Ella era fea

Capítulo 15: mi pequeño amor

—¿Qué te sucedió Tomás? Te estás comportando extraño —dijo Alejandra mientras sus mejillas se ruborizaban en gran manera.

Él no respondió nada y lentamente se acercó para besarle, sus labios se entrelazaron lentamente y pronto aquel beso se volvió apasionado. Los brazos de Tomás apretujaron la cintura de Alejandra mientras ella se embriagaba con todos aquellos sentimientos revueltos.

Una lágrima corrió por las mejillas de Alejandra ¿qué estaba haciendo? ¿Era tan mala como para serle infiel a Josef?

—Eres la peor persona del mundo —le dijo a Tomás después que el beso se terminó, lo alejó de un empujón—, el mundo no gira a tu alrededor —salió del departamento mientras soltaba el llanto.

¿Cómo miraría a Josef a la cara? Aunque en su memoria estaba impregnado aquel beso que le había dado Tomás, aquel beso con el que tanto había soñado, pero que ahora era la pesadilla más grande.

 

 

Mateo estaba en una fiesta con Keidys, el sonido hacía retumbar las paredes, todos gritaban y saltaban, ellos estaban tomados de las manos y dejaban salir sonrisas sinceras. No habían planeado ir a ninguna fiesta, pero ya que los habían invitado, decidieron ir. Aquel día fue la primera vez que tuvieron una cita.

—Nunca había ido a una fiesta como esa, fue muy loco —dijo Keidys al salir de la fiesta. La madrugada era bastante fría, llevaba puesto el abrigo de Mateo que tenía impregnado el olor del joven.

—¿Te divertiste? —preguntó Mateo.

—Claro que sí, siempre había querido ir a una fiesta, disfrutar de mi juventud —caminaban lentamente por la calle que estaba un poco solitaria.

—¿No habías ido a fiestas?

—No… Pero era porque no tenía con quién, siempre me llamaron aburrida por lo mismo, aunque nunca me preguntaron el por qué no iba, si lo hubieran hecho las cosas ahora serían diferente, tal vez no estaría aquí.

—Menos mal nunca te preguntaron.

Los dos soltaron una carcajada.

—De ahora en adelante habrán muchas fiestas —Mateo la abrazó—, he esperado mucho para poder estar a tu lado, a veces creo que todo es un sueño.

Keidys se acurrucó en aquel abrazo, le parecía loco el que su vida cambiara en cuestión de un día, esa mañana había estado triste por el sentirse sola, aunque al caer la noche se sentía satisfecha con la compañía de aquel joven. Pero por un momento cerró sus ojos e imaginó el estar así con Josef, eso estremeció su pecho ¿qué estaba haciendo?, se suponía que Mateo era su novio y Josef tenía a Alejandra, su amiga, pero recordó las palabras que Josef le dijo en la tarde; tenía que pensarlo con cabeza fría ¿quería estar con Mateo?

Al poder tocar su cama decidió descansar y dejar sus problemas para otro momento. Su hermano no le había reprochado el que estuviera tan tarde en la calle, al contrario, le tranquilizaba el que se diera aquellas escapadas a fiestas, no le parecía sano el que una chica de su edad solo se focalizara en cosas que son de adultos; quería que disfrutara de su juventud, confiaba en que su hermana sabría dominar sus emociones para no tener que arrepentirse después.

Esa mañana comenzó con un café y las noticias del día, sus padres estaban desayunando, su madre hablaba con su hermano cosas de la empresa, su padre leía el periódico y Keidys tomaba su café, tenía un fuerte dolor de cabeza.

—¿Y te divertiste? —preguntó su madre.

—Sí… Mateo es muy agradable.

—¿Quién es Mateo? —preguntó su padre dejando el periódico sobre la mesa.

—Es un amigo, me invitó a una fiesta y decidí ir —respondió Keidys, se sentía incómoda al decir mentiras, pero no les hablaría de una relación la cual no sabría si tendría frutos.

—Espero que no te aloques con fiestas, recuerda que es el primer año que pasamos contigo y no quiero tener canas verdes —pidió su padre.

—No… Es que yo solo quería divertirme un poco, era viernes y en el colegio tienen la tradición de hacer fiestas —explicaba Keidys.

—Tranquila Keidys —dijo Santiago, miró a su padre—, papá, ella recién está llegando, necesita hacer amigos.

Era la primera vez que desayunaban juntos y llevaban una conversación como aquella a la mesa. Esa mañana le hizo recordar a Keidys su niñez, aquella que anteriormente era gris, borrosa, algo que no quería recordar, pero que ahora estaba llena de vida, que consumía su pecho de nostalgia.

 

—Pero yo no sé manejar bicicleta —dijo Keidys por el celular, se sentó en el kiosco del patio y después soltó una carcajada.

—¿Es en serio? —preguntó Mateo del otro lado de la línea.

—Sí… Siempre me dio miedo.

—Bueno, pero hoy vas a aprender, todos iremos al bosque, es sábado y hay que divertirse, —explicó Mateo— en media hora estaré allí.

Keidys saltó de la silla y corrió a cambiarse, demoraba mucho arreglándose, no quería hacer esperar a Mateo. Un short, camisa que le cubrían sus hombros, unos tenis y el cabello recogido en una coleta.

Bajó a recibir a Mateo que había llegado con Alejandra, la vio un poco extraña, le sucedía algo, aunque no le quiso preguntar nada.




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