Ella era fea 2

Los destinos que impone Cupido

Tomás miró a todos sus amigos que estaban desayunado:

—Aquí falta un par —dijo de repente.

—¿Ah? —inquirió Mateo extrañado.

—Nada. Es imposible que hubieran sido ellos los de anoche —soltó Tomás mientras volvía a ver la comida.

—Ay, no… —Keidys se levantó de la mesa y al dar dos pasos hacia atrás se fue en vómito.

—Uish… —Alejandra tapo su boca.

—Ohs… Keidys —Claudia se levantó y se acercó a la joven—. Vamos al baño, tranquila, te entiendo amiga —las dos salieron del comedor.

—Recuerdo esos días en los que estaba embarazada de Keidys —la señora se levantó de la mesa para limpiar el vómito de la joven.

—Ya se me quitó el hambre —Gabriel apartó su mano del plato.

Josef estaba pasmado mirando a la nada, sus amigos lo observaron fijamente.

—Debe estar asimilando que su futura esposa en verdad está embarazada —dijo Mateo—. Yo me ponía igual los primeros días, después se me hizo normal.

Josef parpadeó dos veces y se levantó de su puesto, salió del comedor en busca de Keidys, la encontró en el patio tomando aire sentada en un sillón.

—¿Estás bien, amor? —se sentó al lado de ella.

—No me toques, me siento fastidiosa —gruñó Keidys. Josef quedó un tanto confundido.

—Es el embarazo, es normal —explicó Claudia.

—¿Quieres algo? —preguntó Josef a Keidys un tanto preocupado.

 

—Hay veces que es el hombre el que pasa los síntomas del embarazo —dijo Mateo al grupo.

—Ah… sí, una amiga mía se embarazó y era el esposo el que pasó los síntomas, eso se veía muy raro —contó Gabriel.

Tomás se levantó de la mesa.

—Todo estuvo muy rico, pero debo irme —informó.

—Oye, ¿y lo que quedamos de hacer?, ¿me vas a ayudar siempre? —preguntó Alejandra.

—Comenzamos mañana, ¿te parece?

—Bueno, entonces mañana —Alejandra desplegó una sonrisa.

Cuando ya todos había desayunado se fueron de la casa a sus respectivos trabajos, aunque Mateo tenía planeado hacerle el detalle a Claudia esa noche, la idea era que todo fuera una sorpresa. Así que dejó a Claudia a cargo del restaurante mientras él iba a comprar las cosas que necesitaba y adelantar los preparativos hasta que sus amigos  llegaran para ayudarlo con lo demás.

—¡Llegué! —gritó Josef al entrar en la casa, se adentró a la cocina y encontró varias bolsas llenas de verduras junto con otras cosas que esperaban la hora en la cual se convertirían en comida—. Veo que tienes todo listo —agregó al ver que Mateo estaba entrando a la cocina.

—¿Y Santiago? —preguntó Mateo.

—Ya viene en camino —respondió Josef.

Como era costumbre, todos los hombres del grupo llegaron a ayudar con el detalle, aunque algunos eran un poco torpes, a veces terminaban haciendo desorden o dañando las cosas, como Tomás, quien terminó peleando con el cable de las luces porque estaba muy enredado.

—Hazlo tú, uy no… —se lo pasó a Gabriel.

—Tipo loco este… —masculló el joven empezando a desenredar el cable.  

Gabriel dejó una cámara escondida filmando todo, había decidido capturar cada momento especial de su grupo de amigos para así crear un buen vídeo y mostrarlo dentro de cinco años a todos.

Esa tarde el cielo decidió darle uno de sus mejores atardeceres, uno veraniego totalmente despejado con una mescla de hermosos colores románticos que se podían apreciar desde allí. Así fue como Claudia llegó al balcón y encontró a su amado de pie frente a aquel detalle, ella desplegó una sonrisa mientras su piel comenzaba a erizarse, sus ojos recorrieron el espacio decorado con mucha precisión, bajo sus pies había un camino hecho con pétalos de rosas rojas que había seguido desde la puerta que daba a la calle y para que el momento fuera más perfecto, su canción favorita sonaba de fondo.

Lentamente se acercó a la mesa.

—Amor… ¿qué es todo esto? —preguntó Claudia.

—Lo mejor de la vida es que te sorprende cuando menos lo esperas —respondió Mateo. Se acercó y la abrazó, después la miró fijamente a los ojos—. ¿Ya te he recordado lo mucho que te amo?

—Yo también, te amo mucho —dijo Claudia muy sonriente. En ese momento Mateo se arrodilló, Claudia llevó sus manos a su boca por la impresión.

—Quiero hacerlo como se debe —sacó de su bolsillo una cajita pequeña de color rojo oscuro y la destapó dejando así al descubierto un precioso anillo—. Amor, ¿quieres casarte conmigo?

A Claudia se le salieron las lágrimas por la gran alegría que estaba viviendo en ese momento, hizo varios sí con su cabeza, Mateo colocó el anillo en el dedo anular de la mano derecha de Claudia y después se puso de pie rodeando con sus brazos a aquel cuerpo que tanto amaba.

—Gracias por compartir tu vida conmigo, no sabes cuan feliz estoy de haberte conocido, darme cuenta que eres el amor de mi vida, te amo tanto, pero tanto —Mateo le dio un beso a Claudia.




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