Ella: a través de mis ojos

NO ES TAN FÁCIL… ¿VERDAD?

Cuando uno quiere acercarse, el mundo parece más ruidoso.

Pero a veces... con que la otra persona escuche en silencio, ya basta.

Nunca he sido de pedir ser compañero de alguien.
Siempre me da igual con quién me toque en los proyectos. Hago lo mío, dejo que el grupo se organice y ya.

Pero esa mañana, cuando el profesor de historia dijo que íbamos a trabajar en parejas, lo supe.
Era ahora o nunca.

Busqué a Isa con la mirada antes de que él siquiera terminara de hablar.
Estaba sentada al lado de su amiga Clara, tomando apuntes. Su lápiz tenía una figurita colgando. Una estrella.

Me paré, disimulando lo más que pude el temblor ridículo en las manos.

-Profe -dije, fingiendo seguridad-, ¿puedo escoger yo mi pareja?

El profesor asintió sin mirarme siquiera.
Estaba ocupado cuadrando las instrucciones en el tablero.

Avancé entre los pupitres.
Casi podía escuchar cómo mi corazón me gritaba: "No hagas el ridículo, no hagas el ridículo, NO HAGAS..."

Y justo cuando estaba a tres pasos de ella, Felipe se adelantó.

Sí. Felipe.
El mismo de la risa chillona.
El mismo con quien Isa se rió en la biblioteca hace unos días.

-¿Isa? -dijo él-, ¿te parece si trabajamos juntos?

Ella alzó la vista.
Se le notaba la duda en los ojos.
Un segundo. Solo uno.

Y ahí fue cuando la cagué.

Me detuve.
No dije nada.
No interrumpí.
Solo giré como si hubiera olvidado lo que iba a hacer.

Me senté de nuevo.

Como un cobarde.

No sé por qué me afectó tanto.

Supongo que pensé que si me acercaba primero, ella me diría que sí.

Pero Felipe llegó antes.

Y yo... fui lento.

Toda la clase me sentí desubicado.

Isa no hablaba fuerte. No se reía tanto como otras veces.
Pero sí hablaba con él.
Asentía. Dibujaba esquemas.
Le explicaba cosas con esa paciencia que a veces me sacaba de quicio... porque no era para mí.

Y sin embargo, hubo un momento.

Uno muy pequeño.
Uno que casi se me escapa.

Mientras yo miraba mi hoja en blanco, sintiéndome completamente estúpido por no haber hecho nada, alcé la vista un segundo.
Y ella ya me estaba mirando.

No con burla.
Ni con reproche.
Ni siquiera con lástima.

Solo... con algo suave.
Casi imperceptible.

Como si supiera lo que yo había querido hacer.
Y no me juzgara por no haberlo hecho.

Después de clase, ella se quedó unos minutos más, hablando con Clara en el corredor.

Yo pasé junto a ellas con los audífonos puestos, sin música.

No sé qué esperaba. Que me llamara. Que dijera algo.

Pero lo que hizo fue más raro.

-Ian -dijo, sin alzar la voz.

Me detuve. Me giré.

Ella me miraba con media sonrisa, con los ojos brillantes por la luz que entraba por la ventana.

-¿Estás bien?

No sé por qué eso me desarmó.

Me encogí de hombros.

-¿Por qué lo preguntas?

-No sé. Te ves raro hoy.

Y ahí fue cuando entendí:
ella ya sabía.
Desde antes de que yo lo supiera.

Sabía que quise acercarme.
Sabía que no me atreví.
Y, por alguna razón... no me lo echaba en cara.

Solo me preguntaba si estaba bien.
Como si eso bastara.

¿Cómo alguien puede ser tan fuerte... y a la vez tan suave?

Isa me trató con esa delicadeza que uno solo usa cuando entiende que el otro ya está castigándose solo.

No necesitaba venganza.

Solo quería saber si estaba bien.

Maldita sea. Quiero volver a intentarlo.

Esa noche, abrí el cajón de mi escritorio y saqué la carta.

La suya.

La que nunca devolví.
La que a veces releía cuando no entendía por qué me importaba tanto.

Volví a leer la frase de su infancia:

"Sacar una sonrisa a una persona podría alegrarle el día, y alegrarle el día a una persona haría el mundo mejor poquito a poquito."

Y ahí lo supe.

Tenía que hacer algo.
Tal vez pequeño.
Pero sincero.

No por culpa.
Ni por necesidad.
Ni por orgullo.

Sino porque por primera vez...
tenía ganas de sacar una sonrisa a alguien.

Y no a cualquiera.

A ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.