Ella: a través de mis ojos

ELLA ERA ÚNICA

La música bajó su volumen y las luces se atenuaron casi por completo. Solo unas luces cálidas y suaves quedaron encendidas, enfocadas justo en el centro del salón. Fue entonces cuando Valeria apareció. Vestía un vestido de princesa dorado, con detalles brillantes en la falda, una pequeña tiara sobre el cabello recogido, y una sonrisa tan nerviosa como radiante. Se veía… feliz. En paz. Brillaba como el centro del universo por unos instantes.

Todos aplaudieron mientras ella avanzaba hacia la pista del vals. Yo no entendía del todo cómo funcionaban estas cosas, pero sabía que esto era parte del “protocolo” de los XV. Una tradición, un acto simbólico. Y sí, aunque nunca imaginé decir esto… era bonito.

Y luego, Isa.

Isa se levantó de su mesa con un pequeño ramo de rosas blancas en las manos. Caminó hacia unas cuantas personas rápidamente a entregar las rosas. El vestido negro con detalles rojos la hacía ver como sacada de otra dimensión: elegante, poderosa, pero con esa dulzura intacta en sus gestos. Sus tacones sonaban suave sobre el suelo mientras caminaba, y aunque tenía la mirada fija al frente, podía notar cómo le temblaban las manos.

Finalmente, Isa le entregó una de las quince rosas a Valeria y luego la abrazó. No fue un abrazo corto o distraído… fue largo, sentido. Como si se dijeran cosas sin palabras. Todos los que las miraban sonrieron. Pero yo… yo estaba hipnotizado. Isa era especial. Lo sabía desde hacía mucho, pero esta noche me lo estaba repitiendo a gritos la realidad.

Y entonces Isa agarró el micrófono.

Su voz, al principio suave, fue tomando fuerza. “Buenas noches a todos…”, dijo, y el salón quedó en silencio. La vi sacar el celular con manos temblorosas. Su mirada era determinada, pero vulnerable. Tenía algo en el pecho que necesitaba decir. Y yo… yo sentí que cada palabra que salía de su boca también me tocaba a mí.

“Conocí a Valeria hace ya varios años, y desde el principio supe que no era una persona cualquiera. No solo porque siempre está riéndose o porque sus abrazos parecen curar días malos, sino porque incluso cuando las cosas están mal… ella encuentra algo bonito que decir. Algo que te hace quedarte.”

Valeria ya tenía los ojos cristalinos.

Isa continuó, temblando un poco mientras hablaba. Contó pequeñas anécdotas: cómo una vez se perdieron en el centro comercial y Valeria fingió ser guía turística, cómo otra vez se rieron tanto que las sacaron de la biblioteca. Y entre cada risa compartida, una pausa… una emoción que no se podía disimular.

“Valeria, gracias por dejarme estar en este momento tan especial contigo. Por dejarme ser parte de tu historia. Y por tantas veces en las que me soportas con mi risa loca y mis caras locas. Te quiero con todo mi corazón. Eres una de las personas más bonitas que conozco.”

Hubo un silencio. Luego, aplausos. Muchos. Valeria fue hacia ella llorando, y se abrazaron fuerte mientras Isa le entregaba una pequeña cajita plateada. Dentro, un collar simple pero hermoso. De esos detalles que no dicen “mira qué caro”, sino “pensé en ti con todo mi corazón”.

Sí… Isa era diferente. No especial de una forma simple. Especial de la forma que te deja con un nudo en el pecho. De la que te obliga a admirarla incluso si no quieres sentir nada. Aunque ya era demasiado tarde para mí.

Nos sentamos todos a cenar. Los niños en una mesa, las niñas en otra, ya sabes, esas cosas que todavía siguen pasando a pesar de tener 15 o 16 años. Pero eso no me molestaba. Me molestaba que Isa, desde su mesa, no paraba de mirar. A mí. Y lo hacía con esa mezcla de timidez y curiosidad que me hacía sentir… visto. No observado. Visto de verdad.

Yo intentaba no mirar tanto.

...

Mentira.

No lo intentaba. Estaba completamente hipnotizado. Cada vez que nuestros ojos se cruzaban, ella bajaba la mirada, se tocaba el cabello o jugaba con el tenedor. Y yo sonreía. No porque supiera qué hacer, sino porque no podía evitarlo.

Después de comer, todo el mundo se dispersó. Unos hablaron con los familiares, otros se fueron a tomar fotos al rincón decorado con pétalos y candelabros. Yo me quedé donde estaba, y no supe cuándo pasó, pero Isa estaba de nuevo cerca de mí. Y sin importar la cantidad de personas en el lugar… todo pareció callarse en ese instante.

Ella era única.

Y yo, Ian, el que nunca se involucraba, el que siempre tenía la respuesta sarcástica lista, el que prefería observar desde lejos… estaba completamente perdido en ella.




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