Apenas bajamos de la moto en el centro comercial, caminó a mi lado como si llevara años haciéndolo. Y aunque no estábamos cogidos de la mano, ni cerca de eso, sentía su presencia todo el tiempo, como si la energía entre nosotros jalara despacito.
—¿Qué peli quieres ver? —le pregunté mientras mirábamos la cartelera en la pantalla de arriba.
—La que tú quieras… ¿qué te gusta a ti? —me respondió, sin pensarlo.
Y ahí fue.
El puño invisible al estómago.
Tragué saliva.
No por la pregunta.
Sino por cómo la dijo.
Por lo que significaba.
Porque no era un “elige tú” de desinterés. Era… confianza.
Estaba cediéndome algo.
Me estaba haciendo sentir importante.
Nunca pensé que unas simples palabras me desarmaran tanto.
O sea, he escuchado “me gustas” mal dichas, “te odio” que no significan nada, “gracias” que se sienten vacías.
Pero el “lo que tú quieras ver” que Isa me soltó…
ese me atravesó el pecho.
—Bueno… —intenté hablar sin que se me notara lo nervioso—. Me gustan mucho las de acción y quizás de terror. Pero si quieres vemos una animada.
—Mmm… —frunció la nariz adorablemente—. Las de terror no me gustan mucho. Soy un poquito miedosa, la verdad.
La miré.
Sonreí como un tonto.
—Listo. Entonces ni loco te llevo a ver una de terror. No quiero que salgas corriendo del cine por mi culpa.
Ella se rió bajito, escondiendo un poco su rostro.
Y terminamos entrando a una película animada nueva de Disney.
No tengo ni idea de qué trataba en el tráiler, pero tenía colores, muñequitos, canciones…
Y a ella le brillaron los ojos cuando vio el afiche.
Eso era todo lo que necesitaba.
Durante la peli… no hubo grandes escenas de acción ni miedo.
Hubo algo mejor:
Ella.
Porque sí, la historia era linda. Los personajes eran chistosos.
Pero Isa estaba a mi lado.
Se reía de verdad.
Se tapaba la boca cuando algo le daba pena.
Se acercaba un poquito sin darse cuenta.
Y yo…
yo estaba perdiendo la cabeza.
No sabía en qué momento mi mundo se había reducido a una niña con ondas en el pelo, labios tiernos y dulces, y una risa que parecía hecha de estrellas.
Cuando salimos del cine, la invité a comer.
—¿Tienes hambre?
—Un poquito —respondió, con esa carita de “tengo mucha hambre pero me hago la fina”.
—¿Qué te gustaría comer?
Ella bajó la mirada. Sonrió.
Y volvió a lanzarme la bomba:
—¿Qué te gusta a ti?
¡Otra vez!
Como si supiera que eso me mata.
Como si lo hiciera a propósito.
Me reí entre dientes.
—¿Estás segura de que quieres comer lo que a mí me gusta?
—Sí —dijo, segura. Pero se notaba curiosa.
—Listo. Vamos por pollo Frisby.
Su cara se iluminó como si acabara de ganarse un premio.
—¡Amo Frisby!
—Entonces estás en las mejores manos.
Nos sentamos en una mesa del segundo piso, compartiendo papitas, trozos de pollo y esa conversación suavecita que se da cuando dos personas no están intentando impresionar, sino descubrirse.
—¿Sabes? —le dije, mientras mojaba una papita en la salsa—. Hoy estás más linda que nunca.
Ella tragó un bocado y se detuvo. Me miró, toda sonrojada.
—¿Hoy? ¿No me viste el sábado?
—Te vi. Créeme que no me he olvidado.
Pero hoy estás diferente.
—¿Diferente cómo?
—Diferente como… más tú.
Y eso me gusta más.
Ella se mordió el labio con una sonrisita mientras asentía suave y lento, como siempre que no sabe qué decir.
Y yo volví a caer.
Ya en la moto, cuando el día iba apagando su luz y las calles parecían más suaves, Isa se montó detrás de mí sin decir palabra.
Pero antes de agarrarme como siempre, preguntó:
—¿Está bien si te abrazo otra vez?
Su voz, tan suavecita, tan llena de cuidado, me dio risa.
—Claro que sí.
—¿Es para no caerte otra vez?
Ella soltó una risa entre tímida y auténtica.
Y luego me abrazó.
No por seguridad.
No por inercia.
Por ganas.
Y eso lo cambió todo.
Mientras íbamos por la calle, con el viento golpeando despacito nuestros rostros y sus brazos rodeándome, pensé que tal vez… solo tal vez…
Esto sí era amor.
Y me gustaba más de lo que creía.