Era un buen día.
Uno de esos raros en los que Isa me saludaba primero, sin tener que coincidir forzadamente en una actividad. Yo ya llevaba varios días en el taller con ella, y aunque no hablábamos demasiado, algo había cambiado. Estaba más cerca. Me respondía diferente. Me miraba más tiempo de lo normal. A veces me sonreía sin darse cuenta.
Y eso bastaba para que yo tuviera el día hecho.
Estábamos en el salón de arte, esperando que llegara el profesor. Isa hablaba con Clara, a un par de metros de mí, y yo fingía escribir en mi cuaderno. En realidad no escribía nada. Solo buscaba no mirarla tanto.
Entonces, sin querer, escuché a Clara decir algo sobre un chico de otro grado que había invitado a Isa a una salida grupal.
—¿Y vas a ir? —preguntó Clara.
—No creo —dijo Isa, dudosa—. No me siento cómoda con él. A veces es muy... intenso.
Y luego, sin esperarlo, Isa giró un poco la cabeza hacia donde yo estaba. No me miró directamente, pero su tono bajó.
—Últimamente me siento confundida con la gente. No sé en quién confiar.
Sentí un nudo en el estómago.
No era la primera vez que Isa decía algo así.
Pero sí la primera en que me dolió más de lo normal.
Y fue justo ahí cuando pasó.
El profesor llegó, Isa fue a saludarlo. Yo... no sé qué me pasó.
Tal vez una mezcla de celos, inseguridad, miedo a perderla sin siquiera haberla tenido.
Cuando ella volvió a su puesto, se sentó justo en la silla de al lado. No dos más allá. Está vez fue a mi lado. Me sonrió. Inocente. Tierna.
Y yo, como un idiota, respondí con una frase estúpida.
—¿Y ahora sí te dignas a sentarte aquí?
Isa parpadeó.
La sonrisa se le congeló.
—¿Perdón?
—Nada —dije, bajando la mirada—. Solo era un comentario.
Se hizo un silencio incómodo. Unos segundos bastaron. Yo sabía que la había arruinado. Que había sido innecesario. Que era esa versión mía que hablaba sin filtro, sin pensar, solo para protegerse de lo que sentía.
Isa no dijo nada más. Durante toda la clase, no volvió a mirarme. Ni una sola vez.
Intenté arreglarlo al final. Quise seguirla cuando salió, pero Clara se le pegó y no pude. Esa noche, no pude dormir. Otra vez.
Estaba furioso conmigo.
Era tan claro… tan evidente que me gustaba. ¿Por qué seguía saboteándolo?
Así que al día siguiente, antes de la clase de artes, llegué más temprano. Me senté en la esquina donde ella siempre ponía sus cosas. Esperé. Y cuando la vi entrar con su cuaderno abrazado al pecho y la mirada tranquila, me levanté.
Me acerqué.
Como si me temblaran las piernas, pero sin mostrarlo.
—Isa —dije en voz baja.
Ella levantó la mirada. No parecía molesta. Pero tampoco parecía la misma.
—¿Sí?
—Ayer… me pasé. Te hablé algo maluco.
Solo quería… no sé, decirte que lo siento.
No fue una disculpa perfecta. Lo sabía. Me quedé de pie ahí, esperando que me ignorara, que se fuera. Pero no.
Isa bajó la mirada y, por un segundo, me pareció que se le temblaban los dedos al ajustar la correa de su bolso.
—Gracias —dijo, bajito—. No esperaba que lo dijeras.
Silencio.
Luego alzó la cabeza.
Y me miró.
Esa mirada.
No era la misma con la que veía a sus amigas.
No era como cuando saludaba a todo el colegio.
Era una mezcla de sorpresa, de ternura, de vulnerabilidad… y algo más.
Como si en ese instante hubiera abierto una pequeña ventana dentro de sí y me dejara mirar por un segundo lo que guardaba.
Y yo…
Yo me derretí.
Me derretí con su dulce carita.
Me derretí con sus lunares de las mejillas.
Me derretí con lo lindo que le habían quedado las pestañas ese día.
Me derretí con el diminuto delineado café que nunca le había notado.
No dije más. No pude. No después de quedarme viendola como idiota. Me fui al baño solo para respirar. Para intentar entender qué había pasado.
Nunca nadie me había mirado así.
No con miedo.
No con rabia.
Con una dulzura que parecía decir “sé que no sabes cómo expresarlo, pero gracias por intentarlo”.
Durante la clase, la noté distinta.
Más callada. Pero me miraba de reojo. Como si aún procesara lo que había pasado.
Y en una actividad que hicimos en grupo, al pasarme unas hojas, nuestras manos se rozaron. Un toque mínimo, sin querer. Pero ella se sonrojó. Lo vi. Claramente.
Y apartó la mirada como si le diera vergüenza haber reaccionado así.
Yo me quedé en silencio. El corazón me latía en la garganta.
Esa noche, me pasó algo nuevo.
Estaba solo, en mi cuarto, pensando en todo lo que había hecho mal… pero también en cómo Isa había reaccionado. Esa mirada. Ese sonrojo.
Y me descubrí sonriendo. Así, sin razón.
Una sonrisa suave, involuntaria. Casi estúpida.
Y lo supe.
Estaba perdido.
Por completo.