Ella: a través de mis ojos

NO PERDÓN POR COSAS TAN LINDAS

Seguíamos ahí, en ese balcón silencioso del salón, cuando el mundo ya se había apagado para todos, menos para mí. Porque mi mundo... mi mundo estaba con la cabeza apoyada en mi hombro, con sus ojos cerrados, sus pestañas largas como alas dormidas, y su cuerpo quieto, como si por fin se permitiera descansar.

Yo no dije nada.

Solo respiré.

La tenía demasiado cerca. Y no era solo su cercanía física. Era otra cosa... un tipo de cercanía que me atravesaba. Ella me dejaba estar ahí. Con ella. En ella. Para ella.

Pensé en la forma en la que me había contado lo de su papá. La valentía en su voz. La fragilidad en sus dedos cuando jugaban con el vaso de agua. La forma en la que se obligaba a ser fuerte, pero aún así se permitía ser un poco vulnerable... conmigo.

Me volví loco por dentro.

Y aun así, no hice nada.

Hasta que ella, sin previo aviso, levantó su cabeza suavemente y me miró con esa sonrisa chiquita, de esas que apenas se dibujan en los labios pero gritan todo lo que el alma siente.

-Bailaste mejor de lo que imaginé, ¿sabes? -bromeó con voz bajita-. Casi casi que podrías enseñarme a mí...

Rodé los ojos, sonriendo, y le iba a soltar una de mis respuestas sarcásticas, cuando me di cuenta que ella no despegaba la mirada de la mía. Había una pausa. Una de esas que se siente más larga de lo que es. Mis cejas se bajaron un poco, tratando de leer sus ojos.

Y entonces lo hizo.

Lo vi.

Ella miró mis labios.

No fue accidental. No fue rápido. Fue valiente. Consciente. Casi tembloroso. Sus ojos bajaron con suavidad, apenas unos segundos. Pero para mí, fue como si el tiempo dejara de avanzar.

Volvió a mirarme a los ojos enseguida, como si se arrepintiera, como si pensara que yo no lo había notado. Y en ese momento, la vi ponerse roja. Sus mejillas, sus orejas, su cuello. Toda ella parecía arder.

Y yo...

Yo ya no podía más.

-Isa... -susurré. Solo su nombre. Como un secreto.

Ella apretó los labios con suavidad, con la cara completamente sonrojada. Supo que la había atrapado. Que la había visto.

Pero lo que no sabía era que yo también estaba sintiendo lo mismo. Y aún así, intentó escapar.

-P-perdón... -susurró de nuevo, bajando un poco la mirada, comenzando a separarse, con ese tono nervioso que tanto la delataba-. Lo siento, de verdad, no fue mi intención, no quería que...

-No te disculpes -la interrumpí con una voz baja, firme, pero suave-. No te disculpes por hacerme sentir cosas tan lindas.

Y antes de que su cabeza pudiera bajar del todo, la tomé del mentón con cuidado.

Y la besé.

Dios.

La besé.

Y fue...

Fue como si todo lo demás se apagara.

El mundo se calló.

El salón, los murmullos lejanos, las luces, las despedidas. Todo se volvió un murmullo. Todo, menos ella. Solo ella. Sus labios se sentían como algo prohibido que siempre había sido mío. Suave. Tembloroso. Sincero. Su boca sabía a miedo, a ternura, a nervios, a un "te estaba esperando". Y la forma en la que me besó de vuelta... como si se hubiera estado aguantando las ganas tanto como yo.

Su mano se apoyó en mi pecho, y no sé si quería detenerme o sostenerse. Pero yo la sostuve a ella.

Y así, sin más, en un rincón olvidado de una fiesta cualquiera, ella y yo rompimos todas las líneas que habíamos dibujado sin querer.

Y yo... yo ya no sabía cómo volver atrás.

Porque después de besarla, no quería otra cosa que besarla de nuevo.




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