Ella en él

Capítulo 20 El resultado

Lo bueno no dura. Y por más que quisiera quedarme pegada a la mano de Gabriel todo el día, tocó volver a la realidad: ir a la universidad a ver los resultados. A medida que caminábamos hacia el campus, la felicidad que todavía tenía fresca del “sí” empezó a mezclarse con un nudo en la garganta. El estómago se me revolvió como si tuviera mariposas y una lavadora industrial al mismo tiempo.

Gabriel lo notó enseguida. Me apretó la mano con esa calma exagerada que tiene, como si él fuera inmune al estrés.

— Va a salir bien — dijo, mirándome de reojo. — Y si no, tampoco es el fin del mundo. Aquí hay muchas universidades, podemos buscar opciones. Tú y Dante no se van a quedar sin estudiar. Lo arreglamos.

Yo asentí, aunque lo que me preocupaba no era mí. Podía vivir con estudiar en otro lado, adaptarme, empezar de cero… lo que fuera. Pero Dante no. Dante llevaba meses soñando con ese lugar, con ese campus, con sentir que seguía perteneciendo al mundo que tuvo antes del accidente. Era su ilusión, su orgullo, su revancha contra todo lo que le había quitado la vida. Y yo necesitaba que entrara, así fuera a empujones.

Cuando llegamos al edificio principal, Gabriel volvió a tomarme de la mano, más fuerte esta vez, casi como si quisiera anclarme al piso. Subimos los escalones, y justo cuando íbamos entrando… nos encontramos con Dante.

O bueno, con Dante siendo empujado por Daniel, que iba detrás con una sonrisa como si estuviera manejando una carreta en un desfile.

— ¿Ves? ¡Te dije! — soltó Daniel apenas nos vio, casi cantando.

Dante giró la cabeza hacia mí primero… y luego hacia Gabriel. La transformación en su cara fue inmediata: cejas fruncidas, mandíbula tensa, ojos de “explícame ya mismo”.

— Estaban juntos — soltó, sin disimular, directo a Dante, como si eso validara una teoría largamente sostenida.

Yo quise fulminarlo con la mirada, pero ya era tarde. M ihermano nos miraba a ambos, luego a nuestras manos entrelazadas.

Solté la mano de Gabriel sin pensarlo, como si quemara.

— No es lo que parece — empecé a decir, pero mi voz sonó tan poco convincente que hasta yo me puse nerviosa.

Gabriel me tocó el brazo, suave, como pidiéndome permiso. Luego miró a mi hermano y lo dijo sin rodeos:

— Amigo — dijo con ese tono templado que usa cuando quiere sonar maduro, — sí es lo que parece. Sí estuvimos juntos. Y sí… somos novios.

Mi hermano no reaccionó enseguida. Parpadeó una vez. Luego lo miró de nuevo, como si confirmara que lo había escuchado bien.

— ¿Perdón? — espetó Dante, con ese tono que me usaba cuando tenía diez años y rompía un florero. — ¿Que SON QUÉ?

— Novios — repitió Gabriel, completamente campante — Nos gustamos y no vemos razones para…

— Qué curioso — lo interrumpió. — Porque esta mañana, en tu súper discurso de caballero honorable, dijiste que ibas a demostrar que merecías estar con ella. Que no ibas a hacer nada sin hablar conmigo antes.

Mi novio guardó silencio… y solo pensarlo así, mi novio, me emocionó más de lo que debería, aunque Dante lo miraba como si quisiera desaparecerlo del planeta.

— Y ahora resulta que ya están saliendo — continuó Dante, sin subir la voz. — Todo muy rápido para alguien que venía a “demostrar”.

— Tienes razón, pero en verdad… — Gabriel fue interrumpido nuevamente, mientras Daniel no disimulaba disfrutar de lo que pasaba.

— Y tu… — dijo mirándome, con esa voz que usaba cuando estaba a medio segundo de perder la paciencia. — ¿Por qué sigues el juego? ¿Por qué te dejas utilizar?

— ¿Utilizar? — Gabriel dio un paso hacia adelante, serio, clavando la mirada en mi hermano. — Yo no estoy jugando con ella. Voy en serio. Mi relación pasada terminó. Y otra cosa — añadió, firme, sin titubear. — Tu opinión me importa, pero no puedes meterte en lo que pasa entre ella y yo.

Eso fue el detonante.

Dante se impulsó para levantarse de la silla, con la intención clarísima de enfrentarlo cara a cara, pero su pierna no respondió. El gesto le falló en el peor momento: tambaleó, la silla se deslizó hacia atrás y él estuvo a centímetros del piso.

Los tres reaccionamos al tiempo. Gabriel lo sostuvo del brazo, Daniel lo agarró por la espalda y yo metí la mano justo a tiempo para que no se golpeara la rodilla. Fue un desastre silencioso, pero logramos sentarlo otra vez.

— ¡Tranquilo! — solté, con el corazón en la garganta.

Mi hermano respiraba rápido. Estaba más alterado por la impotencia que por el susto.

— Gabriel, Daniel… denos un minuto. — dije, sin apartar la vista de Dante.

Mi novio dudó, pero asintió. Daniel le puso una mano en el hombro y se alejó con él. Yo esperé a que desaparecieran antes de inclinarme hacia mi hermano.

— Ven — susurré, empujando suavemente la silla hasta una zona más despejada dentro del edificio, cerca de unas máquinas de agua donde casi nadie pasaba a esa hora.

Dante no hablaba. Solo respiraba como si intentara no explotar. Me puse frente a él, sin dejar que bajara la mirada.

— Entiendo que te preocupes — empecé, firme pero suave. — Y te lo agradezco, de verdad. Pero hay cosas que no se pueden evitar.

Él apretó la mandíbula, como si cada palabra mía le cayera mal.

— Desde la primera vez que lo vi me gustó — confesé, sintiendo el calor en la cara. — Y cuando empezamos a hablar y lo conocí mejor… me gustó más. No estoy inventando nada, no estoy jugando. Y sí, sé que es un riesgo.

Dante negó despacio, con esa mezcla de miedo y frustración que solo yo identificaba.

— Celeste, el tipo no ha superado a su ex… además — bajo el tono — si él descubre el secreto, no le va a gustar, podría denunciarnos y terminaríamos en la cárcel. — dijo como si fuera una verdad obvia que yo estaba ignorando.

Me quedé callada un segundo porque la realidad me cayó encima de golpe: ahora soy la novia de Gabriel. Él me gusta, yo le gusto… y aun así lo estoy engañando. Me acerqué a él siendo “Dante”, usé información que no debía, entré a su vida con ventaja. Si llega a descubrirlo, no va a ser bonito.




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