Se suponía que no debíamos
encontrarnos.
Un mandato arcano
así lo había pronunciado.
Eras una humana, hija de Eva
o de Lilith, tal vez,
prohibida
a mi naturaleza Arconte.
Me cercenaron las alas
para no alcanzarte.
Te borraron la memoria
para que tu corazón
no se delatara si por casualidad
volvías a verme.
Aún así, rompiste el maleficio celestial.
Me soñaste, me intuiste,
me convocaste una noche de luna pagana
y sintiendo tu llamado
a las altas esferas me rebelé.
No podía ayudarte,
ni intervenir en tu vida de barro y entrañas.
No podía bajar mi rostro hacia la Tierra, no podía amarte.
Y por supuesto, te ayudé,
intervine, te miré y...te amé.
Y tal como estaba profetizado
la guerra entre Demiurgos comenzó,
porque los dioses son tan celosos
que permiten todo,
excepto que uno de nosotros
mire a una de sus creaciones
y sacrifique el Cielo... por amor...