Ella era fea

Capítulo 55: Luz de mis ojos

Alejandra tragó en seco y en ese momento escuchó unos pasos que se acercaban a la sala:

—Buenos días —dijo una voz de mujer. Alejandra llevó su mirada hasta el fondo de la sala. Una mujer de unos cuarenta años de edad apareció en la vista de la joven, era alta, rubia, ojos gateados y con un porte engalanado.

—Buenos días —saludó Alejandra, su corazón empezó a latir con gran fuerza. La empleada se retiró, algo que no le gustó a la muchacha, no quería estar sola con esa mujer.

—¿Vives cerca de aquí? —preguntó la señora sentándose frente a Alejandra.

—A unas tres casas de aquí —respondió la muchacha, su boca estaba seca y no veía el momento para salir huyendo de allí.

—Oh... vaya, así que eres nuestra vecina. Es un alivio para mí el saber que mis hijos tienen amigos cerca de su casa, suelen ser muy cerrados con las personas, ya sabes, la costumbre de mudarse tan a seguido.

Alejandra no sabía qué decir. Aunque era buena para escribir el hablar con alguien desconocido no era su fuerte.

—Gabriel es una buena persona —hizo varios sí con su cabeza.

—Pensaba que eras amiga de Gera, pero así que eres amiga de Gabriel. Vaya, eso es aún más interesante, ¿cuántos meses llevan? —la señora desplegó una sonrisa emocionada.

—¿Meses? —Alejandra ladeó un poco su cabeza en señal de confusión.

—Ay, por favor, yo también decía que era amiga de mi novio frente a sus padres, me aterraba la idea de una interrogación de esa magnitud —explicó la señora mientras sostenía una sonrisa traviesa.

—No... Gabriel y yo solo somos amigos —explicó Alejandra.

—Mamá, por favor —se escuchó una voz al fondo de la sala. En ella apareció Gabriel con una mirada tranquila.

Los dos jóvenes cruzaron miradas y a Alejandra le dio la ligera impresión de que a aquel muchacho no le gustaban en lo absoluto las palabras que habían salido de su boca. Su mirada cayó a las manos de Gabriel quien sostenía el libro que ella le había prestado.

—Vaya. Es una pena... Así que me he equivocado —la señora se levantó del mueble.

—Mejor ve a desayunar, seguramente no has comido nada aún —pidió Gabriel amablemente.

Al quedarse solos un gran silencio los abrazó, aunque Gabriel desplegó una sonrisa bastante pasiva y un poco somnolienta.

—Por fin pude saber el final de este libro. Era de esperarse que al final la princesa queda con el rey que la libera de su maldición. Es un gran cliché, pero lo bueno de ellos es que te muestran un final que uno nunca va a tener. Por eso las personas los leen —Gabriel se sentó frente a Alejandra.

—Sé que es una historia que no profundiza mucho. Pero cuando lo leí por primera vez yo... —Alejandra desplegó una sonrisa nostálgica mientras sus ojos se achicaban—. Fue el primer libro que leí y es muy especial para mí. Gracias a él pude terminar el libro de un amor que nunca se pudo dar, y gracias a ese libro conocí el gran don que tengo para escribir —hubo un pequeño silencio en la sala—. Cuando era solo una niña en el parque cerca de aquí un niño me lo dio, se suponía que yo tendría que devolverlo al terminarlo, pero me lo llevé conmigo y nunca más lo volví a ver, no puedo recordar su rostro, solo sé que él ese día me enseñó a leer para que pudiera saber cómo terminaba la historia.

—¿Y no sabes su nombre?

—No... aunque hay unas iniciales en el libro, me imagino que tienen que ver con su nombre. No sé cómo podría volverlo a ver, por años he tratado de recordar su rostro, aunque se me hace imposible.

—¿Tanto te gustaría volver a verlo?

—Claro que sí... aquel niño es muy especial para mí. Sería maravilloso encontrarlo y darle las gracias por haberme prestado el libro, además, me gustaría devolverlo, me siento como si fuera una ladrona.

—Ay, Alejandra, el lector empedernido en algún momento de su vida ha robado un libro o le han robado uno.

Los dos soltaron una pequeña carcajada. Lo que él había dicho era muy cierto, ¿no lo crees?

—Acompáñame, quiero mostrarte algo —pidió Gabriel.

Los dos se adentraron en un pasillo, en el final de este había una puerta de cedro que Gabriel abrió, era una biblioteca que en el fondo tenía una pared de cristal que llenaba el lugar de luz natural. Los ojos de la joven recorrieron hasta el más mínimo detalle de allí. Le encantó el jardín que se podía ver por la gran pared.

—Cielos... es muy hermoso —soltó Alejandra empezando a animarse por estar allí. Sus pasos la llevaban de aquí para allá, su mirada recorría los títulos que se encontraban en las estanterías—. ¡Las crónicas de Narnia! -tomó el libro con emoción. Parecía una niña al ver su nuevo juguete. Abrió el libro y vio en un extremo del papel las iniciales "G.D" su rostro se empezó a volver un tanto serio.

—¿Te has leído esos libros? —inquirió Gabriel sentándose en un sillón.

—Sí, todos los libros —respondió ella tomando otro libro y abriéndolo al principio. Así hizo con otro y dos más.

En aquel momento su corazón empezó a latir con fuerza, un silencio los atrapó, pero este fue interrumpido por el pasar de las hojas del libro que leía Gabriel. La mirada de Alejandra se clavó en él, se veía tranquilo en aquel sillón, parecía como si nada le incomodara, con aquella paciencia que lo caracterizaba y en ese momento Alejandra lo supo.




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