Ella era fea

Capítulo 26: lo que oculta el mar

—Lo que sucedió en el cuarto... Perdón por eso, sé que me sobrepasé y te prometo que no volverá a suceder —dijo Mateo mientras caminaba junto a Claudia por un camino que llevaba a un pueblo pequeño cerca de la cabaña.

Los grillos sonaban alrededor de ellos y una pequeña y suave brisa soplaba:

—Bien. Es mejor que no volvamos a mencionar el tema, se me hace algo incómodo, —dijo Claudia— así es mejor —masculló mientras su mirada lentamente se inclinaba hasta llegar a sus pies.

Al bajar una pequeña colina Claudia se resbaló y cayó dando vueltas quedando boca abajo con la boca llena de tierra:

"Dios... ¿por qué me odias tanto?" pensó mientras sentía que su vida acababa por la gran vergüenza que tenía en aquel momento.

—¡¿Estás bien?! —preguntó Mateo corriendo hasta ella, se agachó y empezó a ayudarla— oh... Dios, ¿te golpeaste muy fuerte?

El rostro del joven se veía que estaba muy preocupado, Claudia sentía que su boca estaba llena de tierra:

—Estamos cerca de la tienda, voy a comprar algo de agua para que te limpies, ¿puedes caminar? —la joven estaba sentada en el suelo y sus rodillas estaban sangrando— ¿te duele mucho?, ven, sube a mi espalda —observó que cerca había un árbol.

Claudia tenía tanta vergüenza que sentía un gran nudo en la garganta, con algo de miedo y dolor subió a la espalda de Mateo:

—¿Estás llorando? —preguntó Mateo— lo entiendo, te golpeaste muy fuerte, —llegó hasta el árbol y delicadamente la hizo recostar sobre el tronco— ya vuelvo, voy a comprar las cervezas y algunas cosas para curarte.

Observó el rostro de la joven, tenía una herida en su frente, llevó una de sus manos hasta el rostro de la joven y le limpió un poco la arena:

—Sí que eres torpe ¿cómo te caíste de esa manera? —mostró una sonrisa tierna— ya vuelvo. No demoro mucho. Tranquila, todo va a estar bien.  

"Si no tuviera mi boca llena de tierra ya te hubiera gritado" pensó Claudia. Aunque le pareció que Mateo se había comportado muy lindo con ella, un comportamiento que siempre había envidiado cuando lo tenía con otra chica.

—¿Comiste tierra? —preguntó Mateo mientras la ayudaba a limpiarse las heridas después de unos minutos— ¿sabe rico?

—¡Cállate idiota! —gritó Claudia.

—Así que no habías dicho nada porque tenías la boca llena de arena, ya sabía yo que estabas muy silenciosa —soltó Mateo con una gran sonrisa.

Aquella tarde cuando Claudia iba en la espalda de Mateo, el poder sentir el calor de aquel cuerpo, la conversación vergonzosa y a la vez alegre, los grillos haciendo una orquesta y el ruido del mar con la brisa salada... todo le pareció tan hermoso. Quería que se quedara aquel momento congelado, quería seguir así con él, estar así de cerca:

—¿Te embriagas fácil? —preguntó Mateo.

—Algo así...

—Tomás suele volverse algo atrevido cuando bebe.

—Pero él no puede embriagarse, su tratamiento se lo impide —explicó Claudia.

—¿Crees que va a ser el único que no va a tomar?

—¿Desobedecerá? —inquirió Claudia.

—No lo sé, pero no te le acerques, puede que te quite la virginidad.

—Por mí está bien, si esa persona me gusta estaré feliz de que sea mi primera vez con él.

—Mira nada más las burradas que estás diciendo, Tomás no te quiere y si tiene sexo contigo solo será por placer.

—Al igual que tú —masculló Claudia.

—¿Dijiste algo?

—Que eres un idiota —respondió Claudia. Los dos soltaron carcajadas.

Todos se reunieron en la sala, frente a ellos tenían el mar y sonaba la música que hacía el momento fuera aún más hermoso, era perfecto:

—Tomás para ti tenemos una deliciosa limonada —dijo Keidys y le pasó un vaso.

—¡Gracias por ese gran regalo que me darán, por eso los amo! —tomó el vaso y lo bebió de un solo golpe. Todos soltaron carcajadas.

—Yo también quiero limonada —pidió Alejandra.

Era mejor estar apartado de lo que le hacía mal, por eso Tomás se alejó del grupo y decidió contemplar las estrellas y escuchar las olas del mar, se acostó en la arena y dejó salir una sonrisa, aquel silencio desde hace mucho que no podía apreciarlo:

—¿Qué haces aquí solo? —preguntó Alejandra acostándose a su lado.

—¿Por qué no estás con todos? —inquirió Tomás.

—Quiero estar contigo —respondió Alejandra y se volvió a medio lado y apoyó su cabeza en el pecho de Tomás, desplegó una sonrisa cuando sintió que el joven puso una mano en su cabeza.

—Debes disfrutar de tus vacaciones, es mejor que vuelvas a la fiesta —pidió Tomás.

—Estoy más a gusto a tu lado, ¿qué mejor que esto?

—Alejandra, es mejor que no te ilusiones, yo te quiero demasiado, pero para mí siempre serás aquella niña pequeña que debo proteger como un hermano mayor. Yo... ahora no quiero nada con nadie, entiende que apenas estoy aprendiendo a controlar mi vida, le he hecho mucho daño a las personas que quiero y entre ellas estás tú.




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