Hay personas que te gritan con silencio.
Isa aprendió a hacerlo.
Al día siguiente, Isa no me saludó.
Ni siquiera un "hola" con la mano.
Ni una mirada de las suyas, de esas que se quedan flotando unos segundos más de lo normal.
Nada.
Pasó por el pasillo como si yo fuera parte del decorado. Como una columna rota. O una de esas carteleras con avisos de hace seis meses.
No estaba enojada. No estaba triste.
Estaba ausente.
Y eso me dolió más que cualquier cosa.
Durante la clase, participó como siempre.
Se reía con los del fondo.
Le prestó colores a una niña de otro grupo.
Le hizo un peinado nuevo a su amiga con liguitas pastel.
Y yo... yo la miraba como si estuviera viendo una película que ya no me pertenecía.
Cuando salimos del salón, intenté hablarle. Caminaba con dos amigas, riendo de algo que no entendí.
-Isa -dije. Suavemente. Con voz normal.
Se giró. Me miró.
-¿Sí?
Me quedé en blanco. No había planeado qué decir. Solo... quería que me mirara de nuevo como antes.
-Lo de ayer... no quise sonar grosero.
-Lo sé, deja así, no te preocupes-respondió. Y sonrió.
Pero fue una sonrisa distinta.
Fría. Perfecta. De esas que se ponen por educación, no por emoción.
Y se fue.
La siguiente hora fue una tortura.
Isa estaba en la biblioteca con su grupo de proyecto, justo frente al mío. Pero nunca me miró.
Ni una vez.
Y eso es raro, porque ella siempre miraba. Aunque fuera por costumbre.
Aunque fuera para lanzarme esa mirada de "ay, tú otra vez".
Ahora, nada.
Y claro, como la vida tiene sentido del humor, se sentó junto a uno de mis conocidos: Felipe.
El que siempre quiere caerle bien a todo el mundo.
El que le hace reír a las profes con chistes tontos.
Y ella se rió.
Varias veces.
Una carcajada de verdad, de esas que le hacen cerrar los ojos.
Y yo...
Sentí algo en el pecho.
No sé si era celos, o rabia, o el eco de mi propia estupidez.
Pero quería levantarme, ir allá y decirle: "De verdad, ¿Felipe? ¿Ese payaso te hace gracia y yo no?"
Obviamente no lo hice.
Solo apreté el lapicero hasta que el resorte tronó.
Ese viernes, el profesor de historia anunció que había que armar nuevos grupos para una exposición.
Isa y yo caímos juntos otra vez.
Destino, karma, castigo divino... llámalo como quieras.
Nos tocó trabajar con otros tres estudiantes, pero Isa se organizó de tal forma que nunca quedara cerca de mí.
Cuando hablaba, lo hacía mirando a los demás.
Cuando escribía, se sentaba al extremo de la mesa.
Cuando yo opinaba, asentía sin comentar.
Y cuando nuestras manos se rozaron sin querer al alcanzar el mismo cuaderno, ella lo retiró como si hubiera tocado hielo.
-¿Todo bien? -le pregunté.
-Perfecto -dijo, sin mirarme.
Y ese "perfecto" me perforó por dentro.
Isa no me está ignorando por orgullo.
Lo hace por cuidado.
Porque me di cuenta, muy tarde, de que ya no quiere pelear...
Solo quiere distancia.
Quizás eso fue lo que me ardió más.
La gota final llegó al salir del colegio.
Estaba solo, esperándola.
Cuando la vi venir, me paré frente a ella. No había más gente. No había excusas.
-Isa, ¿podemos hablar? -dije.
Ella dudó.
Sus ojos grandes me miraron, como buscando algo en mí que ya no estaba seguro de poder ofrecerle.
-¿Para qué?
-Para aclarar todo.
-¿Todo qué, Ian? -preguntó, casi cansada.
-No sé... no quiero que esto se quede así.
Ella suspiró.
-Ian, tú dijiste que no sabías hablar con personas como yo.
-Sí, pero...
-Y después me hiciste sentir como si fuera una muñeca desesperada por atención.
Boom.
-Yo solo intentaba bromear... -dije, bajando la voz.
-Pues dolió. Y ya.
Y ahí estaba.
Isa no lloraba.
No gritaba.
No hacía dramas.
Solo decía dolió. Y ya.
Y eso... eso sí que me dolió a mí.
Me quedé en silencio.
Ella dio un paso hacia el lado para rodearme.
Pero antes de irse, se giró una última vez.
-¿Sabes qué es lo peor? -dijo, con esa voz suavecita que ella tiene cuando no está enojada, sino decepcionada.
-¿Qué?
-Que por un momento creí que tú eras diferente.
Y se fue.
Ahora es ella la que no quiere mirarme.
Ella la que prefiere fingir que no existo.
Qué ironía.
Justo cuando empiezo a darme cuenta de que ya no la veo como antes...
Es cuando ella empieza a volverse invisible para mí.