Ella: a través de mis ojos

DETALLES

A veces no buscas a alguien.
A veces, solo empiezas a notar
que alguien ya te encontró.

El primer detalle apareció un lunes.

Isa llegó temprano al salón. Todavía con la cara medio dormida, el pelo desordenado y una carpeta apretada contra el pecho como si protegiera un secreto.

Sobre su escritorio había una hoja.

Papel crema, grueso, con bordes dorados.

Una sola frase escrita con tinta azul:

> "Hay soles que brillan incluso en días nublados. Tú pareces uno de esos."

Sin firma.

Nada más.

Isa miró alrededor. Nadie parecía haberlo dejado.

Clara llegó segundos después, y ella le mostró la nota con una ceja arqueada.

-¿Fue alguien del salón? -preguntó Clara.

Isa negó. Pero sonreía.
Una sonrisa pequeña. Privada.
Como esas que uno guarda porque no sabe si son para uno de verdad.

A la hora del descanso, ya era tema.

-¿Y si fue Esteban? -dijo una compañera-. Él siempre te mira raro.

-No fue él -dijo Isa, segura. Y se sonrojó.

Clara la miró con los ojos entrecerrados.

-¿Y entonces?

Isa bajó la mirada, pensativa.

-No sé. Pero... la letra me suena.

Mierda.

No será posible que reconozca mi letra, ¿O si?

Está ansiedad que vivía en mi para ese entonces ya no me tenía cuerdo.

Había salido del salón segundos antes de que ella llegara.
Me quede en el pasillo, disimulando junto al dispensador de agua, con el corazón reventándome en el pecho.

Cuando la vi entrar, contuve el aire.
Cuando la vi leerlo, sonrio.
Cuando la vi guardarlo en su cuaderno... me mató.

Ella lo guardó.

Día dos: una flor de papel.

Hecha a mano. Color malva.
Doblada con paciencia.
La encontró en su casillero, con una nota:

> "No todo lo que es frágil es débil. Y no todo lo que se rompe, se queda roto."

Isa la tocó como si fuera un animalito dormido.
Se quedó mirando la flor por minutos.

-Tiene la misma tinta que la nota de ayer -murmuró.
-¿Estás comparando tintas? -preguntó Clara, sorprendida.
-Obvio -dijo Isa, sonriendo-. Esto no es casualidad. Me están hablando de a poquitos.

Y así, lo aceptó.
No como un juego.
No como una broma.
Sino como un idioma nuevo que estaba aprendiendo a leer.

Yo, mientras tanto, me estaba desesperando.

No por no ser descubierto (o bueno, tal vez un poco).

Sino porque no sabía cuánto podía aguantar sin hablarle directamente.

Yo no era de indirectas.
No era de misterios.
YO NO ERA DE CARTAS.

Pero con ella, todo parecía cambiarme las reglas.

Día tres: en su silla, una piedra pequeña y lisa, con una palabra pintada en esmalte:

> "Calma."

Isa la sostuvo entre los dedos como si le ardiera.

Se quedó en silencio.
Y luego, murmuró:

-Mi papá me decía eso cuando me temblaban las manos.

Clara la miró.
-¿Crees que alguien... lo sepa?

Isa negó.

-No. Y eso es lo que más me asusta. Que alguien... lo sepa sin que yo lo haya dicho.

Fue ese mismo día cuando su estupendo protagonista Ian, o sea yo casi la arruina.

En la salida, al doblar por el corredor del segundo piso, escuché a dos chicos hablando.

-Yo creo que Isa ya se imagina que es Ian. Lo ve mucho -dijo uno.

-¿En serio? Yo pensaba que era Esteban. Ese man anda que la busca.

Ian frenó.
Esteban.

¿Esteban?

Mi cuerpo se tensó.
Y ahí fue cuando entendí: yo no era el único viéndola.
Y eso no me gustó nada.

¿Y si luego ese imbécil se aprovecha de su ternura? ¿Y si aprovechaba todos esos gestos que me ha costado mucho hacerlos para decir que son de él?

Pero eso no fue todo.

A la mañana siguiente, hubo un anuncio.

Los grupos de Química-los pocos espacios donde aún coincidían al ser de cursos diferentes- se reorganizarían por temas de rendimiento académico.

Yo fui reasignado.

E Isa también.

A diferentes grupos.

Cero contacto.
Cero coincidencias.

Otra puerta que se cerraba.

Esa misma tarde, me fui al taller de música.

No porque me gustara.
Sino porque sabía que Isa iba ahí después de clases.

Me sente lejos. Menti con ayudar con cables.

La vi entrar, risa suelta, guitarra en mano.

Y entonces pasó:

Ella dejó caer su cuaderno.
Papel por todo el piso.
Incluyendo... la flor de papel.

Yo no pense demasiado.
Camine rápido. La recogí antes que nadie.

Ella se dio vuelta.
Y me lo encontró ahí.
Justo frente a ella.
Flor en mano.

-Se te cayó -mi boca disparó las palabras con la voz más suave de la que jamás hubiera imaginado

Isa me miró.
Fijamente.

Sus ojos se abrieron un poco.
Y por un segundo, sentí que todo mi plan se deshacía.

Que necesitaba acercarme más, que no podía fingir más, que quería seguir escuchando su risa, ver sus ojos, esos grandes y expresivos, y que quería más que nadie su voz, encerrarla en una parte y que fuera solo para mí.

Que su voz fuera para mí.

Ella estiró la mano.

-Gracias, Ian.

Dios, con esa voz y diciéndome "Ian." Y bueno, así me llamaba, pero eso me hacía sentir algo especial... Y eso me daba rabia.

Porque no me dijo "ay, tú", no "el de décimo A", no "el fastidioso que me tiraba indirectas".

Me llamó por mi nombre.
Como si supiera.
Como si ya lo tuviera claro.

Y yo no supe qué decir.

Esa noche no dormí bien. Si es que dormí algo...

Porque por más que planeé cada detalle,
nada se comparaba con la posibilidad de que ella ya supiera...

...y no dijera nada.

Al día siguiente, no deje nada en su escritorio.

Nada en su casillero.
Nada en su silla.

Espere.
Observe.

Isa parecía tranquila.

Hasta que, al final del día, ella dejó una nota doblada en la biblioteca.




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