Como otras noches , acecha a su presa desde muy lejos, sin preocupación, casi con aburrimiento.
Ella, de pronto, parece sentir su presencia y se da la vuelta sin dudarlo. Cuando él la tiene en frente suyo, ve primero sus ojos negros rasgados, luego su boca virgen, su piel chocolate, su pecho agitado, sensual. Y acaba por embriagarlo su perfume de rosas.
Con su hipnótica voz, él le pide disculpas y, caballero, le cede el paso, dejándola retomar su camino.
Desde entonces, la Muerte ya no usa más su guadaña y no hace otra cosa que suspirar enamorado, mientras que en los Cielos y en los Infiernos no saben qué pensar...