Me propuse a hablarle bien.
Duré exactamente dos minutos y medio.
Desde lo del salón, Isa y yo no volvimos a estar solos.
Y no porque yo lo evitara... bueno, un poco sí, pero ella lo hacía más consciente.
Ella andaba con su grupo de siempre, toda feliz, toda "buenos días profe" y abrazando gente. Y
yo... yo la miraba como un idiota desde lejos, sintiendo que me había ganado una tarjeta amarilla
en un partido que ni sabía que estaba jugando.
Así que el lunes, cuando la profe de ética (que era una de las profes que diría las actividades) dijo
que íbamos a hacer una entrevista entre pares -una conversación sincera sobre valores o algo así-,
decidí intentarlo.
-¿Quieres hacerla conmigo? -le pregunté.
Sí, yo.
Voluntariamente.
Sin ser obligado.
Ella me miró como si le acabaran de ofrecer una tostadora gratis.
-¿Contigo?
-Sí, conmigo. No muerdo. A veces.
Sonrió. Pequeñito.
-Vale.
Nos sentamos en una de las bancas del pasillo. Le tocaba a ella hacerme preguntas, y anotarlas.
Después me tocaría a mí.
-¿Qué valor consideras más importante en una persona? -leyó.
Fácil.
-La lealtad.
-¿Por qué?
-Porque la confianza se construye, pero con una traición se destruye en segundos.
Ella asintió. Apuntó.
La siguiente era más abstracta.
-¿Qué te hace sentir vulnerable?
Bum.
Esa no me la esperaba.
-Las preguntas de este tipo -respondí, serio.
Ella se rió, suavecito.
-¿Y algo más?
Ella.
Pero eso no lo dije.
Dije:
-No saber qué decirle a alguien que me cae bien.
Ella dejó de escribir.
Me miró.
-¿Y eso te pasa seguido?
-Solo una vez.
Silencio.
Sus mejillas se pusieron un poco rosadas.
Y eso me asustó.
Porque todo se volvió muy real, muy rápido.
Así que, como buen idiota, arruiné todo.
Cuando fue mi turno de preguntarle, quise... no sé, impresionarla, molestarla, probarla. Lo que sea
que justifique lo que hice.
Le leí:
-¿Alguna vez has sentido que te esfuerzas demasiado por agradarle a los demás?
Isa parpadeó.
-¿Perdón?
-Digo, ¿te has dado cuenta de que a veces pareces... demasiado interesada en que todos te
quieran?
Silencio.
Frío.
Ella no contestó.
Y ahí supe que metí la pata.
Trató de disimular, bajó la mirada y dijo:
-No sabía que esa era una pregunta. Pensé que era un juicio disfrazado.
Boom.
Yo quise arreglarlo. De verdad.
-No fue con mala intención...
-No lo dudo. Pero a veces el daño no depende de la intención, ¿cierto?
Me lo dijo con calma.
Con esa misma amabilidad que siempre tiene.
Y me dolió el doble.
Se levantó.
-Gracias por la entrevista, Ian.
Y se fue.
Mierda.
Denme un aplauso, soy el mayor idiota.
Yo solo quería acercarme.
Pero no sé cómo.
Cada vez que intento, la cago.
Y lo peor es que esta vez... no puedo dejar de pensar en su cara cuando le hablé así.
Cómo si se hubiera decepcionado, como si no se lo hubiera esperado, por Dios, soy Ian, obvio iba a
decir algo así, pero ¿porque me sentía así? Si siempre hago lo mismo, a niños y niñas por igual, casi
siempre espero la misma reacción, pero la de isa... La de isa fue distinta.
Ella no se enojó, no peleó, no buscó razones o insultó como alguien normal haría (yo). Ella me
miró, me analizó y se vio en su rostro como su corazón se presionó contra su pecho, como intentó
no decir nada y a la vez todo, se vio claramente que le había dolido, tan siquiera un poco, aunque
fingió que no, le dolió.
Y eso me dolió el doble a mi.
Pero a mí no me duele nunca nada...
Pero está vez, me dolió más que un poquito.