Ella era fea

Capítulo 67: Unidos

Los jóvenes llegaron a la casa, se podía sentir la tensión en cada rincón y los ojos que vigilaban para asegurarse que los agentes tenían custodiada la calle, es decir, toda la manzana. Pero adentro de la casa no se podía mencionar ni una sola palabra ya que la madre de Josef estaba en delicado estado de salud y no debía recibir emociones fuertes.

Tomás estaba llegando del colegio y al ver personas extrañas merodeando por el sector decidió acercarse a la casa de Josef y vio cuando Keidys y su amigo bajaban de un extraño auto negro que nunca en su vida había visto. Detuvo al paso que lo llevaría a la casa de su amigo y se volvió a la suya para dejar sus utensilios escolares y avisar que estaría en la casa de Josef:

—¡Mamá! —llamó tirando su bolso en el mueble.

—¿Qué te he dicho del bolso? —preguntó la señora entrando a la sala con su hijo pequeño en brazos que jugaba con un oso de peluche.

—Sí… Ya sé —tomó el bolso con bastante pereza y empezó a subir las escaleras—. Tengo hambre, pero primero voy a ir a la casa de Josef.

—¿Y qué es eso tan interesante que primero tienes que ir a ver a Josef antes que pasar al comedor? —preguntó la señora.

—Eh… Vamos a hacer una tarea —contestó Tomás entrando a su cuarto.

Después de unos minutos Tomás salió a la calle y solo le costaron unos cuantos pasos para llegar a la puerta de Josef ya que vivía al lado de su casa. Al tocar la puerta y llamar la ama de llaves abrió un poco y este entró sigilosamente dándose cuenta que algo extraño estaba pasando.

—¡Josef…! —gritó caminando como si nada por la sala, asimismo subió al segundo piso. Todo era muy silencioso y lleno de tensión.

Caminó por el pasillo, escuchaba la voz de la pequeña Sofía cantando una canción encerrada en su cuarto, era lo que rompía aquel silencio lleno de tensión en el hogar:

—¡Cállate Sofía! ¡Cantas horrible! —gritó y después soltó la carcajada.

—¡Me da igual si no te gusta! —se escuchó la voz de la pequeña.

Tomás abrió la puerta del cuarto de Josef y lo encontró terminando de abotonarse una camisa blanca, Keidys estaba sentada sobre la cama cruzada de piernas:

—¿Keidys? ¿Tú que haces aquí? —interrogó Tomás con mucha curiosidad.

—¿No te he dicho que toques cuando vayas a entrar en el cuarto? —preguntó Josef algo molesto.

—No es como que vaya a ver algo interesante aquí —soltó Tomás mientras se iba a sentar en la cama.

—Estoy con Keidys —regañó Josef.

—Bueno, no soy adivino, menos mal no los encontré en otra cosa —soltó la carcajada. Dirigió su rostro a la joven y vio que su semblante no era el mejor— ¿qué te sucede?

—Voy a irme a trabajar —le contesta Josef.

—Acabo de ver algo extraño en la calle. Había muchas personas que caminaban de un lado a otro como si nada, pero se notaba a simple vista que está sucediendo algo y sé que es por tu situación ¿verdad? —contó Tomás, en ese momento se dio cuenta que algo de aquello tenía que ver con el semblante y la estadía de Keidys allí.

—Oye estoy bastante preocupado, las cosas van de mal en peor y estamos amenazados. Tú sabes cómo fue la muerte de mi padre ¿cierto? —contó Josef.

—Oh… sí, fue horrible —contestó Tomás.

—Pues bien, nada se ha solucionado, por el contrario, nuestras empresas están haciendo agua cuando todos creíamos que íbamos sobre rieles ¿estás entendiendo Tomás?

—No.

—Era muy raro que lo entendieras —dejó salir un suspiro—. Cuando estábamos pequeños fue la muerte de mi padre, pero yo siempre he tenido una sospecha y ahora por medio de la Interpol y los policías secretos ya tengo pruebas que el asesino de mi padre está en la empresa. Gracias a esto mi abuelo está investigando todo hasta encontrarlo ¿entiendes lo que estoy diciendo?

—Oye Josef eso es muy peligroso, solo de saberlo me da miedo —rascó su nuca. En esos momentos entendió el rostro triste y preocupado de Keidys—. ¿La Interpol no es la que busca a los narcotraficantes?

—Esta vez no se trata de narcotráfico, sino de fugas de capitales.  Pero voy a estar bien, tenemos vigilancia en todas partes —explicó Josef.

El rostro de Keidys se veía muy mal y ya no se podía disimular, estaban en el ojo del huracán. Josef se despidió de la joven con un fuerte abrazo y un beso. Salió de la casa custodiado por varios guardaespaldas y su abuelo.

Keidys miraba por la ventana del cuarto del muchacho, le daba tanto miedo, su pecho se estremecía cada vez que aquel auto se alejaba más y más.

—Tranquila, Josef estará bien. Ya te diste cuenta que es muy inteligente y no se va a dejar vencer tan fácil. Solo estará unas cuatro horas allí y después volverá y comerán una deliciosa cena. Ya verás, no te preocupes —decía Tomás al lado de Keidys con una leve sonrisa.

—Es que tengo un horrible presentimiento que me dice que pasará algo terrible esta noche. Josef casi siempre dura hasta altas horas de la noche en esas empresas y está obsesionado con todo esto. Entiendo que todo está mal, que estamos corriendo un grave peligro, pero es que Tomás —soltó el llanto. El muchacho la abrazó, la pobre estaba temblando.




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