Ella: a través de mis ojos

CHISMES

No sé exactamente en qué momento comenzó. Supongo que los rumores nacen así: sin aviso, sin razón clara… y sin permiso.

Era martes. A mitad de jornada, justo cuando el sol empezaba a castigar los ventanales del pasillo del segundo piso, y todos salían de clase como si lo supieran, como si supieran que algo estaba a punto de incendiarse.

—¿Ya viste? Son ellos. —La voz de una niña de noveno se me coló sin querer, susurrándole a su amiga mientras me miraban descaradamente.

Los ojos de otros se sumaron. Algunos se rieron. Otros bajaron la mirada cuando los encaré. Un grupito más allá soltó un “eso era obvio”, y uno que otro idiota soltó el clásico:
—Y a Isa no se le nota lo desesperada, ¿no?

No me tomó mucho tiempo entenderlo. Habían empezado a decir que Isa y yo estábamos juntos. Que lo de la cafetería, lo de vernos en los pasillos, las miradas, las risas… todo tenía nombre y apellido: “noviazgo oculto”.

Cualquiera que realmente nos conociera sabría que lo nuestro es… bueno, no sé lo que es. Pero no era justo reducirlo a una etiqueta dicha con burla.

Y lo peor es que yo no estaba ahí cuando Isa escuchó por primera vez el rumor.

Me enteré después, cuando un amigo en común, Sergio —el que siempre anda con su guitarra y cree que tiene futuro en TikTok— me soltó:

—Ey, bro, ¿ya te llegó el chisme? Que tú e Isa están saliendo y que ella no lo negó. Solo se quedó callada y sonrió. Y pues... eso fue gasolina.

¿No lo negó?

Esa frase me estalló en el pecho como un ladrillazo.

No porque esperara que dijera que no, sino porque… tal vez en el fondo esperaba que dijera que sí.

Pero también entendía a Isa. Ella no jugaba a desmentir su forma de ser. Nunca le ha importado encajar en lo que esperan de ella. Su silencio era paz, no confirmación. Y aun así… la gente siempre va a hablar.

Más tarde, en la clase de sociales, un idiota de mi salón —Mateo, con su ego de metro ochenta y cerebro de bolita de cereal— se pasó de la raya.
Estábamos en una actividad grupal, cuando, sin filtro, dijo:

—¿Y qué, Ian? ¿Ya le sacaste provecho a tu plan? Porque esa niña se ve facilita, ¿no?

Todo se detuvo.

Yo sentí cómo me hervía la sangre. El corazón se me aceleró como si tuviera que pelear con todo el mundo en ese instante. Me paré tan brusco que la silla se arrastró con un chillido que hizo voltear hasta al profe.

—Vuelve a decir eso y te juro que te estrello contra la pared. —Mi voz no fue alta. Fue firme. Fría. Lo suficientemente seria como para que Mateo, con todo y su “yo solo molestaba”, se achantara un poco.

—Ay, bro, relájate, era joda.

—No hables así de ella. Ni de nadie. Isa no te ha hecho nada. Y no es tu chiste. Así que si no vas a cerrar esa boca, mínimo, aprendé a respetar.

Todos se quedaron callados.

Incluso el profe, que claramente escuchó todo, solo me miró con las cejas alzadas. No dijo nada. No me regañó. Solo continuó como si nada… aunque sus ojos tenían algo que parecía orgullo.

Después de clases, Isa estaba sentada en las gradas del coliseo, con Clara y otros dos. Tenía el cabello un poco desordenado por el viento, y jugaba con sus manos, como siempre que pensaba demasiado.

Me acerqué. Sin decir nada. Me senté a su lado, no muy cerca.

Clara se fue a hablar con alguien y nos dejaron solos por unos minutos. Isa, sin mirarme directamente, murmuró:

—Escuché lo que pasó en sociales…

Me encogí de hombros. —Se lo merecía.

—Gracias. —Su voz era tan suave que si el viento soplaba más fuerte no la habría escuchado.

Me giré un poco hacia ella. —¿Estás bien?

Isa asintió. Luego me miró, con esos ojos llenos de verdades que nunca decía en voz alta. —No respondí al rumor porque... no quise hacer como si fuera algo malo. Que alguien se interese en alguien no es pecado.

—¿Y crees que yo me intereso en ti? —le pregunté, medio provocador, medio temblando por dentro.

Ella bajó la mirada. Una pequeña sonrisa se le dibujó en los labios.

—Tú sabrás, Ian.

Dios.

Y con eso, se fue. Caminó tranquila, pero sus pasos tenían el eco de las preguntas que no nos estábamos haciendo.

Me quedé ahí. Sintiéndome estúpido por pensar que quizás, solo quizás, todo este caos valía la pena. Porque si Isa no lo negaba... y si yo no podía negarlo tampoco… entonces tal vez ya no era un rumor.

Tal vez estábamos comenzando a escribir una historia.

Y esta vez… no me molestaba.




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