Ella en él

Capítulo 17 Delito académico

— Señor Montenegro — comenzó la decana. — Sabemos que ya expuso su versión ante un comité más reducido, pero dada la gravedad del caso y la ampliación del grupo evaluador, necesito que repita exactamente lo que ocurrió con el material compartido.

Dante asintió. Yo sentí cómo su respiración se agitaba apenas. Estaba nervioso, claro, pero mantenía la compostura.

— Durante el semestre — dijo — grabé algunas clases con mi celular. Lo hacía para repasar. Nunca oculté el dispositivo, estaba a la vista. No hubo ninguna mala intención ni lo compartí con otros estudiantes. Solo con una persona: mi hermana.

La decana anotó algo. El profesor de ética cruzó los brazos.

— ¿Con qué propósito le compartió ese material?

— Ella está interesada en estudiar aquí. Me pidió que le enseñara lo que aprendía y le envié algunos fragmentos para ayudarla a prepararse. Nada más. No hubo difusión masiva, ni ventas, ni plataformas externas.

Otro profesor — uno con gafas rectangulares y gesto severo — lo interrumpió.

— ¿Entonces está admitiendo que compartió contenido académico con alguien ajeno a la universidad?

Dante tragó saliva.

— Sí. Pero no con fines inapropiados. Mi hermana quería aprender. Solo eso.

Silencio.

Y luego…

— Señorita Montenegro — me dijeron. — ¿Es cierto?

Sentí cómo cada célula de mi cuerpo se ponía en alerta. Miré al frente, al grupo de personas que podían arruinar todo en segundos y, traté de hablar sin que me temblara la voz.

— Sí. Yo le pedí a mi hermano que me ayudara. Ver cómo logró entrar a esta universidad me inspiró. Me obsesioné con poder aplicar a una beca algún día. Empecé a estudiar por mi cuenta y le pedí apoyo. Los videos que él grababa me servían para repasar, para entender mejor los temas.

— ¿Y participó usted, de alguna forma, en los exámenes que presentó su hermano? — preguntó el profesor de estadística. Su voz era seca, como su mirada: técnica, fría, calculadora.

Ahí estaba la trampa. Porque sí. Lo había hecho.

— No — dije con firmeza. — Jamás.

Mi tono fue tan neutro como pude hacerlo sonar.

La psicóloga, sentada en la esquina con su cuaderno abierto y una mano apoyada en la barbilla, alzó la vista y me clavó la mirada.

Así que respiré hondo, la miré también y, repetí con voz más suave, como si me abriera desde un lugar más humano:

— No tendría sentido hacerlo. Él es brillante. Yo solo… quería seguir sus pasos.

— ¿Y por qué no se inscribió formalmente a un curso preparatorio, o a una universidad distinta?

— Porque esta es la universidad en la que quiero estar — respondí, sincera. — Y lo intenté. Pero económicamente no podía. Lo que hacía con él era lo más cercano a una clase real que podía tener.

— ¿Usted le envió material a su hermano? — preguntó entonces el representante estudiantil, arqueando una ceja.

Tragué saliva antes de responder.

— A veces, cuando revisábamos juntos los temas, le enviaba algunos resúmenes que hacía. Mapas mentales. Cuadros comparativos. Cosas así. Yo también soy buena tomando apuntes.

— Y esos “apuntes” — intervino el senador, el padre de Mia — ¿incluyen los temas exactos que salieron en los exámenes parciales?

Sentí el corazón hundirse en el estómago. Mantuve la mirada.

— No tengo forma de saberlo. Solo organizaba la información que él me compartía.

Otro murmullo. Otra nota escrita.

Entonces el profesor de matemáticas habló por primera vez.

— Lo que llama la atención, señorita Montenegro, es que su hermano obtuvo las mejores notas del curso en más de tres materias. Superando incluso a estudiantes con experiencia previa. Y aunque eso no es una falta en sí misma… sí despierta sospechas cuando, al revisar sus dispositivos, encontramos material organizado, con esquemas y frases exactas a las que aparecieron luego en los parciales.

Mi garganta se cerró por un segundo. Pero tenía que mantenerme en pie. Tenía que defendernos.

— Eso solo prueba que estudiaba mucho. Y que tiene buena memoria. No es delito sacar buenas notas.

El profesor no respondió. Pero el senador sí.

— No es delito, no. Pero sí es motivo suficiente para abrir una investigación por posible fraude académico.

Mi mandíbula se tensó.

— Él no hizo trampa.

— Tenemos aquí los informes del profesorado — intervino la decana, con un tono más pragmático. — Los parciales han sido revisados y, formalmente, no hay evidencia irrefutable de que el señor Montenegro haya copiado el día de la prueba. Los análisis son ambiguos: su rendimiento fue excepcional y constante, pero el material que ustedes compartieron es tan detallado que no podemos descartar la posibilidad de que estuviera estudiando con una ventaja desleal. Una que compromete la integridad de la calificación y la validez de todo el curso.

— Exacto — dijo el senador, aprovechando la brecha. — Es una cuestión de ética más que de fraude puro. Y como la señorita afirma haber usado el mismo material, y afirma haberlo dominado, solo hay una forma de zanjar la duda sobre el origen y uso indebido de la información...

Pero el padre de Mia no lo dejó pasar.

— Quiero creerle, señorita — continuó, con esa voz suave, tan peligrosa como el filo de una navaja escondida en terciopelo. — Quiero pensar que todo lo que nos dice es cierto. Que el material fue utilizado únicamente con fines académicos...

Hizo una pausa, apenas perceptible, antes de clavar su mirada en mí.

— Así que, si realmente ha estudiado junto a su hermano, si ha aprendido con el mismo rigor, con los mismos materiales... debería ser capaz de presentar un examen de admisión ahora mismo.

Mi corazón se detuvo.

— Y si lo aprueba — continuó, con una sonrisa falsa en los labios — yo mismo apoyaré que sea admitida en el próximo semestre con una beca completa. Y por supuesto, estaré en contra de la expulsión de su hermano.




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