Ella llamó la atención sin querer
desde la primera vez;
la atención de todos
y la mía, también.
Intentaba avanzar con orgullo;
su hermosa y larga cabellera cobriza
lograba cubrirle una parte de su rostro avergonzado,
se mordía sin saberlo sus labios temblorosos,
poco serenos, pero hermosos.
Pude ver una expresión en sus ojos
que tantas veces había visto en mi propio espejo;
expresión que decía que prefería estar en cualquier otro lugar, muy, muy lejos.
La percibí intimidada
pero aún así fue capaz de mantener en alto su mirada.
A medida que avanzaba
los comentarios de todas partes se multiplicaban:
" ...que antes era hombre...",
"...que quieren que la llamen por su nuevo nombre...",
"...el corpiño seguro le hace juego con el boxer...".
Por un momento, pareció trastabillar,
apretó más los labios
y un segundo después la mirada desafiante volvió a alzar,
encontrando la mía, por puro azar.
No se me escapó que estaba a punto de llorar.
No perdí tiempo,
sonreí, me acerqué y le di la bienvenida.
Me observó confundida, unas risas de burla me llegaron por detrás.
– Soy Sam – le dije– y tu nombre es...Lila...
Ella asintió, lo quiso ocultar pero estaba conmovida.
Por fin, me regaló una sonrisa
y las voces se me hicieron lejanas.
Ya no las oíamos ni ella ni yo.
Aquel primer día de clases gané mi primera batalla.
El mundo me siguió pareciendo igual de cruel,
desde entonces las burlas fueron para mí también
pero logré que ella ya nunca más tuviera su mirada empañada.