Ella: a través de mis ojos

¿TIENES ALGÚN PROBLEMA CONMIGO?

La mayoría de las personas no se dan cuenta cuando me caen mal.
Isa sí.
Pero se lo toma como si fuera su misión personal cambiarlo.

Llevábamos tres semanas compartiendo algunas actividades del colegio por eso de los "proyectos
integradores". Adivina quién terminó otra vez en mi grupo.
Exacto.
Isa.
Y eso significa: risas, ideas ridículamente optimistas, papeles de colores, y frases tipo "¡vamos a
hacer esto divertido!" como si estuviéramos planeando una fiesta infantil en vez de una
presentación sobre biodiversidad.
Yo solo asistía, me sentaba al lado contrario de ella (siempre), y dejaba que mi cara dijera todo lo
que mi boca no tenía ganas de repetir.
El primer comentario pasivo-agresivo salió el lunes.
Ella estaba hablando con uno de los chicos y dijo:
-Podríamos usar una canción de fondo, algo alegre, como para enganchar desde el principio.
Yo, sin levantar la mirada, solté:
-Claro, y también podemos lanzar confeti y hacer una coreografía.
Ella me miró.
Sonrió.
-Uy, buena idea, Ian. ¿Tú bailas?
Sarcasmo bloqueado.
El miércoles, propuso hacer unas fichas visuales para repartir.
-¿No sería más útil un resumen en Word como la gente normal? -le dije, mientras sacaba mi
portátil.
-A veces lo normal aburre, ¿no? -respondió, dibujando una nubecita con carita feliz en la hoja.
Yo hubiera querido decirle que me aburría ella, pero... mentir tampoco es lo mío.
Y así iban todos los días.
Ella proponía.
Yo disparaba ironías.
Y ella respondía como si no entendiera el veneno. O peor, como si no le importara.
El jueves fue el colmo.
Estábamos decorando el mural del salón, y ella (obviamente) se ofreció para recortar y pegar todo.
Se ensució los dedos con colbón, le quedaron brillitos en las mejillas, y en una esquina escribió:
"Cuidar el planeta también es cuidar a los demás."
Yo lo leí en voz baja.
Me reí.

-¿Qué sigue, Isa? ¿Un arcoíris y una paloma de la paz?
Ella se giró, sin perder la sonrisa.
-Podríamos poner una, si tú la dibujas.
La miré fijo.
No entendía si de verdad no notaba que la estaba atacando sutilmente... o si me estaba venciendo
con su amabilidad crónica.
-¿No te cansas de actuar como si todo fuera lindo?
Ella dejó el marcador en la mesa. Me miró con esa carita suya, entre curiosa y paciente.
Y dijo algo que me desarmó:
-¿Tú no te cansas de actuar como si todo fuera horrible?
Silencio.
Durísimo.
No respondí. Me di la vuelta y fingí revisar el celular.
El viernes fue cuando pasó.
Estábamos guardando todo después del ensayo para la presentación, y quedamos solos, por pura
casualidad. Ella estaba recogiendo unas cartulinas y yo guardando cables. Nadie más en el salón.
-¿Te puedo preguntar algo? -dijo de repente, sin dejar de ordenar.
-Ya empezaste -murmuré.
Ella se rió bajito.
-¿Tienes algún problema conmigo?
La pregunta cayó suave. No como acusación, sino como una duda sincera.
Sin drama.
Sin enojo.
Sin necesidad de defenderse.
Y eso...
Eso me dolió más que si me hubiera gritado.
Me detuve.
No sabía si responder.
No sabía qué responder.
Ella me miró.
Sin juicio.
Sin miedo.
Solo... esperando.

-No -dije, por fin.
-¿Seguro?
-Seguro.
-¿Entonces por qué siempre me hablas como si te estorbara?
Boom.
Lo dijo con voz bajita. Casi temblorosa. Pero clara. Directa. Como quien está harta de fingir que no
siente.
La miré.
Y lo que vi no fue rabia.
Fue tristeza.
De esa que se esconde detrás de una sonrisa para que nadie se preocupe.
Y me sentí un idiota.
Tragué saliva.
Me pasé la mano por la nuca.
-No sé. Supongo que... me cuesta.
-¿Qué te cuesta?
No digas "ser amable", por favor, Ian.
-Hablar con personas como tú.
Ella frunció el ceño, confundida.
-¿Personas como yo?
-Que brillan todo el tiempo. Que les cae bien a todo el mundo. Que hacen todo con colorcitos y
entusiasmo como si nada les doliera.
Su cara cambió.
-¿Y eso te molesta?
Bajé la mirada.
-A veces.
Ella suspiró.
Pero no con fastidio. Con... pena. Como si yo fuera el que necesitaba comprensión.
Se acercó un paso.
-¿Sabes qué, Ian?
-¿Qué?

-A veces las personas que más sonríen son las que más necesitan que alguien se fije en lo que hay
detrás.
Y se fue.
Me quedé ahí, solo, con un marcador verde en la mano y una culpa que no sabía de dónde había
salido.
A mí no me gusta Isa.
Pero sí sé que no quiero que deje de hablarme.
Y eso... eso ya es suficiente para preocuparme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.