Se sentía completamente preparada para empezar sus residencias. Su impoluto delantal blanco, sus libros de texto, su plan de clase bien organizado, minuto a minuto, y aprobado con honores por la directora, la representante legal y hasta por su mentora, quien llevaba treinta años estudiando pedagogía en diversas universidades extranjeras.
Una vez presentada, la joven maestra miró a su grupo de alumnos y a medida que sus ojos recorrían el salón sintió que ya no eran tan importantes los doctorados de su mentora, ni los libros de latín que había traído ni la clase magistral de construcción de polígonos que había preparado.
Narices sucias, pies descalzos, un abdomen prominente ó dos, marcas de latigazos en varios bracitos temblorosos, ojos rojos por no dormir, estaturas bajas por no comer...
Y cuando su mirada llegó al enorme ventanal creyó que afuera estaba lloviendo. Hasta que entendió que estaba llorando. Y ya nunca más le volvió a importar su impoluto delantal blanco. Porque ella, ahora, era el otro...