Ella era fea

Capítulo 40: Palabras al viento

Mateo estaba en blanco ¿qué había hecho?, veía que Tomás estaba muy enfadado, se notaba la impotencia en su rostro, Claudia no dejaba llorar, nunca la había visto así. En aquel momento a su mente vino el recuerdo de cuando estaban corriendo por la playa y ella recogía caracoles:

—Mira Mateo, este tiene tu color favorito —dijo ella mostrándoselo.

—¿Cómo sabes que es el rojo? —le preguntó.

—Siempre lo usas.

Mateo volvió a la realidad y vio que Claudia se estaba yendo con Tomás:

—¿Cómo dejas que te trate así? ¿Siempre lo hace? —le iba preguntando Tomás—, deja de llorar. No me gusta verte así, me hubieras dejado que le rompiera la cara a ese poco hombre.

—¡Claudia, espera! —gritó Mateo detrás de ella.

—¡¿Qué quieres idiota?! —preguntó Tomás volteando a verlo.

—Claudia, por favor, perdóname, no sabía lo que estaba diciendo. En serio, soy un idiota, no sé por qué dije todo eso; por favor, perdóname, perdóname, por favor. Nada de lo que dije fue cierto —decía Mateo detrás de ella— me equivoqué ¿sí? —a Mateo se le salió una lágrima.

—¿Ahora sí? Idiota —preguntó Tomás.

—Tomás, basta —pidió Keidys, lo tomó de una mano— dejemos que hablen solos.

—¿Para que vuelva a decir todas esas idioteces? ¡Ni en broma! —tomó a Claudia y se la llevó.

Mateo se puso las manos en la cabeza, soltó un grito de impotencia. ¿Por qué se sentía así?, tenía muchas ganas de llorar, se sentía tan culpable por haber tratado a aquella joven de esa manera, dijo cosas sin sentido porque estaba acostumbrado a decirlas para creer que eran ciertas, aunque nunca la había visto de esa manera:

—Mateo, cálmate, por favor —pidió Keidys.

—¿Por qué hice eso? —inquirió Mateo volteando. Keidys se sorprendió al ver sus ojos rojos, su mentón estaba temblando.

—No lo pensaste, las personas se equivocan Mateo. Trata de hablar con ella, pídele perdón hasta que Claudia se dé cuenta que solo fue un error de tu parte, se veía muy mal. Ve tras ella y háblale.

Mateo empezó a caminar rápido, por unos momentos empezó a correr, Keidys que se sentía muy culpable de lo que estaba pasando lo siguió. Los encontraron en una banca bastante apartada de los salones de clases, ese lugar era bueno, allí nadie los vería y podrían hablar todo lo que necesitaban:

—Claudia, por favor, necesito hablar contigo —pidió Mateo.

Tomás se levantó y se apartó con Keidys, ya se le veía más calmado, aunque casi asesina a Mateo con la mirada.

Mateo no reconocía a Claudia, se veía bastante triste y tímida:

—Claudia, en serio, no sé qué hacer para que me perdones, hablé muy feo de ti. No sé por qué lo hice, pero quiero decirte que te considero como una gran amiga, alguien con quien en realidad la paso muy bien y he pasado grandes momentos de mi vida —se agachó frente a ella, trataba de buscar su mirada, pero Claudia le hacía aquella misión imposible—, perdón... Tuve que haberte lastimado en gran manera. Seguramente me considerabas un gran amigo y yo dije todo eso... —recordó lo que había dicho Keidys, se asustó en aquel momento, ¿acaso era posible que ella estuviera enamorada de él?, la abrazó, sentía que aquella chica estaba destrozada, escuchaba los sollozos de Claudia, en ese momento se dio cuenta que era cierto, ella estaba así porque no solo había lastimado una amistad, sus palabras lastimaron un amor que guardaba en secreto.

—Vete, por favor —pidió Claudia, se separó de Mateo.

El joven quedó sentado al lado de Claudia, estaban juntos, pero se sentía una distancia enorme:

—No sé si llegarás a perdonarme, no sabía que sentías eso por mí. Yo soy un idiota, no merezco estar a tu lado, no me había dado cuenta que estabas enamorada de mí, por eso te trataba de esa manera —llevó su mirada a la joven y por fin pudo ver su rostro, sus ojos estaban maltratados por el llanto, sin querer a Mateo se le salieron las lágrimas.

El muchacho se levantó y se marchó. A veces un simple acto puede destruir una gran amistad, una de esas que parecía imposible de derribar, solo se necesita de un sentimiento más que amistad para que dos personas que antes eran inseparables se ignoren por completo, hagan que nunca se conocieron. Así como solo se necesita de una sola palabra para que todo un castillo quede en cenizas.

Keidys se acercó a Mateo, Tomás se sorprendió de ver que ese joven se veía bastante triste, tanto que parecía él la víctima:

—Oye, Mateo —dijo Tomás acercándose, pero esta vez estaba muy calmado.

—Si quieres puedes golpearme, sé que lo merezco —soltó Mateo.

—No te voy a golpear —Tomás le daba lástima el golpear a un chico que ya parecía que le habían dado una paliza.

Alejandra vio llegar a Mateo al salón, Keidys y Tomás estaban a su lado:

—¿Qué pasó? —preguntó.

Vio que todos se sentaron en sus puestos y no hablaron con nadie:

—¿Quién se murió? —preguntó mientras llevaba su mirada a todos sus amigos.




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