Ella era fea

Capítulo 21: recuerdos

—Vaya, no me sorprende en lo absoluto —dijo la mujer.

—¿Por qué? —preguntó Josef.

—Porque ustedes debieron estar juntos desde el principio. Siempre se amaron, se les notaba en la mirada —llevó sus ojos a Keidys— tú, mi niña, siempre estuviste detrás de Josef desde muy pequeña —rodó su mirada a Josef— y tú hijo, siempre estuviste siguiendo los pasos de Keidys desde lejos, me decías que te sorprendía lo cambiada que estaba y te hacías la pregunta de si se acordaba de ti. Estuvieron pensándose todos estos años.

La señora tenía razón, de lejos siempre estuvo en la mente de aquellos enamorados la imagen del otro, querían verse, estar juntos. Hasta que por fin pudieron hacer su sueño realidad.

 

Alejandra estaba sentada en una banca de un parque donde Tomás la había citado para conversar un poco. Por su mente pasaban muchas películas de lo que podía suceder en el tiempo en que estuviera con él. Aquellas ideas la asustaban cada vez más.

A lo lejos pudo verlo llegar, su corazón latía con gran fuerza, como cuando un niño pequeño ve llegar a una persona con un regalo para él.

—Tomás... —musitó mientras desplegaba una gran sonrisa.

—Alejandra, pensé que no ibas a llegar —dijo Tomás mientras hundía sus manos en los bolsillos.

—¿Qué? ¿Por qué? —inquirió la joven mientras desplegaba una sonrisa.

—Creí que Mateo no te dejaría —respondió el muchacho mientras su mirada se perdía entre el paisaje.

Tomás se había dejado la sombra de la barba, se le notaba algo ansioso y confundido. Alejandra no podía encontrar a aquel chico risueño y travieso que crecido con ella, sus ropas se veían algo gastadas, sus ojos tristes y aquella seriedad no parecía natural.

—Mateo no sabe que estoy aquí. De hecho, cree que me encuentro con Keidys haciendo un trabajo de castellano en el que estamos juntas. ¿Qué sucede Tomás? Te noto bastante raro.

—Ya no soy el mismo chico que conociste Alejandra, aunque te sigo viendo como una gran amiga y por eso necesito un favor tuyo.

—¿Cuál?

—Que me prestes dinero, ya no vivo en el apartamento de mí hermano y me he quedado sin nada.

—¿Qué?, pero puedes vivir con tus papás. Ellos están preocupados por ti.

—No, no quiero vivir con ellos.

—¿Y tus estudios? Ya no vas al colegio, ¿qué está pasando, Tomás?

—¿Me vas a prestar el dinero? —Tomás empezó a enfadarse, se notaba en su rostro un desespero que no era normal.

Alejandra se levantó de la banca y lo observó fijamente, le entristecía en gran manera el que aquella persona de la cual había estado enamorada desde niña ya no fuese la misma. Aquellos recuerdos que con anterioridad la hacían feliz ahora le creaban un hueco en su pecho.

—Lo siento Tomás, no puedo ayudarte; presiento que tomarás ese dinero para cosas malas y no quiero que te hundas más en algo de lo cual no puedas salir después. Solo quiero que recuerdes que hay muchas personas dispuestas a ayudarte, y una de ellas soy yo. Si en algún momento quieres volver a casa sabes que todos te vamos a esperar con los brazos abiertos.

—¿Qué? ¿No me vas a ayudar? —preguntó Tomás impresionado.

—No Tomás… Sólo mírate, estás muy mal.

—Pensaba que eras mi amiga. Por favor, Alejandra, yo sé que tú tienes el dinero —insistía Tomás, rodeó el cuello de la muchacha con sus manos y su mirada se veía muy desesperada.

—Apártate, me das miedo.

—Solo dame algo de dinero, sé que siempre llevas algo contigo. Puedes ir a mi casa y decirle a mis padres que te lo devuelvan, vamos… ¡Dame la maldita plata!

—No… Tomás.

Alejandra se asustó en gran manera por el trato que le estaba dando Tomás, él se apartó bastante enojado.

—¡Entonces lárgate, maldita escoria! —gritó con fuerza.  

Alejandra no necesitaba que alguien le contara lo que le sucedía a Tomás, ya lo sabía, lo imaginaba. Aunque las drogas hubieran atrapado a Tomás y lo estuvieran llevando al mismísimo infierno, ella quería ayudarlo, sacarlo de aquel lugar, sin embargo, él no dejaba que nadie lo hiciera, no se podía hacer nada y mucho menos si ya se había marchado de casa. En aquellos momentos Alejandra entendió la tristeza de Josef, la preocupación de los padres de Tomás, muchas veces le pareció ver a la mamá del joven con los ojos rojos, como si hubiera llorado; no hay peor cosa que hacer llorar a una madre.

Le produjo un mal sabor de boca, su paladar se volvió amargo, aquel chico siempre había hecho las cosas mal; pero esta vez tocó fondo.

—Tu madre no deja de llorar desde que te fuiste. Debería darte vergüenza —el rostro de la joven se veía muy enfadado, desde que había atado los hilos y descifrado el qué pasaba con Tomás hizo que algo en su corazón se quebrara.

La joven dio media vuelta y se marchó. Tomás quedó inmóvil y por su mente pasaban las palabras de Alejandra sobre el llanto de su madre.

"Debería darte vergüenza". Él era un rebelde sin causa, sus padres siempre le dieron todo y su hermano lo apoyaba en cualquier locura que se le viniera a la cabeza. Tenía un mejor amigo que siempre lo defendió y estuvo con él, a una chica que hasta el último momento siempre lo amó, por más desprecio que él le hiciera, Alejandra siempre estuvo para él. Su madre, una señora tierna y cariñosa, la recordaba como aquella mujer que lo abrazaba en las noches y le cantaba al oído, de hecho, por más grande que estuviera siempre que tenía pesadillas, ella se quedaba con él. Aquel canto apartaba a aquellos sueños infernales y hacía que llegara la calma. Pero ahora aquella mujer lloraba por las noches pidiendo que su hijo volviera a casa. 




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