Ella era fea

Capítulo 37: Corazón, corazón

—¡Es cierto, lo peor que puede suceder es que te caigas en un charco de lodo de cabeza frente a la persona que te gusta! —dijo Alejandra emocionada. Gabriel no podía parar de reír, aquella chica tenía muchas historias cómicas en su vida— ¿oye qué es eso? —Alejandra tomó el álbum de fotos que llevaba Gabriel consigo.

—Amm... Espera... —se incomodó Gabriel al ver que la chica ya había empezado a ver las fotos que él tenía allí.

—Oye… son lindas fotos —dijo Alejandra sorprendida—, son buenas fotos— recordó el día que llevaba a su perro— ¡ah... es cierto! Tú llevabas una cámara el día que nos conocimos.

—Sí... Me gusta tomar fotos —Gabriel vio que la chica pasó a la página donde estaba la foto de ella en el mirador.

—Ay, —soltó Alejandra pasmada, miró a Gabriel— soy yo —volvió a mirar el álbum— ¡sí soy yo! ¿Qué hago aquí? ¿Sabías que era yo?

—Te vi ese día en el mirador —dijo Gabriel, llevó su dedo índice a la nariz de Alejandra e hizo deslizar su dedo por todo su tabique— tienes buen perfil.

Alejandra se ruborizó por completo, ese chico era muy lindo en todo el sentido de la palabra:

—Ay, Gabriel —ella desvió la mirada y le pasó el álbum.

—¿Qué sucede? —inquirió el joven con una gran sonrisa, le parecía que se veía muy tierna cuando estaba asustada.

—Nada, nada —Alejandra soltó una carcajada y se levantó de la banca—, este... —llevó su mirada hasta el chico— creo que mi hermano me está llamando.

—¿Tienes un hermano?

—No, no, para nada —ella volvió su mirada al frente.

—¿Qué? —Gabriel quedó confundido en aquel momento, ladeó un poco su cabeza— oye Alejandra, ten cuidado —advirtió.

—Ya... Me voy —en aquel momento Alejandra perdió el equilibrio al no ver que había un pequeño escalón cerca de ella y cayó al suelo dándose un gran golpe.

—¡Alejandra! —Gabriel corrió a ella— ¡¿estás bien?! —la ayudó a levantarse. Alejandra estaba llorando, miró al joven y su rostro se tornó rojo— ¿por qué lloras? ¿Te golpeaste muy fuerte?

—¡Qué vergüenza...! —Alejandra escondió su rostro en el pecho de Gabriel. Pudo escuchar una pequeña risita de parte del muchacho— ¡no te rías!

—Lo siento...

 

Alejandra llegó a su casa y entró al baño para darse una ducha, pero había algo que no la dejaba quieta, aquel chico era muy buena con ella. Le inspiraba mucha confianza y no le importaba si ella era torpe y algo lenta; Alejandra se miró en el espejo mientras se quitaba la camisa:

 

—Te vi ese día en el mirador —dijo Gabriel, llevó su dedo índice a la nariz de Alejandra e hizo deslizar su dedo por todo su tabique— tienes buen perfil. Recordó.

En aquel momento Alejandra sintió que en su mente llegó un recuerdo, era él en el mirador, aquella tarde ella estaba llorando porque se sentía muy triste por su amor no correspondido y él se acercó a ella.

"Recuerdo que mi lágrima cayó en la mano de Gabriel, —pensó Alejandra— aquella mirada me impresionó, pero a ese chico no le vi nada que me atrajera como para quedarme a hablar con él. Cielos, eso fue hace tiempo ya... Si esa vez hubiéramos hablado como lo hicimos hoy... —se miró en el espejo— ay ¿pero qué cosas estoy pensando? —Puso sus manos en su rostro— cálmate Alejandra, a ti no te gusta ese chico, claro, solo es un amigo, un buen amigo.

 

—¡Gabriel! —gritó Alejandra cuando lo vio salir de su casa— corrió hacia el chico —mira este es.

—¿El libro del que me hablaste? —preguntó Gabriel.

—Sí... es el libro que leí cuando pequeña, me lo regalaron, así que, por favor, cuídalo bien... —dijo Alejandra emocionada. Era de tarde, ya el cielo se veía rojizo por la entrada de la noche, habían quedado en verse esa tarde. Alejandra llevó su mirada a la casa del chico, le dio la impresión de que alguien había observado por una ventana.

—Alejandra... ¿quién te regaló este libro? —preguntó Gabriel hojeando el bulto que tenía en sus manos.

—No me acuerdo bien, era muy niña en ese tiempo, tenía siete años. En fin, es un regalo muy especial... Gracias a eso me convertí en escritora —explicó la chica.

—Bien, lo voy a leer —dijo Gabriel sonriente.

Gabriel lo supo, sabía que algún día encontraría a aquella niña que conoció en la infancia, pero nunca creyó que sería Alejandra.

Cuando Gabriel tenía ocho años le encantaba estar sumergido en la gran biblioteca que había en la casa de su abuela, le gustaba leer libros de ficción donde hubiera guerras y mundos antiguos. Por eso un día su abuela que llegó de un viaje le trajo un libro que terminó convirtiéndose en la historia favorita del niño. Lo llevaba a todas partes para leerlo y un día lo llevó a un parque donde se encontró por primera vez a Alejandra quien no dejaba de jugar en un charco de lodo donde su vestido blanco estaba completamente sucio. Aquel niño le impresionó verla jugar tranquilamente allí y por un momento le causó mucha gracia:

 

—¿Tus padres no te regañarán si te ven así? —le preguntó.




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