Ella - en prosa y verso.

10- la mejor de las compañías

–¡Te voy a picaaaar! ¡Te voy a picaaaar!- gritaba desesperado el papagayo mientras volaba en círculos por el pequeño departamento.
El gato lo perseguía, estirando cuanto podía, sus garras y fracasando en cada intento, sintiéndose miserable por dentro, pues la edad y las raciones de comida robadas al perro lo estaban volviendo lento.
Y el perro, que se había hecho amigo del papagayo, desde el primer día en el que éste llegó a la casa, una bola de plumas, pequeña y temblorosa, miraba al gato, mostrándole los dientes que le quedaban, pero sin moverse del sillón; pues a esas alturas sabía que si se bajaba, pasaría todo el día intentando subir otra vez. Pues, aunque no lo quería admitir, tenía más años que el gato.
Entre maullidos, gruñidos y amenazas del ave, que continuaba repitiendo una de las pocas frases que había aprendido a decir: "¡te voy a picaaaar! ¡Te voy a picaaaaar!", la puerta del frente se abrió de repente. Y como si esto hubiese sido una señal, el gato escondió las garras y comenzó a lavarse la cara con gran parsimonia; el papagayo se posó sobre un paragüero, cerca del gato y se concentró en acicalarse las plumas. Y el perro, olfateando a la recién llegada, comenzó a mover la cola, mostrando con una energía renovada, su felicidad por verla.
La viejita se sentó en el sillón con suma dificultad. El perro se le arrimó y el gato comenzó a frotar su pequeña cabeza gris en esas manos que temblaban. La viejita les sonrió y luego miró conmovida al papagayo que, desde que ella se había sentado, no paraba de repetir en un tono dulce y claro: "¡cuánto te quieroooo!"...
 



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En el texto hay: amor, femeneidad

Editado: 10.10.2023

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