Ella era fea

Capítulo 4: te amo

—Lo que sucede contigo es que no sabes perdonar, Keidys, hasta que no lo hagas, nunca vas a poder ser feliz, —dijo Santiago con aquella voz tranquila que lo caracterizaba, él era mayor que Keidys por cuatro años—: Tienes todo lo que una chica a tu edad quiere, ¡deberías disfrutarlo!

—Eso no es cierto. Claro que soy feliz, es solo que... —Keidys parpadeó dos veces—. No importa, espero que Josef no vuelva a pisar esta casa, no mientras yo esté.

—Josef todo este tiempo ha preguntado por ti. Yo creo que ese chico te quiere bastante, deberías dejar ese rencor y hablar con él como personas civilizadas y maduras. —Santiago inspeccionó el rostro de su hermana—. Yo creo que tú todavía lo sigues queriendo; o de lo contrario no estarías tan al pendiente de su vida, te daría igual.

—¡Eso no es cierto! Ya te volviste loco —refutó Keidys, se cruzaba de brazos y hacía un gesto de fastidio.

 

 

Era sábado por la tarde, Keidys estaba en el cuarto de su hermano viendo los muchos libros que Santiago tenía allí. Vio que en la mesita de noche había uno con carátula marrón: era el libro que Josef estaba leyendo aquel día que llovía.

Se acercó y lo tomó, al abrirlo se dio cuenta que era una novela de amor.

—¿Esto no es para mujeres? —soltó una risa burlona.

En ese momento se dio cuenta que no entendía la literatura.

—Un verdadero sabio de este tipo de cosas me regañaría por lo que digo —borró su sonrisa.

Salió al patio para leer un poco aquel libro debajo del quiosco.

Trataba sobre una pequeña niña que vivía en las montañas y conoció al hijo de un hacendado. Ellos crecieron juntos y aquella pequeña se enamoró tanto de él que un día se lo confesó, pero el niño (que ya se había convertido en todo un hombre) un día viajó lejos a perseguir su sueño de ser un reconocido pintor y todos los meses le enviaba una carta narrando sus aventuras alrededor del mundo. Aunque la muchacha en ese tiempo enfermó de cáncer.

Keidys estaba muy sumergida en aquel libro e ignoró las voces de las personas que se acercaban a ella.

—Oye, Keidys —llamó su hermano Santiago.

La muchacha subió su mirada y notó que Josef estaba al lado de su hermano.

—¿Qué haces leyendo? —preguntó Santiago muy extrañado.

Keidys quería morirse de la vergüenza, el tono que utilizó su hermano era de alguien tan sorprendido, como si viera a un fantasma dándose una ducha antes de asustar a alguien.

—¿Acaso no puedo tomar uno de tus libros? —cuestionó Keidys y volvía su mirada al libro, pero por dentro gritaba para que la tierra se abriera y la tragara.

Lo peor vino cuando los dos muchachos se sentaron alrededor de la mesa de cristal y empezaron a servirse unos vasos de limonada.

—Ese libro hace poco Josef se lo leyó, todo el que se lo lee dice que es fantástico —comentó Santiago.

Se hizo un gran silencio en la mesa. Keidys no podía concentrarse en su lectura, todos sus adentros se estaban retorciendo y no sabía por qué.

—Es un gran libro —opinó Josef.

Keidys cerró el libro y lo dejó a un lado de la mesa. En aquel momento Santiago se levantó de su silla y entró a la casa.

Las miradas de Josef y Keidys se cruzaron, la joven vio que el muchacho no traía puestos sus lentes, al parecer no eran permanentes.

El muy maldito se ve atractivo sin lentes” pensó Keidys.

—Hola —saludó Josef.

—¿Qué haces en mi casa? —preguntó Keidys mientras se recostaba al espaldar de la silla.

—Yo estoy muy bien, ¿y tú? —dijo Josef y desplegó esa sonrisa torcida de ironía, después tomó un sorbo de su vaso de limonada.

Keidys sintió que la sonrisa de Josef la derretía como chocolate caliente: un simple e insignificante gesto como ese podía lograr que su mundo tambaleara. Intentó volver a la realidad y esfumar sus pensamientos.

—Mira Josef, no me gusta que vengas a mi casa, aquí no eres bien recibido, —soltó Keidys con un tono que se escuchó muy grosero—; no mientras yo esté. Así que sería un gran favor para mí si no dañas mi día con tu cara de culo.

—¿Por qué me odias? —inquirió Josef viendo que la situación era bastante desagradable.

—Me han dicho que eres muy inteligente, ¿acaso tu inteligencia no te da para recordar lo que me hiciste? —Keidys se cruzó de brazos.

—¿Sigues enfadada por eso? Yo estoy muy arrepentido por lo que pasó, te pedí una disculpa —dejó salir un suspiro—. Perdón, sé que tuvo que ser bastante duro para ti ese tiempo en el que te hicieron bullying por mi culpa.

—Mira, Josef —apartó un mechón de cabello de su rostro—, yo no quiero una disculpa tuya, para nada, así que no lo hagas, será en vano —se levantó de la silla y los dos se miraron fijamente—. Me gustaría que vivieras en carne propia lo que yo tuve que pasar.

 

 

 

—Keidys, mi nombre es Mateo, yo estudio contigo, pero tal vez no lo sepas, me acompañaste el primer día que llegaste al colegio a la cafetería, —silencio incómodo—. Bueno, yo solo quiero decirte que toda mi vida he estado enamorado de ti; no he querido tener ni una sola novia porque siempre estuve esperando este momento, yo... te amo.




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