmayo.
Y cuando dijeron "Ian Morales con..." y la siguiente palabra fue "Isabela"...
Bueno.
No lo voy a admitir, pero sí.
El corazón me dio un brinquito idiota.
Éramos cinco: Isa, yo, una niña que hablaba bajito, un man que parecía dormido con los ojos
abiertos, y otro que no paraba de hablar de videojuegos.
Y ella, claro. En el centro. Como si fuera la coordinadora emocional del grupo.
-¡Hola! -dijo, sentándose entre nosotros con esa energía solar que me dan ganas de ponerme
gafas.
Yo sólo levanté la vista para que supiera que la había oido.
Ella me sonrió como si eso fuera suficiente.
El taller era sobre "resolución de conflictos" (ironía pura, considerando que mi conflicto interior en
ese momento se llamaba Isa). Nos dieron una hoja con preguntas tipo "¿qué haces cuando alguien
te ofende?" y "describe una vez en que pediste perdón".
¿Qué clase de interrogatorio de terapia es este?
Isa empezó a leer en voz alta.
-¿Quién quiere responder esta? "¿Qué haces cuando alguien te saca de quicio?"
Te miro a ti, Isa.
Eso es lo que hago.
Pero no lo dije, obvio.
El que sí habló fue el man de los videojuegos, diciendo algo tipo "yo apago el juego y respiro
profundo". Qué valiente.
Después fue el turno de la niña bajita, que dijo que ella escribía cartas aunque nunca las
entregaba.
Interesante.
Isa dijo:
-Yo... respiro, me alejo un poco, y luego trato de entender por qué esa persona actuó así. Tal vez
está pasando por algo.
Y ahí va otra vez.
La chica compasiva del siglo.
La madre Teresa versión escolar.
Yo solo dije:
-Depende del día.
Ella me miró con una ceja levantada.
-¿Y en un mal día?
La miré de vuelta. Con esa cara que uso cuando quiero que la gente deje de hacerme preguntas.
-Evito hablar. No me gusta decir cosas que no quiero decir... pero cuando me buscan, me
encuentran.
Silencio.
Isa no dijo nada. Pero me miró.
Y esa mirada... no sé.
No era juicio.
Era como... comprensión.
Eso me molestó más.
Después del taller, teniamos media hora de descanso. Isa se levantó y fue directo a saludar a dos
niñas que no había visto en mi vida. Se reían, se abrazaban. Luego se acercó a un profe de inglés.
Luego a un man de once. Luego a otro de los de mi grupo.
Y ahí va de nuevo, socializando como si el colegio fuera una convención de fans suyos.
Yo me quedé en una esquina con mis audífonos, viendo el celular. No viendo su reflejo en el vidrio
de la ventana. No.
¿Qué tiene que hablar tanto con todo el mundo?
¿Por qué necesita tanta atención?
¿Por qué carajos me importa?
A lo lejos, la escuché decir:
-¡Uy, sí! ¡Me acuerdo de ti! ¿Cómo has estado? Me alegra verte otra vez.
¿Otra vez?
¿Quién es ese tipo?
Y lo peor... él la miró con esa cara de "ojalá me escribas por DM".
Mi estómago hizo una pirueta.
No.
No es celos.
Es... observación. Objetiva. Lógica.
Yo ni siquiera la conozco bien.
Cuando sonó el timbre para volver a clase, me crucé con ella en el pasillo. Caminábamos uno al
lado del otro por coincidencia.
Eso quiero creer.
-¿Te gustó la actividad? -preguntó Isa, como si no acabáramos de ser forzados a confesar
sentimientos a desconocidos.
-No.
Ella se rió.
-Yo sí la disfruté. Me gusta conocer a la gente.
-Ya me di cuenta.
Silencio incómodo.
Creo que fui más ácido de lo que debía.
Pero ella solo me miró de reojo.
-¿Eso es malo?
Me detuve un segundo.
Pensé en decir algo. Algo que la hiciera alejarse un poco. Algo que la pusiera en su lugar.
Pero no me salió nada.
Solo dije:
-No lo sé.
Y ella sonrió.
No sé qué me molesta más.
Si su forma de estar en todas partes, o el hecho de que yo... no puedo dejar de verla.
Y no, no me gusta.
Pero cada vez que Isa aparece, algo se mueve.
Y eso no me gusta nada.