Ella en él

Capítulo 8 El juego del doble

A veces me pregunto en qué momento exacto empecé a romper el trato. Porque sí, lo había. Un trato real, serio, sellado en una sala de hospital donde el aire olía a desinfectante y mi hermano tenía el ceño fruncido como si todo el universo dependiera de lo que estaba a punto de decirme.

— No lo hagas, Celeste — me advirtió, con esa voz baja que usaba cuando estaba más asustado que bravo. — No es un disfraz de una tarde. Es suplantación de identidad, fraude académico. Si te descubren, te metes en un problema que no se borra nunca. Te marcas.

Yo respiré hondo antes de responder. Llevábamos horas hablando de lo mismo, dándole vueltas al mismo dilema. No lo hacía por diversión. Lo hacía por él. —Tú no mereces perder todo por algo que ni causaste —le dije. — Tú trabajaste años por esto. Tú ganaste esa beca. Tú entraste con tu mérito. ¿Y ahora te vas a quedar por fuera porque alguien más te estrelló? No. Ni de broma.

Dante me miró en silencio, con esa cara que mezcla miedo y orgullo, como si no supiera si darme las gracias o pedir una orden de alejamiento. Insistió una vez más: que esto era demasiado grave, que yo no tenía ni idea de lo que significaba, que no podía tomarlo a la ligera. Pero yo ya lo había decidido.

— Solo será por este semestre — le prometí. — Mantengo las notas, no me hago notar, nadie me conoce, nadie se encariña. Entro, estudio, me voy. Y cuando regreses, todo sigue como si nada.

Dante accedió al final, no porque estuviera de acuerdo, sino porque se dio cuenta de que no iba a convencerme de lo contrario. Sellamos el trato como hacen los hermanos: sin más palabras, solo con una mirada que decía “que no se te ocurra embarrarla”.

Y yo lo tenía claro. Lo juro. Lo tenía todo planeado.

No iba a destacar.

No iba a relacionarme con nadie.

No iba a meterme en absolutamente nada.

Solo iba a estudiar lo justo para que no me echaran por bajo rendimiento. Perfil bajo, cero drama, cero amigos.

Y bueno... hasta ahora lo único que puedo decir que cumplí es lo de las notas.

Todo lo demás... se salió un poquito de control.

Y eso se confirma con el mensaje que releo una y otra vez.

Gabriel:

Hola Celeste.

¿Obligaste a tu hermano a que te diera mi número… o simplemente decidiste hackearlo?

Le contesté sin pensarlo demasiado. Quería sonar segura. Fresca. Como si no estuviera al borde de un colapso de identidad.

Yo:

Mi hermano no tuvo oportunidad de impedirlo.

Digamos que escuché tu voz… y el daño ya estaba hecho.

La culpa no fue mía. Fue tuya, por sonar así.

Escribí. Borré. Volví a escribir. Dudé con el emoji. Puse uno con carita de angelito. Lo cambié por uno con guiño. Lo borré otra vez. Al final, lo mandé limpio. Que hablara por sí solo. O que me hundiera, qué más daba.

El celular vibró de nuevo casi al instante.

Gabriel:

Entonces… ¿el daño fue mi voz?

De todas las formas en que podría arruinarle la vida a alguien, no pensé que fuera hablando.

Me sorprendes, Celeste.

Me llevé una mano a la boca para disimular la risa. Una señora mayor en la mesa contigua me lanzó una mirada tipo “shhh” nivel bibliotecaria jubilada. Me disculpé con una media sonrisa y escribí bajo la mesa.

Yo:

Hay voces que provocan ternura.

Otras sueño.

La tuya provoca problemas.

Y yo soy una persona que se deja provocar fácil… cuando vale la pena.

Vi los tres punticos aparecer de inmediato. Escribía. Se detenía. Volvía a escribir. Hasta que por fin:

Gabriel:

Voy entendiendo por qué Dante colgó la llamada.

Tú eres el verdadero peligro en esa familia.

Aunque…

No niego que me das curiosidad.

Me acomodé en la silla, cruzando las piernas bajo la mesa mientras fingía leer sobre modelos de desarrollo económico comparado. En realidad no estaba entendiendo ni una palabra. Solo pensaba en cómo seguir ese juego sin pasarme… o pasándome justo lo necesario.

Yo:

La curiosidad es buena.

Es el primer paso hacia la catástrofe.

¿O nunca viste una película romántica en tu vida?

Gabriel:

Claro que sí.

Pero normalmente el protagonista no tiene novia.

Ah. Ahí estaba. La novia.

Ese pequeño detalle que él sacaba como quien menciona que está en dieta mientras come pastel.

Yo:
“Tengo novia” suena a

“tengo perro, pero igual ladro si me saludas bonito”.

Además…

Yo voy por ti.

No por ella.

No me detuve a pensarlo. Era descarado, sí. Pero también era honesto. No estaba haciendo promesas ni proponiendo matrimonio. Solo estaba dejando claro que me gustaba lo que veía… y lo que escuchaba. Y que él me daba risa, ganas, y una especie de adrenalina ridícula que ninguna clase de microeconomía avanzada me iba a dar jamás.

Su respuesta tardó un poco más. Me dio tiempo de repasar el título de un artículo que debía resumir para la próxima clase y no entendía si era en español o en dialecto extraterrestre. El celular vibró.

Gabriel:

¿Sabes qué es lo peor?

Que estoy en clase y me estoy riendo solo.

Y eso que ni siquiera me has dicho cómo te ves.

Yo:

Mejor.

Así imaginas lo que quieras.

Yo me divierto más con la idea de que te estoy distrayendo.

Dime: ¿estás entendiendo algo de esa clase?

Gabriel:

Ni el título.

Políticas públicas me está pareciendo una película de terror.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.