Ella: a través de mis ojos

PERFECTA

A veces no sé si estoy soñando o si de verdad esto está pasando.

Digo, si alguien me hubiera dicho hace unos meses que iba a tener una cita con ella, que ella iba a iniciar un beso con su mirada, que me daría un piquito antes de entrar a su casa como si fuéramos personajes de una película... le habría dicho que estaba mal de la cabeza.

Pero hoy era real.
Hoy íbamos al cine.
Isa y yo.

El colegio ese día fue igual de bonito que el lunes.
Ella seguía sonrojándose como si el aire la tocara con intención.

Y yo… bueno, yo seguía empujando un poquito, acercándome, mirándola de más, como quien quiere decir "te tengo ganas de verte" sin decirlo en voz alta.

Cuando sonó el timbre del final de la jornada, me acerqué a su salón mientras ella guardaba las cosas con esa lentitud adorable que siempre tiene cuando no quiere que algo se acabe.

—A las tres paso por ti —le dije bajito, como si el día fuera un secreto solo nuestro.

Ella alzó la vista y asintió con una sonrisita.
Esa. Esa sonrisa.
Me estaba matando.

2:58 p. m.

Estaba en la esquina de su cuadra, con la moto lista, el casco extra en el manubrio, y el corazón bombeando más rápido de lo que debería.

Y entonces salió.

Isa.

Dios.

No sabía que algo tan simple podía ser tan perfecto.

Una blusa blanca, escotada y con las mangas un poco caídas, mostrando lo suficiente para dejarme sin palabras, pero sin perder ni un gramo de su esencia. Un jean claro que le quedaba como si lo hubieran hecho solo para ella, accesorios dorados que brillaban como si el sol la eligiera a ella para reflejarse.

Zapatos blancos.

Cabello en ondas.

Maquillaje sutil.
Hermosa. Natural. Increíble.

Y caminaba como si no supiera lo que provocaba.

La vi acercarse, esquivando mi mirada un poco… como si estuviera más nerviosa de lo normal. Y eso me encantó.

—Hola —dije bajándome un poco de la moto, con una sonrisa inevitable.

—Hola —respondió, bajito.

Y luego, sin mirarme directamente, susurró algo.

—Te ves bien…

Me detuve un segundo.

No por las palabras.
Sino por lo que no dijo.

Que dejá vu...

Y si me preguntan creo que entendí lo que quería decir.
Lo que no podía decir.
Lo que sentía, pero temía mostrar.

Y eso fue suficiente para que se me escapara una sonrisa lenta, honesta.

—Gracias —le dije. Y agregué—: Tú… tú estás preciosa.

Ahí sí me miró.
Un segundo.
Se mordió el labio, como siempre.

Y yo supe que estaba perdido.

Le pasé el casco con cuidado y ella se lo puso con la misma delicadeza con la que parece hacer todo.

Montó detrás de mí.
Y por unos segundos, solo se sujetó de los lados de la moto, como si no supiera dónde poner las manos.

Hasta que preguntó, con esa vocecita que me parte en dos:

—¿Está bien si te abrazo? Es para no caerme…

¿Me iba a decir eso?... ¿En serio?
Casi me río.

Después de lo del sábado creí que tenía un poco más de confianza. Pero creo que su timidez le gana.

Y se ve hermosa.

—Abraza todo lo que quieras —le dije, con un tono que no pude evitar. Suave. Tierno. Como si le estuviera dando permiso para abrazar también todo lo que soy.

Y entonces lo hizo.

Sus brazos rodearon mi cintura.
Su frente descansó un segundo en mi espalda.
Y yo… me olvidé de que tenía que conducir.

Tuve que tragar saliva. Respirar hondo.

Porque esa niña, con solo un roce, me desarmaba.

Encendí la moto.

Y mientras el viento comenzaba a rodearnos, mientras el ruido de la ciudad se mezclaba con el latido fuerte de mi pecho… supe que ese iba a ser uno de esos días que se recuerdan para siempre.




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