Ella: a través de mis ojos

TU LETRA ME DELATA

No soy bueno con las palabras.

Esa es una de las primeras cosas que entendí de mí mismo cuando Isa empezó a importarme. Y es jodido. Porque cuando alguien como ella entra a tu vida con tanta fuerza, lo único que querés es saber decir lo justo, lo que sane, lo que abrace sin tocar. Pero no me salen los discursos bonitos. Me salen las miradas largas. El silencio que acompaña. Las notas. Esas sí.

Después del día en el balcón… no pude pensar en otra cosa. La forma en la que se limpió las lágrimas. La sonrisa forzada. La pregunta a su amigo sobre las personas buenas. Me mató. Me hizo querer sostenerle ese corazón roto aunque no supiera cómo. No con palabras. No con un abrazo. Pero sí con una nota. Con algo que le dijera sin ruido: yo te veo.

Así que esa noche escribí algo.

Con el mismo marcador azul de siempre, con esa letra que ni yo sé cómo terminé adoptando.
Lo leí tres veces antes de doblarlo. Quise que no sonara cursi. Quise que no sonara invasivo.
Solo... humano. Cercano. Sincero.

> "A veces, el amor más grande no necesita estar presente para seguir abrazándonos.
Yo no conocí a tu papá, Isa. Pero si supiera quién sos, si supiera lo que generás en la gente, estaría increíblemente orgulloso.
Y si alguna vez dudás de eso, recordá que el mundo no tiene que aplaudirte para que tu existencia tenga sentido.
Solo seguir haciendo lo que haces. Eso ya lo cambia todo.
PD: Algunos abrazos no se dan con los brazos."

Era lunes. Estábamos en la cafetería y ella había llegado antes que el resto. Estaba sentada en una mesa cerca de la ventana, hablando con el profesor Camargo. Rara escena, pero no me sorprendía. Isa se relaciona con todo el mundo como si fuera parte de su universo. El profesor se levantó al rato, con una sonrisa, y le tocó el hombro como despedida.

Era el momento perfecto.

Crucé sin pensar. Tenía la nota doblada en el bolsillo desde que entré al colegio. Me la había jugado muchas veces, pero esa me tenía los dedos fríos. Isa me miró cuando me acerqué y sonrió, como si no esperara verme ahí justo en ese instante.

—¿Puedo sentarme un segundo? —le dije, metiendo las manos en los bolsillos como quien no quiere la cosa.

—Claro —respondió, como siempre, como si no me hubiera herido jamás ni yo a ella, como si todo fuera… fácil.

Saqué la nota y se la tendí, sin decir nada.

Ella la miró. Me miró. Frunció apenas el ceño, como si no entendiera. Luego la tomó entre sus dedos, con una delicadeza que me partió un poco. Abrió despacio el papel. Leyó.

Y fue como si el mundo se detuviera un segundo.

Sus manos temblaron.

Literal.
No figurativamente. No es una frase hecha.
Le temblaron las manos.

Y sus ojos…
Se le cristalizaron de nuevo, pero de una forma distinta. No era tristeza. Era algo más suave, más íntimo. Algo que me hizo tragar saliva.

—Ian… —susurró, con la voz bajita. Tenía un hilo de sonrisa, como si quisiera sonreír más pero algo se lo impidiera—. Esto…

—Solo quería que tuvieras eso —dije, intentando sonar casual, como si no me estuviera muriendo por dentro.

Isa me miró.
Y esa mirada... esa mirada no la había usado nunca con nadie más.
Era una mezcla de ternura, agradecimiento, complicidad. Como si por fin viera algo en mí que yo no me atrevía a mostrarle.

Y luego se rio. Una risa chiquita, encantadora.

—Ya lo sabía… —dijo, bajando la mirada—. Ya lo sospechaba.

—¿El qué?

—Que eras tú.
—¿Qué?

Ella levantó el papel, lo agitó despacito.

—La letra, Ian. Es tuya. Es la misma de las otras notas.

Se me congeló la garganta.

Ella me sonrió como una niña que acaba de descubrir un secreto de magia.

—Te pillé.

Yo no sabía si quería reír, huir o esconderme debajo de la mesa.

—Bueno… —me rasqué la nuca—. No es que lo estuviera escondiendo tan bien tampoco.

Isa dejó el papel sobre la mesa con cuidado, como si fuera frágil. Luego me miró. Los ojos grandes, brillantes. Y dijo algo que me dejó sin aire:

—Gracias por hacerme sentir vista, Ian.

Yo no respondí.

Porque no podía.

Porque nadie me había dicho algo así antes. Y porque, si lo decía ella, si Isa lo decía… entonces algo en mí también se había roto para bien.

Justo en ese momento, vi a lo lejos que sus amigas venían entrando a la cafetería.

Me levanté rápido. No quería invadir más.

—Bueno… te dejo. Nos vemos luego.

Ella me tomó la mano, solo un segundo, antes de que me fuera.

—Ian… —susurró—. De verdad, gracias.

Me fui con el pecho raro, caminando como si no supiera dónde estaban mis piernas.
Y lo juro: por más que después me reí con mis amigos o intenté concentrarme en clase, esa imagen de ella, temblando de emoción, reconociendo mi letra y diciéndome “te pillé”… no me abandonó ni un segundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.