Ella: a través de mis ojos

LLAVERO

Hay cosas que cambian con el tiempo.
Los profesores se cansan más rápido.
Los recreos se hacen más cortos.
El almuerzo del colegio empeora.

Pero hay cosas…
que solo se vuelven más dulces.

Como Isa.
Como esto que tenemos.

Pasaron unas semanas desde aquella tarde en el cine. Desde el pollo Frisby. Desde ese “¿está bien si te abrazo otra vez?” que me hizo querer detener el tiempo.

Y desde entonces, ella ha sido un sol en mi calendario.

Todos los días tiene algo nuevo.

Un peinado distinto.
Una risa más fuerte.
Un comentario random que me descoloca y me hace reír.

Y aunque intento seguir siendo el mismo Ian sarcástico y reservado, con ella…
con ella no me sale.

Ese día todo estaba igual. O eso creí.
Hasta que noté algo en su forma de caminar.

Estaba nerviosa.

No nerviosa por un parcial.
Ni por un comentario de alguien.

Era otro tipo de nervio.
El que se nota en cómo se aprieta los dedos.
En cómo mira hacia el suelo con una sonrisa tímida.
En cómo me busca entre los demás sin hacerlo tan obvio.

Y yo, obvio, me acerqué.
Porque soy débil con ella.

—¿Estás bien? —le pregunté en el primer descanso, mientras estábamos cerca de los árboles del patio donde usualmente hablábamos.

Ella asintió.
—Sí, solo… tengo algo para ti.

—¿Para mí?

Me mostró una bolsita de papel, de esas de regalo que tienen dibujitos minimalistas.
Blanca. Con detallitos dorados.
Como ella.

—No es nada grande. Ni caro. Ni importante. Solo… no sé. Lo vi y pensé en ti.

—¿Y te pareció buena idea regalarme algo a mitad de un martes?

—Calla. Acéptalo ya.

Me reí y tomé la bolsita.
Dentro había un llavero.
Pero no era cualquier llavero.

Era un pequeño dije de metal, con forma de cassette de música, y en un costado, grabadas en letra diminuta, las palabras:

"Para que recuerdes lo que sientes al oír tu canción favorita."

Yo me quedé en blanco.

Literal.

El Ian sarcástico, el frío, el que siempre tiene una respuesta…
no supo qué decir.

—Isa… esto es…

Ella bajó la mirada rápidamente.

—Muy intenso, ¿no? Perdón, perdón. Es que me pareció tierno y luego pensé que era mucho y luego ya lo había comprado y—

—Ey, ey, Isa…

Me acerqué, agarrándola suavemente de la muñeca.
Ella subió la mirada.
Y ahí estaban esos ojos grandes, expresivos, tan ella.

—Es lo mejor que alguien me ha dado.
—¿De verdad?

—Sí. Me hace querer escucharte como escucho mi canción favorita.
Y sentirte como suena el estribillo.

Ella soltó una risa nerviosa, esa que mezcla alivio con ganas de abrazarme.

—Tú sí sabes qué decir, ¿no?

—No siempre. Pero contigo me esfuerzo.

Todo el día me la pasé mirando ese llavero como si fuera una joya.
Lo toqué al menos mil veces en el bolsillo.
Y esa noche, en mi cuarto, lo colgué en mi mochila, justo donde cuelga todo lo importante.

Porque ese regalo no era un llavero.
Era un pedazo de ella.
Era un “pienso en ti” sin decirlo.
Era una caricia hecha objeto.

Y si esto es lo que ella hace en un martes cualquiera…
no quiero imaginar cómo serán los domingos.




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